¿Soy buena noticia?
Jesús se dirige a nosotros y nos manda anunciar a todos la “buena noticia” (= ev-angelio). Todos sabemos distinguir rápidamente una buena noticia de una mala noticia. Con la buena nos alegramos, mientras que con la mala nos entristecemos, pues las noticias suelen ser buenas o malas para mí, son algo que me afecta. Leo en el periódico que se ha podido ver una “supernova” y los científicos han saltado de alegría, pues es un fenómeno que rarísimamente se puede contemplar. Pero yo me he quedado igual de frío. Para mí no ha sido tan buena noticia.
A nosotros se nos ha confiado anunciar el evangelio de Jesús. ¿Cómo hacerlo para que se perciba como buena noticia? No sé si la teoría o la dogmática es el mejor camino. Quizá eso sea bueno para que profundicen en ella los que ya la han experimentado.
Anunciar el evangelio como buena noticia requiere contemplar primero la situación del otro, sus necesidades, anhelos o dificultades y saber decirle una palabra desde el evangelio, algo que él perciba como buena noticia. La experiencia religiosa es más que el cumplimiento religioso. El cumplimiento religioso nos deja fríos sin la experiencia, no nos ayuda ante nuestras dificultades reales. Pero la experiencia religiosa, la experiencia de Dios en mi vida como una relación de amor y confianza, sí que puede ser una buena noticia que me ayude a afrontar los momentos buenos y los malos. No siempre la solución está en extirpar el tumor, pues a veces éste no se puede extirpar. Pero si el tumor llegase a adquirir un significado, entonces habríamos recibido una buena noticia, y tanto más buena cuanto más imposible era la curación.
Y qué decir tiene cuando el evangelio es percibido como un aguafiestas. ¿Podrá ser entonces buena noticia? Al joven que vive en la plenitud de su vida, expuesto a múltiples estímulos que le hacen sentirse bien, la condena tajante de aquello que hace no lo puede recibir como buena noticia, sino como todo lo contrario, por más que nosotros -personas experimentadas en la vida- sepamos que no todos los placeres llenan el corazón. Nuestra buena noticia para ellos tendrá que partir de lo que ellos están experimentando. ¿No sería mejor ser creativos y ofrecer caminos de placer y diversión…. nuevos, o motivar a que los que se viven puedan ser duraderos y no efímeros o frustrantes? ¿Pero nos interesa realmente el otro? ¿Nos interesa hasta poder quitarnos la pereza y ofrecerle lo que para él sí puede ser buena noticia acorde al mensaje liberador de Jesús? Es más fácil ser crítico literario que ser un buen literato, y todavía es más difícil conseguir hacer de otros buenos escritores.
San Benito nos dice en el Prólogo de su Regla:“Buscando el Señor a su obrero entre la multitud… exclama: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días felices?” (RB Pról 14-15). El Señor nos atrae prometiéndonos días felices; sin duda una buena noticia. También los cristianos hemos de saber proponer caminos de felicidad, de liberación, de amor en cualquier situación de la vida. No una felicidad ilusoria de un Dios soluciona problemas o una felicidad que no es de este mundo. Somos de carne y hueso y también el cuerpo quiere ser feliz, aunque la felicidad busque navegar hasta lo profundo del alma. Quien esto conoce descubre que bucear es más placentero que nadar, pues en el fondo reina la paz que parece ausente en las agitadas aguas de la superficie. Pero hasta que esto se descubre, quizá haya que pasar mucho tiempo en la fatiga agradable de la natación.
El miedo al otro, el rechazo que me produce, nos incapacita muchas veces para ser buena noticia, aunque queramos. Un corazón no purificado confunde el envoltorio de la buena noticia que a él le gusta con el envoltorio de la buena noticia que el otro necesita, haciéndonos cómplices del rechazo de la buena nueva por pretender imponer nuestro envoltorio cultural, político, ético, etc.
Cuando una buena noticia necesita ser impuesta, ¿puede ser tan buena? La buena noticia tiene que hacer saltar de alegría, poner en movimiento. No pretendamos contar un chiste y hacer reír al personal a latigazos. Sería ridículo y preocupante, ¿verdad?
El amor, la misericordia, la comunión, el respeto, la solidaridad, la justicia, la paz,… son verdaderas buenas noticias que toda persona sana, sea joven o vieja, blanca o negra, es capaz de entender. Anunciar eso utilizando el ropaje que cada cual necesita es de sabios. Y si además esa buena noticia la vivimos, nos gozamos en ella, es una realidad en nuestra familia y en nuestra comunidad o fraternidad, ¿cómo no van a mover del asiento al que lo vea?
Es hora de trabajar trabajándonos. Es hora de experimentar como bueno lo que decimos que es bueno. Es hora de ofrecer, no imponer, lo recibido. Que los talentos recibidos cautiven como nos cautivaron a nosotros. Basta ya de preocuparnos por nuestros mezquinos intereses, por muy espirituales que pretendamos sean, para ser reflejo de la desnudez de la buena noticia.