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La nueva Santa María de Huerta
La Congregación de Castilla terminó por desaparecer, a partir de la exclaustración de 1835. Los nuevos monjes que llegan a Huerta, en 1930, pertenecerán a una rama de la Orden, nacida del movimiento de la Estrecha Observancia del siglo XVII y, que, tras muchas vicisitudes, se reagrupará en 1892 por mandato de León XIII en la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia. Noventa y cinco años de abandono del monasterio no fueron suficientes para hacer desaparecer el edificio monasterial. El pueblo, que siempre ha sido un handicap para el ambiente de separación del mundo en Huerta, en este caso será, en términos generales, el salvador de los edificios. Otras circunstancias más cooperarán en este empeño; en primer lugar la suerte de que el último prior claustral de Huerta, fr. Gregorio Pérez Alonso, sea el párroco de la ahora villa de Santa María de Huerta, desde 1849 a 1874, en que murió.
El P. Gregorio cuidó con esmero y más allá de sus fuerzas de todo el conjunto de las edificaciones; el gobierno de Soria le hará encargado oficial de su conservación. Los diversos párrocos sucesivos siguen la misma tónica de cuidado y atención, con idéntico entusiasmo y cariño. A pesar de la declaración del conjunto monasterial como monumento nacional en agosto de 1882, sin la labor callada y constante de los párrocos y la colaboración del pueblo, tamaña empresa nunca hubiera sido posible. Recordamos la solicitud y cuidado de don Juan García 6 Gutiérrez, párroco de 1877 a 1903, y sobre todo de don Simón López Tello, párroco de 1916 a 1951, verdadero fundador del monasterio. El conjunto del monasterio nunca se llegó a enajenar, por lo que, según las leyes en vigor, pertenecía a la mitra de Sigüenza.
Tras diversos propietarios, a partir de las subastas de 1846, parte de la hacienda monacal antigua, en el término municipal de Santa María de Huerta, fue a parar, por mediación de su tío, don Antonio Cerver y Glande, a doña Inocencia Serrano, viuda del Valle, que casará por esas mismas fechas, en 1871, en segundas nupcias, con don Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo. El marqués construyó su palacio junto a las antiguas caballerizas e inició el estudio arquitectónico e histórico del monasterio. La propiedad la tenía por derecho de consorte; la donante testamentaria fue su hijastra, doña Amelia del Valle y Serrano, que ostentaba, por fallecimiento de su hermano, el título de marquesa de Villahuerta.
Unos años antes de morir, en 1918, el marqués de Cerralbo entra en contacto con los cistercienses de San Isidoro de Dueñas, pero sin resultado alguno. La marquesa, por su parte, ha conectado con la abadía de Viaceli, en Cantabria, y más en concreto con su prior claustral, el venerable P. Pío Heredia, quien la solía visitar cuando pasaba por Madrid. Cuando se abre el testamento, se conoce la intención de la donante y el destino de los bienes que lega. Se encargará de la fundación la abadía cisterciense de Viaceli; esta abadía empieza su singladura en l908, con un grupo de monjes provenientes de Santa María del Desierto, en Francia; desde los inicios hasta 1940, rige la comunidad Dom Manuel Fleché.
Como se exige la creación de una escuela de formación agrícola para niños y atender a la educación de las niñas, los albaceas piensan, por una parte, que es más urgente la enseñanza primaria ante los muchos niños sin escolarizar, y por otra, que para las niñas es más conveniente ofrecer parte del legado de la marquesa a un instituto religioso dedicado a la enseñanza; traen un grupo de Religiosas del Sagrado Corazón, que se instalan en el palacio del marqués y fincas anexas.
La fundación la aprueba el Capítulo General, el 16 de septiembre de 1927. El 22 de junio de 1930, llega a Huerta el P. Lorenzo Olmedo, el nuevo superior, con otro monje, y da comienzo el patronato y la nueva fundación. El 25 de septiembre llegan más monjes e inician formalmente la vida monástica; el 26 de octubre se inaugura el curso con la bendición de las escuelas de los niños y de las niñas. Para el Capítulo General de 1936 se piensa en la erección canónica en priorato independiente.
Como es obvio, este mandato no llegó a cumplirse, ya que unos meses antes de la celebración del capítulo empieza la guerra civil. Al iniciarse la contienda, el superior, P. Lorenzo Olmedo, huye a Sigüenza y allí, de modo desconocido, tal vez asesinado, acaba sus días. El monasterio, sin embargo ha caído en la llamada zona nacional y se puede seguir la vida monástica. Al final de la contienda, el balance de la casa madre es lamentable; en Santander matan dieciocho monjes, el meollo de la comunidad, y varios ya no regresan.
La situación complicada de la casa madre hace inviable de momento la fundación. Hay que esperar a 1949, normalizada la situación, para enviar un nuevo contingente y pensar en la erección de priorato titular. El nuevo grupo está encabezado por el P. Ignacio Astorga, quien, en 1950, es elegido primer prior titular. Se reciben los primeros oblatos, se potencia una industria para el mantenimiento de la comunidad y se gestiona para la restauración y habilitación del monasterio, al menos, para poder llevar normalmente la vida monástica.
Antes de diez años hay ya un plantel bueno de jóvenes, y ha sido posible adaptar la parte más moderna y más a mano del monasterio. En este momento, de una manera arriesgada y valiente, el P. Ignacio, dada la dificultad de formarlos dentro, envía a todos los jóvenes a estudiar a Roma y a los monasterios de Viaceli y de San Isidoro de Dueñas. Son cuatro años 7 fundamentales para el futuro de la comunidad. En 1962, VIII Centenario de la fundación, se ordenan tres sacerdotes nuevos y hay otras tantas profesiones monásticas. Así mismo por estas fechas se da un fuerte impulso restaurador en la parte monumental. Son años muy importantes para la consolidación de la comunidad. En 1965, Huerta es erigida en abadía y es elegido primer abad de la restauración Dom Ignacio Astorga.
El posconcilio se asume con ilusión y se toma en serio la labor de la renovación; esto no impide que la comunidad sufra las secuelas negativas de esta época: la carencia de vocaciones y el que algunos hermanos abandonen la vida monástica y la comunidad. En 1977 se elige al primer abad, ingresado y formado en Huerta: Dom Luis Esteban. Una nueva etapa empieza cuando los fundadores van desapareciendo por ley de vida; la comunidad se ha renovado con la entrada de personal nuevo. La irradiación de la vida monástica desde Huerta se hace real y visible.
Un nuevo grupo de seglares ha querido unirse a los monjes para beber, desde su secularidad, en la espiritualidad monástico-cisterciense; es la Fraternidad laica Cisterciense de Santa María de Huerta. Durante la preparación y celebración del IX Centenario de Císter se dio un impulso importante a la restauración y embellecimiento del monasterio y del entorno. En la actualidad, dentro de un proceso de formación serio, tanto a nivel comunitario como de los nuevos elementos, se puede hablar de una comunidad, no muy numerosa, pero sí joven y dinámica, acogedora y sencilla.