Ser concha y no canal (San Bernardo)
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No desprecies mi consejo y escucha a Salomón, más sabio que yo: El necio vacía de una vez todo su espíritu, pero el sensato guarda algo para más tarde. Hoy nos sobran canales en la Iglesia y tenemos poquísimas conchas. Parece ser tan grande la caridad de quienes vierten sobre nosotros las aguas del cielo, que prefieren derramarlas sin embeberse de ellas, dispuestos más a hablar que a escuchar, y a enseñar lo que no aprendieron. Se desviven por regir a los demás y no saben controlarse a sí mismos.
Yo creo que no se puede anteponer ningún otro criterio de servicio ante la salvación, sino el propuesto por el Sabio: Apiádate de tu alma procurando agradar a Dios. Si no tengo más que un poco de bálsamo para ungirme, ¿crees que debo dártelo y quedarme sin nada? Lo guardo para mí y no lo presto hasta que me lo mande el Profeta. Si me lo piden una y otra vez quienes me consideran mejor de lo que soy por mis apariencias o por lo que oyen de mí, les responderé: Por si acaso no hay bastante para todos, mejor será que os vayáis a comprarlo. Me replicarás: El amor no busca lo suyo. ¿Sabes por qué? No busca lo suyo, sencillamente porque lo posee. ¿Quién busca lo que ya tiene? El amor siempre disfruta de lo que es suyo, es decir, posee y le sobra lo necesario para su propia salvación. Desea que le sobre para sí mismo, con el fin de que llegue para todos; guarda para sí todo lo que necesita, para que a nadie le falte. Si el amor no estuviera lleno no sería perfecto.
Por lo demás, hermano, tú que aún no tienes muy segura tu propia salvación, tú que aún no posees la caridad, o es tan flexible y frágil como caña sacudida por el viento, porque da fe a toda inspiración, zarandeada por cualquier ventolera de doctrina; tú que te entregas a una caridad tan sublime que sobrepasa la ley, amando a tu prójimo más que a ti mismo; mas por otra parte, la diluye cualquier favor, decae ante cualquier temor, la turba la tristeza, la contrae la avaricia y la dilata la ambición, la angustian las sospechas, la atormentan las injusticias, la consumen los afanes, la engríen los honores, la derriten las envidias. A ti que experimentas todo esto dentro de ti mismo, a ti te pregunto: ¿qué clase de locura te domina para ambicionar o admitir la dedicación a los demás?
Escucha más bien este consejo de la caridad cauta y precavida: No se trata de aliviar a otros pasando estrechez, sino como exigencia de la igualdad. No te pases en tu afán de ser justo. Basta que ames al prójimo como a ti mismo. Eso es lo que exige la igualdad. Dice David: Que se sacie mi alma como de enjundia y manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Deseaba recibir primero y luego difundirlo; y no sólo recibir sino llenarse, para eructar de su plenitud y no espirar vaciedad. Cautamente, pues lo que para otros podría ser un alivio, para él sería un tormento; y desinteresadamente, imitando a aquel de cuya plenitud todos hemos recibido.
Aprende tú también a derramar sólo de tu plenitud; no pretendas dar más que el mismo Dios. La concha debe imitar al manantial, que no fluye por el arroyuelo, ni llega hasta el lago, hasta que no se colma de agua. No tiene por qué avergonzarse de no ser más profusa que la fuente. Al fin , el que es la Fuente viva, lleno en sí mismo y de sí mismo ¿no brota y fluye primero por lo más secreto de los cielos, para inundarlos con su bondad? Después, colmados los cielos más encumbrados y profundos, llega hasta la tierra, desbordándose para salvar a hombres y animales con su inapreciable misericordia. Primero llenó lo más inmediato, y rebosando toda su gran bondad apareció en la tierra, la regó y la enriqueció sin medida. Anda y haz tú lo mismo. Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo. El amor entrañable y prudente es siempre un manantial, no un torrente. Lo dice Salomón: Hijo mío, no lo dejes fluir. Y el Apóstol: Para no andar a la deriva, debemos conservar mejor lo que hemos escuchado. ¿Es que eres tú más sabio que Salomón y más santo que Pablo? Porque yo tampoco puedo enriquecerme con lo tuyo, si estás tú agotado. Si contigo mismo eres malo, ¿con quien serás bueno? Si puedes, dame algo de lo que te sobre; de lo contrario, resérvatelo.
San Bernardo – Del Sermón 18 del Cantar de los Cantares (“Obras completas de San Bernardo” – Juan Mª de la Torre)
Fotos: MPLS