La vida en un monasterio se caracteriza por su sencillez y deseo de ir a lo esencial. El monje, respondiendo al significado de su nombre, busca la soledad para reencontrar su unidad interior, donde descubre a Dios, el fundamento para edificar solidariamente la fraternidad con sus semejantes. Su jornada y su estilo de vida no pretenden otra cosa que ayudarle en ese camino.
La soledad cisterciense se vive en fraternidad con otros hermanos, creando unos lazos de comunicación que no sólo implican la palabra, sino también el afecto del corazón. No se trata de sumar soledades, sino de descubrir y construir juntos la unidad.
Oración y estudio. La soledad y el silencio favorecen la “escucha”. Escucha del latido del propio corazón y del corazón de la humanidad, pero también escucha de la Palabra de Dios que se nos comunica en las Escrituras. Al ejercicio de esto lo llamamos LECTIO DIVINA, que es un modo peculiar de leer la Biblia: no como un libro histórico ni un monumento literario, no buscando en ella hechos curiosos o un pasatiempo, ni pretendiendo ningún interés utilitarista, científico o especulativo. La lectio divina sólo se puede realizar desde la gratuidad y la fe. Gratuidad al dejar de lado todo afán utilitarista y toda prisa para poder «escuchar» debidamente. Fe por la disposición a acoger la palabra leída como palabra del mismo Dios que se dirige al monje aquí y ahora. Entonces la palabra se lee y se relee o, como dirían los antiguos, se «rumia», saboreándola, a veces hasta aprenderla de memoria, dejando que impregne el interior, que vaya transformando el propio corazón y la propia mente.
En este ejercicio se emplea todo el ser: la boca pronuncia el texto, la memoria lo fija, la inteligencia comprende su sentido, la voluntad aspira a ponerlo en práctica. Y esa palabra leída, acogida y saboreada, provoca un respuesta, un «eco» en el interior. Es la oración que tiene como punto de partida a Dios y no a uno mismo. Por eso decían los Padres de la Iglesia: «Dios habla cuando leo, yo le hablo cuando oro». Con razón al monje se le ha llamado el hombre de la escucha. Esa oración que brota de la palabra también se sumerge en una escucha silenciosa y cordial de toda la realidad y se derrama en caridad encarnada. El ESTUDIO, al que dedican los monjes varias horas al día, será lo que dé un soporte intelectual a su vida de escucha y de compromiso.
Trabajo
«Serán auténticos monjes si viven del trabajo de sus manos» (RB 48), dice San Benito. Los monjes viven el trabajo como expresión de pobreza y medio de libertad y solidaridad. Pobreza, al no vivir a costa de otros, sino de su propio esfuerzo. Libertad, al no tener que depender innecesariamente de los demás y preservar así el estilo de vida monástica que desean seguir.
Solidaridad al compartir sus bienes con los pobres y necesitados. Es por ello que comercializan los productos que elaboran y realizan cualquier tipo de trabajo, siempre que no sea un obstáculo para el fin que persiguen.
Eucaristia
Se celebra la Eucaristía todos los días después de laudes menos los domingos que pasa a celebrarse a las 11:30 horas
La oración litúrgica manifiesta en los diversos momentos del día la presencia de Dios en toda nuestra vida, con el trasfondo de una visión cósmica que tiene al sol -Cristo, luz del mundo- como su eje. Siete veces al día se reúnen los monjes para alabanza Dios en la liturgia y celebrar su misterio de salvación, cuyo centro es la eucaristía. Lo hacen sintiéndose Iglesia y humanidad, dirigiéndose a Dios movidos por el Espíritu, en acción de gracias y alabanza, en actitud suplicante y confiada. De noche todavía, antes de las 5, el monje se levanta para cantar las Vigilias o Maitines, resaltando con ello la actitud vigilante del que espera la venida del Señor, simbolizado en el sol naciente. Con la salida del sol los hermanos se reúnen de nuevo para la oración de Laudes y para celebrar la Eucaristía, alabando a Cristo resucitado y vencedor de las tinieblas del pecado. Al reconocer el propio pecado, el cristiano se abre a la reconciliación traída por Cristo, la recibe al participar de su cuerpo y de su sangre y la ofrece a todos con su vida de entrega y de servicio. A media mañana, al mediodía y al comienzo de la tarde se vuelven a reunir los monjes para unas breves oraciones litúrgicas que llamamos Horas Menores (Tercia, Sexta y Nona) y que vienen a ser pequeños altos en la jornada para el recuerdo y la alabanza divina. Al atardecer se canta el oficio de Vísperas, donde el monje ofrece toda su jornada en acción de gracias y se pone confiadamente en manos de Cristo, la Luz que no tiene ocaso, sabedor de que las tinieblas de la noche, que simbolizan el mal, no prevalecerán. Finalmente, justo antes de irse a dormir, el día se concluye con el oficio de Completas. Hora de gran sosiego y confianza que termina invocando a la Virgen María con el canto de la Salve.
La Oración Litúrgica
vigilias | laudes | tercia | sexta | nona | vísperas | completas |
Todos los días a las 5:00 horas | De lunes a sábado a las 7:15 horas, los domingos a las 7:30 | De lunes a sábado a las 9:00 horas, los domingos a las 9:15 horas | Todos los días a las 13:30 horas | Todos los días a las 15:30 horas | Todos los días a las 18:45 horas | Todos los días a las 20:45 horas |