¿Las religiones son causa de violencia?
Leo en un diario de tirada nacional un artículo sobre la religión y la violencia que me llama la atención. Un artículo que quiere reflexionar sobre el tema con honestidad, aunque no se libra de ciertos tópicos, llegando a forzar algunos argumentos como cuando pretende probar la violencia latente en el Evangelio con el enfado de Jesús en el templo.
No se trata de hacer apología, pero encontrar en las religiones la causa de tantas violencias por el hecho de que en su nombre se cometan actos violentos, e incluso atrocidades, me parece tan simple como acusar al agua de perversa por matar a mucha gente en las inundaciones. Si somos torpes a la hora de encauzar los ríos, no descarguemos nuestra impericia en aquello que necesitamos, pues nos arriesgamos a males mayores.
El ateísmo práctico del capitalismo salvaje ha cometido verdaderas atrocidades empobreciendo a los más débiles y buscando consuelo en ocasiones en una superstición desencarnada que llama religión. El ateísmo teórico marxista también ha cometido grandes aberraciones, creando estados de terror como el estalinismo o verdaderos genocidios como en la Camboya de los Jemeres Rojos liderados por Pol Pot. ¿Y qué decir del nazismo ario, que con la excusa de una preeminencia racial buscaba aniquilar pueblos enteros? Curiosamente en todos ellos se perseguía el hecho religioso.
Algunos movimientos políticos están marcados por el grado de confrontación en el que nacieron. Lo mismo sucede en las tradiciones religiosas, algunas de las cuales surgieron en un contexto bélico de conquista o defensa de una tierra que puede confundir sus reflexiones más lúcidas y amables sobre la bondad y el amor. De ahí la mayor urgencia de una buena formación que ayude a contextualizarlas.
La violencia impregna nuestra cultura mucho más allá del hecho religioso, pues es un instinto primario. Es una fuerza de la naturaleza que destroza cuando se la deja en un estado salvaje, sin educarla. A veces se la quiere canalizar con el desfogue en los acontecimientos deportivos como antaño se hacía de forma cruenta en el circo romano. Pero con frecuencia se la fomenta entreteniendo a los niños y jóvenes con juegos y proyecciones audiovisuales lamentables, por no hablar de una cultura competitiva hasta la agresividad, donde se tributa un culto cuasi religioso al dios dinero y al afán de poder.
La violencia encuentra su origen en la cerrazón del propio ego sobre sí mismo. La ira brota de una incapacidad de apertura y respeto al diferente, de aceptar las contrariedades y la diversidad, buscando su interés, imponiendo sus ideas, tratando de acallar y someter al que no es como él. Por eso mismo la cerrazón sólo puede combatirse con la apertura de miras y la salida de uno mismo. Si el provincianismo se combate viajando y conociendo otras culturas, la cerrazón se combate con la formación.
La cerrazón se puede dar en múltiples campos, especialmente en el ideológico. Las cosas más valiosas en manos de un torpe terminan estropeándose. Las ideas más bellas en la mente de un zoquete se devalúan y terminan convirtiéndose en ideología para transformarse en un arma de destrucción. De ahí la importancia de la formación en todos los ámbitos, también en el religioso. Las tradiciones religiosas suelen tener un bagaje de sabiduría muy considerable, por conocer bastante bien el corazón humano. Pero no pocas veces han caído en manos de zoquetes e interesados que escucharon bellas verdades sin empaparse de su sabiduría transformante, convirtiéndolas en dardos con que imponer sus prejuicios e ideas. ¿Debemos suprimir todo lenguaje metafórico porque algunos sean incapaces de entender las metáforas? Nos quedaríamos sin poesía y hasta sin cuentos formadores de valores.
Lo triste es que muchos ilustrados se empeñan en echar las culpas de la violencia al hecho religioso, atribuyéndole incluso masacres de origen pagano por el mero hecho de haberse gestado en unas poblaciones donde predominaba una determinada religión, por muy ajenos que estuvieran a ella los que provocaron esas atrocidades. Es algo que suena claramente a prejuicio.
El hecho religioso es una demanda que surge del interior de una gran mayoría de personas, siendo capaz de orientar su propia vida. Se puede no compartir, pero es temerario ningunearlo situándose en un pedestal pretendidamente superior. Como es igual de lamentable el uso interesado que poderosos y fanáticos hacen de la religión. Pero lo más preocupante es no darse cuenta que no se puede detener un torrente cuya fuente no deja de manar. Sólo se puede encauzar a través de la formación para que dé vida.
Necesitamos educar para fomentar el respeto mutuo y desactivar los fanatismos. Es necesario formar para conocer bien los fundamentos tanto de las religiones como de los postulados éticos o posturas políticas constructivas. Por eso, quizá sea tan importante una formación ética, religiosa y política también en las mismas escuelas, y no perder así toda la fuerza creativa y llena de humanidad que ha tenido la religión motivando a grandes personas hasta dar su vida.
La religión no es causa de violencia, sí lo son los fantismos, que en aras de la defensa de unos principios e intereses se olvidan del respeto a las personas. No es bueno confundir a la gente con simplificaciones recurrentes. No es el sentirse minoría lo que hace explotar la violencia religiosa, sino el sufrir la injusticia. No es casual que los fanatismos encuentren sus mayores caladeros en los lugares más pobres y deprimidos. La hipocresía de los poderosos es también proverbial. Cuando ellos oprimen a pueblos más débiles para hacerse con sus riquezas o faltan al respeto a su cultura y creencias más sensibles con total impunidad, pronto se escandalizan cuando algunos acuden a la fuerza intrínseca que tienen las creencias religiosas. No es aceptable la manip0ulación que se hace de éstas para conseguir un fin que rompe la convivencia, pero igual de inaceptable es la arrogancia de los poderosos que con sus humillaciones lo estimularon. El caldo de cultivo de la violencia no está en las religiones, sino en las injusticias y en el afán de poder. El uso que se hace de las religiones es una de tantas armas que se utilizan para lograr los fines que se pretenden, como el que usa la tan necesaria agua para ahogar a sus enemigos.