EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA
(RB 48-04)
Cuando hablamos del trabajo hay una cosa en la que siempre nos hemos de examinar: la responsabilidad. Cuando nuestro trabajo es un poco difuso, cuando no se tiene un trabajo concreto que sacar adelante disciplinadamente, la responsabilidad tiende a diluirse. Necesitamos preguntarnos entonces si somos o no responsables en el trabajo, si realizamos lo que se nos ha encomendado con actitud de entrega personal o anteponemos nuestras propias necesidades.
La responsabilidad o falta de responsabilidad es algo que se constata en los hechos. La lista de ejemplos de irresponsabilidad en el trabajo es larga: empezar tarde el trabajo por costumbre; ser desorden en él; mariposear con lo primero que se me ocurre; emplear el tiempo de trabajo comunitario para realizar esos pequeños quehaceres personales que todos tenemos, por mucho que los vistamos como hechos por el bien de la comunidad; eternizarme en algo que podría hacer con más alegría si me centrase más en ello y trabajase más duro; pedir ayudantes innecesariamente, enseñándoles y corrigiéndoles para que aprendan a hacer bien lo que a mí se me encomendó, etc. Por el contrario, también hay ejemplos claros de responsabilidad en el trabajo: prontitud para empezarlo; hacer las cosas que se nos encomienda con entusiasmo y entrega aunque no nos agraden; procurar que el trabajo quede bien hecho, con detalle pero sin parsimonia; no pedir ayuda más que cuando sea verdaderamente necesaria; procurar ser un buen profesional en mi trabajo: el cocinero aprendiendo a cocinar, el secretario aprendiendo a llevar una contabilidad, el sastre aprendiendo a coser, el que da clases llevándolas preparadas, y cualquier cargo que se tenga procurando formarse en él dentro de nuestras posibilidades, sin esperar que venga alguien de fuera a resolvernos la papeleta, etc. Otra cuestión es que uno tenga más o menos luces para desarrollar lo que se le ha encomendado, pero pensemos que cuando se nos ha pedido realizar algo, el abad habrá visto que somos capaces de ello o que sencillamente no hay otro disponible en ese momento. La responsabilidad no está tanto en los resultados cuanto en la forma cómo realizamos el trabajo. Cuando hay entrega generosa sin dejarnos llevar fácilmente por nuestro egoísmo, como hemos apuntado, entonces somos responsables, y esto todos lo vemos.
La empresa que llevamos entre manos al abrazar la vida monástica es algo de carácter espiritual, la búsqueda de Dios, para lo que necesitamos purificar el corazón. En esa empresa empleamos muchos medios espirituales y materiales, pues necesitamos éstos para alcanzar la meta perseguida. Toda la RB es un plan de formación, como formador es el monasterio, la jornada monástica, la misma comunidad. Pues bien, el trabajo es igualmente un medio para formar el espíritu. En la medida en que nos esforcemos por vivir responsablemente nuestro trabajo, con seriedad, como medio de vida que es, y con entrega generosa, en esa misma medida vamos a poder ordenar y estimular nuestra vida espiritual de una forma seria, recogiendo los frutos deseados. Es un elemento pedagógico que de alguna forma tiene que ver con el negotium y otium monástico del que ya he hablado anteriormente.
El trabajo siempre ha tenido un valor en la vida monástica, aunque se haya visto de maneras diversas. Los Padres del desierto lo valoraban como medio de subsistencia y para poder hacer limosnas. San Pacomio como medio de ganarse la vida y para ejercitar la obediencia; sus comunidades estaban muy organizadas alrededor del trabajo. San Basilio lo ensalzaba por su valor ascético, hablándonos de la obediencia y renuncia a la propia voluntad que implica (los “oprobios” o dificultades naturales de la jornada que recogerá la RB 58 cuando habla de los novicios) y como un servicio a la comunidad que se ha de realizar con alegría. San Jerónimo lo ve como una buena herramienta para combatir la tentación y crecer en la caridad; para él vale cualquier trabajo, manual o intelectual. Casiano, fuente directa de RM y RB, nos habla de su valor ascético y como medio de vida, al mismo tiempo que nos posibilita ayudar a los hermanos y necesitados; él prefería el trabajo en la celda antes que en el campo, para no disiparse. RM, ya lo vimos, está en la misma línea de rehuir del trabajo en el campo por su relación con los de fuera, aunque reservando, eso sí, un trabajo pesado a los que no quieren leer o no saben o no desean aprender un oficio con el que ayudar a los artesanos. La necesidad hace que la RB alabe el duro trabajo agrícola. Y nuestros padres cistercienses, deseosos de volver a la autenticidad de la RB y ansiando su autonomía económica, optan por éste y otros muchos trabajos que les produzcan los beneficios necesarios.
Pero hoy, ¿cómo vemos el trabajo? Ciertamente la situación ha cambiado y la gente no ve el trabajo siempre de la misma manera. Pocos hay que lo vean como algo más que un simple medio de vida. No son muchos los afortunados que pueden hacer aquello que verdaderamente les gusta, y ya se dan por contentos con no perder el trabajo que tienen. No digamos si miramos a los países menos desarrollados donde el trabajo es un lujo, si es que no se vive en el campo, sujeto a sus duras leyes y sus pocos frutos, pues las mejores tierras siempre las tienen los ricos. En este sentido el trabajo ya no es sinónimo de pobreza, aunque ciertamente que los que no trabajan y viven bien no son modelo de pobres. He aquí un toque de atención para nosotros, la necesidad de vivir de nuestro trabajo y de valorar aquello que tenemos o se nos encomienda, sin despreciarlo o quererlo evadir por ser enojoso, pues se trata de algo que nos ayuda mucho en nuestro desarrollo humano y espiritual.
Cuando hablamos de trabajo lo solemos unir a la idea de fatiga. Por eso hablar de descanso es hablar de no trabajar. Es cierto que todo trabajo serio es fatigoso y exige disciplina, pero esa fatiga no tiene porqué ser identificada como algo negativo. Debemos afrontar con sencillez nuestro trabajo en el tiempo y la comunidad concreta en que nos toca vivir, es lo que nos viene a decir San Benito.