ENCUENTRO FRATERNIDADES ESPAÑA EN 75 ANIVERSARIO HUERTA
En primer lugar os quiero agradecer vuestra presencia aquí en este año en que celebramos el 75 aniversario de la vuelta de los monjes al monasterio. Han sido siete siglos de presencia ininterrumpida en estos claustros, casi un siglo de ausencia obligada, y ahora 75 de nueva presencia. Lo nuevo y lo antiguo se dan continuamente de la mano, como dos aspectos que se necesitan y complementan.
Hoy nos encontramos juntos monjes y laicos. Ambas realidades muy antiguas, pero que tienen una expresión nueva en las fraternidades y su relación con los monjes. Es por ello que este encuentro es significativo en su sencillez. Han sido los laicos de Sta. M de Huerta los que os han cursado una invitación con motivo del aniversario en un monasterio que consideran suyo. Aprovechemos este encuentro como una oportunidad para estrechar lazos de comunión y amistad, sintiéndonos partícipes de un mismo carisma cisterciense.
M. Josephine-Mary, Priora General de las Bernardinas de Esquermes (pequeña Orden de monjas asociada espiritualmente a nosotros), en su saludo al último Capítulo General que tuvimos en Asís, dijo la siguiente frase refiriéndose a los laicos cistercienses que van surgiendo alrededor de los monasterios: “Me parece que en este asunto el Espíritu Santo ha tomado la iniciativa (se ha metido en nuestra casa) sin pedirnos permiso”.
Efectivamente, algo de eso parece que ha sucedido. Alguien ha llamado a nuestra puerta impulsado por un no sé qué. Quizá al principio se venía simplemente de paso, o se sentía cierta curiosidad, o se buscaba un ámbito de recogimiento. Pero al entrar en relación con el lugar y sus moradores ha ido surgiendo algo nuevo que parece impulsar a más, algo que va más allá de un simple pedir. Si alguien viene sólo a pedir, todo es más fácil, aunque menos enriquecedor, se da algo de lo que sobra y basta. Pero no. Llaman y entran. Es cierto que entran porque se les deja pasar. Entran porque el mismo que impulsó a llamar impulsa a recibir. Y cada comunidad es muy libre de sentirse llamada a recibir de forma más o menos intensa. El Císter primitivo acogía en la hospedería. Hoy se comparte también la oración litúrgica. Entre medias han habido múltiples formas y diversos niveles de acogida.
El respeto en la llamada y en la acogida es fundamental. Respeto es reconocimiento del otro y aceptación de su libertad en el dar y en el recibir, respetando formas, ritmos y tiempos. Es valorar lo que se nos da y moderar nuestras expectativas. Es ofrecer la búsqueda de algo común sin violentar ni acallar.
El compartir en la acogida puede ser muy diverso: hospedería, monasterio, oración, inquietudes, proyectos, algunos aspectos de la vida, diversas formas de acción y presencia eclesial, …. En el compartir, los monjes reconocen que su don pertenece a la Iglesia, y los laicos ven ese don como algo suyo, que deben mimarlo para que no se dañe ni se pierda…. Y el compartir es siempre algo mutuo y de ambos. Mutuo al poder cada cual ofrecer su carisma peculiar. De ambos porque ningún carisma es para sí mismo, sino para los demás.
El encuentro entre monjes y laicos genera una situación un tanto peculiar. Los sentimientos y las actitudes pueden ser muy diversos. El que llama se puede preguntar: )qué hago yo aquí? El que abre se puede preguntar: )y qué hago yo ahora? Uno y otro pueden zanjar la situación mirando para otro lado, abortando lo nuevo. O ambos pueden arriesgarse a iniciar un camino que no se conoce, pero que sí tiene visos de autenticidad al ser respuesta a lo que la Iglesia y nuestro hoy parecen pedirnos. Así vemos cómo el concilio Vaticano II resaltó la visión de una Iglesia como comunión eclesial, comunión de carismas para el bien común. En ella el papel del laicado debe ocupar un lugar más importante. En esa línea, nuestros pastores nos han invitado a compartir un mismo carisma entre los religiosos y los laicos más allá de un Aarrimarse@ de éstos a aquéllos. Así nos lo dice la exhortación apostólica Vita Consecrata, 56 y Juan Pablo II a la Familia Cisterciense en su IX centenario: AOs animo también según las circunstancias a discernir con prudencia y sentido profético la participación en vuestra familia espiritual de fieles laicos bajo la forma de miembros asociados, o … una participación temporal de vuestra vida comunitaria y de su compromiso en la contemplación, a condición de que la identidad propia de vuestra vida monástica no sufra por ello@.
Esas palabras de la Iglesia nos invitan a ir más allá de una simple colaboración en obras apostólicas o caritativas. Incluso podemos constatar que siempre ha habido personas más o menos cercanas a los monasterios a título individual, participando de sus bienes espirituales. Ahora surge una relación Acomunitaria@ de esas personas formando fraternidades laicales. Lo uno no tiene por qué excluir lo otro, pero quizá sí nos diga algo de la necesidad de una experiencia que implique a los mismos laicos en ese ejercicio de apertura y acogida del otro que conlleva toda relación de comunión, dolorosa y enriquecedora a un mismo tiempo, es decir, una experiencia de comunidad. Como hacen los monjes con su voto de estabilidad, por el que nos comprometemos con una comunidad que nos acoge, nos sostiene, prueba la autenticidad de nuestra búsqueda y nos enseña lentamente a pasar de lo Amío@ a lo Anuestro@ hasta llegar a aquello que se decía de un matrimonio: ATanto se amaban que los dos se hicieron uno, pero no sé cual de los dos@. (Hay del que camina sólo!, )quién le sostendrá cuando caiga?; )quién le iluminará en su error o ilusión?
San Benito pone puertas a su monasterio. Quiere proteger una planta tan delicada como es la vida monástica. Pero sabe discernir. Las puertas nunca serán un obstáculo para la entrada del Espíritu del Señor, pues de él vive la comunidad. Por eso, la Regla pide que cuando uno llama al monasterio se le reciba y se discierna su presencia. Si vienen huéspedes, hágase oración con ellos y se lea la palabra de Dios, para evitar las ilusiones del enemigo, antes de darles el beso de la paz y lavarles los pies (…). Si vienen candidatos a la vida monástica, obsérvese si de veras buscan a Dios. Y cuando es Dios el que llama al propio corazón: Estoy a la puerta llamando, si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (Ap 3, 20), San Benito nos pide, con la Escritura, responder con presteza: AAquí estoy@. Y nos recuerda también: AQuien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias. )Y qué dice? Venid, hijos; escuchadme; os instruiré en el temor del Señor@ (Pról 11-12), que no es otra cosa que una obediencia pronta y confiada.
Cuando nos habla del portero del monasterio pide que se ponga un monje anciano y discreto, pronto a responder al que viene y llama, dando gracias a Dios: ACuando alguien llame a la puerta o un pobre clame, conteste Deo gratias o Benedicite, y con toda la delicadeza del temor de Dios y el fervor de la caridad responda con prontitud. El portero es como el vigía. Debe estar atento para recibir al que viene en nombre del Señor y no dejar pasar al que viene disfrazado de ángel de luz. Por eso debe ser un pneumatoforos, un Aanciano@ espiritual capaz de discernir espíritus.
Pues bien, nosotros nos podemos encontrar como San Pedro cuando impulsado por el Espíritu fue a visitar al centurión Cornelio, Ahombre justo y temeroso de Dios@, aunque no judío ni cristiano. Y Pedro comienza su discurso en la casa de Cornelio: Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse o entrar en casa de un extranjero; pero Dios me ha mostrado que no debo llamar profano o impuro a ningún hombre…. Y mientras estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje. Los creyentes judíos que habían venido con Pedro quedaron asombrados de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre ellos, pues los oían hablar en lenguas y ensalzar la grandeza de Dios. Entonces dijo Pedro: )Se puede negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros? (Hch 10, 28-47).
Una pregunta que también surge en el acercamiento de los laicos al monasterio. El agua del bautismo tiene dos características: limpia y nos da el Espíritu haciéndonos parte del cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana. Haciendo la trasposición a nuestro caso nos sorprendemos con Pedro porque algunos laicos se sientan identificados con un carisma monástico como el nuestro, como habiendo recibido ellos ese carisma espiritual. Y si el espíritu se ha dado sin consultarnos, a nosotros no nos queda otra misión que la de ofrecer una limpieza por el discernimiento y una búsqueda prudente de formas de pertenencia a esa única comunidad.
Sin duda esto tiene algo que ver con la Anovedad@ del ANuevo Monasterio@ que fue Císter para sus primeros moradores. Nuestra novedad no puede ser pura moda o Asnobismo@. Si es así, no durará. Nuestra novedad sólo puede ser el fruto de un nacimiento, de una llamada, del Espíritu que se anticipa por ser vida y hacer nuevas todas las cosas. El origen de Císter fue al mismo tiempo una opción profética y un producto de su época. Supo dar respuesta a la inquietud del momento que tenía la pequeñez y la fuerza del brote que nace. Sólo los profetas ven el brote que surge en la frondosidad de un árbol que lo tapa y lo produce. Es pequeño, pero importante. Surge del árbol, pero es nuevo. Así sucede también hoy. Así todo nuevo nacimiento debe brotar de la frondosidad del árbol que es la Iglesia y nuestra tradición monástica. Pero también ha de llevar el marchamo de nuestra cultura, con sus luces y sus sombras, para poder ser signo que ilumina el camino.
Como bien sabemos, los primeros cistercienses vivían en una sociedad feudal dividida en tres estratos (caballeros, orantes y artesanos). Los monjes cistercienses venían de esa sociedad y rompieron su división. Por un lado eran orantes que trabajaban con sus propias manos y se podían insertar en el entramado económico y social con la ayuda de laicos conversos. Por otro, mantenían a su manera el espíritu caballeresco (experiencia espiritual, órdenes militares, …). Al mismo tiempo supieron dar respuesta a una sensibilidad eclesial que buscaba ir a la autenticidad de los orígenes, vivir en un mayor despojo y tener una experiencia seria de oración en un contexto comunitario como el de las primeras comunidades cristianas. Hoy vivimos a nivel social en una cultura de enfrentamiento entre lo Asagrado@ o religioso y lo racional o secular; y a nivel eclesial una tensión entre lo clerical y laical, lo normativo-dogmático y la experiencia espiritual, la defensa de la propia identidad y la apertura a lo diferente. Al mismo tiempo, tanto dentro de la Iglesia como entre muchos laicos apartados de ella, se clama por una experiencia personal de oración, canalizada frecuentemente por métodos de tipo oriental que convocan a buen número de personas creyentes y no creyentes.
La relación monjes y laicos bien puede ser una respuesta larvada a todo eso. En ella se rompen barreras y se cultiva una comunión necesaria. Al mismo tiempo puede manifestar de forma más significativa que lo Asagrado@ no es patrimonio exclusivo de los monjes, ni la vida monástica es ajena a lo secular. Esto es algo muy monástico, pues toda nuestra tradición ha buscado el equilibrio oración-estudio-trabajo y la vivencia armónica de nuestra dimensión humana y divina, descubriendo la presencia de Dios en todo y orientándonos a Dios desde nuestra realidad concreta.
Cuando vosotros llamáis a nuestra puerta parece que pedís, como si el monasterio es el que tuviese que dar y vosotros recibir. Sin embargo, cuando el amor anda por medio, descubrimos un dar recibiendo y un recibir dando. )Por qué? Porque donde hay amor se pasa de un dar a un darnos, y de un recibir a un recibirnos. Las cosas pasan de unas manos a otras, pero las personas salen de sí sin dejar de estar en sí. Entonces no es más el que da que el que recibe, sino que ambos se unen formando una unidad, dando lugar al encuentro, surgiendo algo nuevo. )Cuál es nuestra novedad?
Monjes y laicos intuyen que pueden hacer un camino común. Un camino que debemos ir descubriendo. En eso mismo radica su belleza y su interés, pues nos hace poner a prueba las características de la espiritualidad cisterciense: atenta escucha y confianza serena, apertura al otro y guarda del corazón, vivir en el mundo sin ser del mundo, novedad en nuestra vetustez,… A fin de cuentas el origen de la vida monástica fue laical. )Nos puede extrañar entonces que los laicos se sientan identificados con los valores de la vida monástica?
Si todo esto es fruto de una llamada del Espíritu, hemos de saber que toda llamada conlleva una misión. )Cuál es la misión que se nos encomienda? )Para qué y cómo compartir un mismo carisma?