La aparición a María Magdalena
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Porque apenas se puede pronunciar palabra cuando corren las lágrimas; se ahoga la voz cuando la emoción del afecto es muy fuerte y el amor apasionado hace callar el alma e insensibiliza el cuerpo.
Pero, buen Jesús, ¿por qué rehúsas a esta amorosa mujer que toque tus sacratísimos pies? “No me toques” , le dijo. Qué frase tan dura e intolerable; No me toques. ¿Por qué, Señor, por qué no debo tocarte? ¿Acaso no pudo tocar y besar esos pies por mí horadados con los clavos y cubiertos de sangre? ¿Acaso eres más severo porque eres más glorioso? Pues no te dejaré, no me apartaré de ti, no ahorraré las lágrimas y se romperá mi pecho por los sollozos y los suspiros, si es que no consigo tocarte.
Pero Él le responde: No temas, no es que te lo niegue, sino que lo dejamos para después. Tú ahora vete y anuncia a mis hermanos que he resucitado. Corrió veloz por el deseo de volver enseguida. Y lo hace, pero acompañada de otras mujeres. Jesús se les adelantó con un cariñoso saludo, animándolas en su abatimiento y consolándolas en su tristeza. Fíjate; y ahora les concede lo que antes había diferido. Porque se acercaron y besaron sus pies.
Quédate aquí, mujer, todo el tiempo que puedas. No interrumpa el sueño esta tu dicha, ni te la turbe ninguna agitación externa.
Mas ya que en esta miserable vida nada hay estable o eterno, ni el hombre permanece nunca en el mismo estado, mientras vivamos en este mundo, hemos menester que nuestra alimentación sea variada. Por eso, del recuerdo de los bienes pasados debemos trasladarnos a la experiencia de los bienes presentes, para que a través de los mismos lleguemos a convencernos de cuánto hemos de amar a Dios.