VOSOTROS, LA RAMA;
NOSOTROS, LOS PÁJAROS
Quienes hayan visto la película “De dioses y hombres” les sonará conocida la frase que titula este escrito.
La comunidad de monjes cistercienses del monasterio de Tibhirine en Argelia, se encontraba inmersa en un difícil discernimiento sobre la posibilidad de abandonar el monasterio y marchar a otro lugar donde no se vieran amenazados, como sus vecinos musulmanes, por la violencia que asolaba el país. La trama de la película puso en boca de una sencilla mujer musulmana unas escuetas palabras que rectificaban de forma contundente, lo que los monjes dejaron caer en aquella conversación: la posibilidad de marcharse como pájaros que dejan la rama. Ella dijo: “No, no sois los pájaros; vosotros sois la rama y nosotros somos los pájaros, si os vais, no tendremos donde agarrarnos”.
Salí del cine intentando ahondar en el profundo significado de las palabras de la mujer musulmana que se lo puso crudo a los monjes cristianos: si elegían irse, les dejaban abandonados. Para los vecinos del pueblo, el monasterio era un referente de estabilidad. Sentía la compañía de los monjes en su vida cotidiana; se sentían acompañados y cuidados por ellos.
Días después supe que esas palabras no eran simplemente un recurso del guionista para explicar la situación de desamparo en la que vivían los vecinos musulmanes sino que se relata, algo similar, en una biografía de P.Christian de
Chergé (prior del monasterio de Tibhirine): “¿Sabes? todas las mañanas cuando paso para ir al trabajo, miro al monasterio a ver si hay luz y me digo: Handul illah! (¡Gracias a Dios!) dice un joven vecino”(*).Hacía poco que habían asesinado cerca del pueblo a unos trabajadores croatas. También los monjes había recibido la “visita” violenta en la noche de Navidad de un grupo armado y amenazante. Los vecinos se mostraban especialmente preocupados por lo que había sucedido a los monjes, viviendo ellos también inmersos en el mismo clima de temor y violencia.
«Somos como los pájaros sobre la rama», dice un día Christian a otro vecino.
» No! la rama sois vosotros. Si os vais, no sabremos donde asentar nuestras patas»(*). Esta casi bucólica frase nos remite directa y certeramente a la estabilidad monástica:
el voto que hacen los monjes benedictinos y cistercienses de permanecer vinculados de por vida a una comunidad monástica y a un lugar. No es algo abstracto, tiene la concreción de unos hermanos y un monasterio determinado.
¿Qué significa la estabilidad de nuestros hermanos y hermanas monjes y monjas para los laicos cistercienses que vivimos en el mundo, sintiendo que hay un camino común que nos pone juntos desde nuestras concretas vocaciones y opciones de vida? Contesto la pregunta con las escuetas palabras de la mujer musulmana en la película: “Vosotros sois la rama y nosotros somos los pájaros”.
(*) « Christian de Chergé, prior de Tibhirine » de Marie-Christine Ray, Bayard Éditions, pág. 189)
La comunidad de monjes de Tibhirine tenía miedo y, al mismo tiempo, se sabían libres para marchar cuando quisieran. Un arduo discernimiento tanto individual como comunitario, de lo que era su vocación como monjes en el lugar donde Dios les había puesto, les llevó a tomar la decisión de permanecer aún presagiando que el final podría ser la muerte. Políticos y ejército del país, sus familias y la propia Orden les urgían a salir de Argelia.
El amor a Dios y a sus vecinos musulmanes sumado a la coherencia en su vocación monástica hicieron que la “rama” se fortaleciera y siguieran siendo referente de estabilidad, sosiego y ayuda en la vida de aquellas gentes que ni siquiera podían elegir marchar. La estabilidad no se puede vivir a pelo, se sustenta en el amor y en la fidelidad.
Como laicos cistercienses vinculados a nuestros monasterios de referencia, que una y otra vez volvemos al monasterio como a la fuente, el hecho mismo del voto de estabilidad debe interpelarnos. Vosotros siempre estáis. Nosotros vamos y venimos: nos posamos y volamos. Pero si hay comunión sois referente de estabilidad, de amorosa permanencia. Signo visible de que Dios permanece, no se muda.
En cierta ocasión le comentaba a una amiga: “una de las mil cosas que me gustan del monasterio es que ellos siempre están. Suceda lo que suceda, haga frío, sea de noche o de día, fiesta o vacaciones, tiempos de crisis o de tranquilidad, pase lo que pase, dentro o fuera, ellos siempre está. Más aún, en mi vida, mientras corro, río, lloro, trabajo, me inquieto, busco, llego o no llego… ellos siempre están. Están en lo único importante y como opción de vida. No es un sentimiento abstracto. Ellos están, son personas concretas, una comunidad con caras y nombres que siempre están. Ellos son para mí un referente de estabilidad”.
Degustamos los manjares de la vida monástica: oración, silencio, soledad, lectio divina, el trabajo entendido de otra manera más humana, la sencillez de vida, la acogida, la estabilidad y tantos matices que, estando abiertos, percibimos quienes recorremos los claustros. Y cuando nos calan, volvemos empapados a nuestra vida cotidiana en medio del mundo, con nuestras familias, trabajos, inquietudes y anhelos, concretando en nuestra realidad los “regalos” recibido en la vida monástica, abriéndonos a la creatividad que el Espíritu Santo nos inspire para vivir y transmitir a Dios en nuestras propias vidas. Así le pedimos:
Que la oración sea el eje de nuestra vida.
Que el silencio y la soledad se busquen y se procuren para no perder el norte y vivir desde dentro, evitando la permanente dispersión.
Que la lectio nos mantenga en la tensión de la escucha de la Palabra que nos dice siempre algo nuevo para cada día.
Que la dureza de la deshumanización en el mundo del trabajo se vea suavizada por una visión más trascendente del mismo.
Que la sencillez de vida nos permita vivir ligeros del equipaje que perece.
Que la acogida nos abra al encuentro y entrega a los otros y nos ayude a no cerrarnos sobre nosotros mismos por el miedo y la indiferencia.
Que la estabilidad de los monjes, que nos produce sosiego en un mundo en permanente cambio donde todo es efímero y desechable, nos haga ser referente estable para quien nos necesite.
Me contó un hermano monje que es una recomendación importante de la vida cisterciense “amar la Regla y el lugar”. Entiendo que sólo sabiéndose amado por Dios se podrá amar la Regla y el lugar donde vivir como monje, sea donde sea y con quien sea. La Regla sin amor es un listado de preceptos vacíos de contenido; el claustro sin amor puede ser una cárcel; y la estabilidad sin amor es un asunto de metros cuadrados en donde se puede permanecer ajeno a lo que rodea.
Pero desde el Amor la rama crece y se fortalece, y los pájaros van y vienen a posarse en la confianza de que son acogidos y queridos. Como ocurrió en Tibhirine y ocurre en tantas comunidades monásticas de todo el mundo, que viven amando la Regla y el lugar, es decir, a Dios, a los hermanos y a los que se “posan en sus ramas”.
Mari Paz López Santos
Publicado en la revista “INTERCAMBIOS MONÁSTICOS” nº 55 – junio 2011