La segunda parábola sobre el reino de los cielos es la de la cizaña. Con ella se nos avisa que hay poderes ocultos que se empeñan en impedir que salga una buena cosecha, que no es otra cosa que nuestras tendencias egoístas que todo lo malean. Son también las dificultades que aparecen en el camino y que hemos de afrontar con cuidado para no dañar la simiente sembrada. Bien sabemos que un celo excesivo puede provocar más daño que beneficio. La cura debe centrarse en la herida sin perjudicar al resto del organismo.
El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en un campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.
Sin duda que, a veces, nos adormilamos, bajamos la guardia, dejamos de dar importancia a ciertas cosas y permitimos que se haga una fisura en nuestra muralla o que quede abierta la puerta de nuestra casa. No podemos estar continuamente en estado de alerta y el mal se nos cuela en el alma personal o comunitaria. De nada vale lamentarse, hay que actuar y hacerlo con inteligencia, pues el mal espíritu actúa con sutileza. Cuando nos encontramos ante un contratiempo evidente nos activamos enseguida. Pero cuando se trata de algo imperceptible, como las células cancerígenes que se van multiplicando dentro de nosotros, entonces el daño personal o comunitario puede ser terrible, pues no nos damos ni cuenta. En estos casos deberíamos actuar con la contundencia de la que nos habla San Benito, extirpando el mal en cuanto nace. Pero cuando el mal se encuentra mezclado con el bien, como las espigas nacientes con la cizaña, es más difícil, la estrategia debe ser diferente si no queremos perjudicar. Si no podemos extirpar todo el mal, vamos a tratar de identificarlo y aislarlo, soportándolo pacientemente, pero sin dejarnos arrastrar por su tendencia destructiva. Si la tristeza nos invade, tratemos de sobrellevarla con paciencia sin echarnos en sus brazos. Es bueno tomar distancia en nuestro interior de todo aquello negativo con lo que tenemos que convivir por más que nos moleste.
El mal espíritu siembra el desánimo, la incomprensión, el rencor, los enfrentamientos, la maledicencia, las envidias, etc. Tenemos que identificar todo eso en nosotros para no dejarnos arrastrar por ello y poder extirparlo cuando sea posible. Y quizás no lo consigamos nunca y tendrá que ser el Señor quien al final de la vida eche todas esas cosas al fuego para quedarse con nuestras buenas obras y la paciencia con la que hayamos sabido afrontar la cizaña sembrada en nuestro campo.
Hay otro aspecto que nos cuestiona esta parábola. La cizaña daña el crecimiento de la espiga, pero ese mal puede venir de dentro o de fuera. El problema no es que haya malvados en el mundo, sino que los haya allí donde el Señor sembró las semillas del Espíritu, es decir, dentro de la comunidad cristiana. San Pablo nos dice en la primera carta a los Corintios: Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a los ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos, ¡ni comer! (1 Cor 5, 9-11). Duras palabras, pero que nos animan a vivir en coherencia. No creo que se trate del que cae ocasionalmente, sino del que “es”, es decir, del que vive así y no trabaja por cambiar. La cizaña que viene de fuera no hace tanto daño como la que surge de dentro, la que convive con nosotros.
También es cierto que podemos desconcertamos cuando queremos tener las cosas bien en su sitio y escuchamos lo que Jesús dice a sus criados voluntariosos y llenos de celo: No arranquéis la cizaña que podríais arrancar también el trigo. Pero, Señor, ¿acaso no es conveniente extirpar el mal de la comunidad y hacer lo posible porque las cosas estén lo más ordenadas que se pueda para favorecer una vida armoniosa y tranquila? Es importante el motivo que aduce el Señor. No es que no desee arrancar la cizaña, pues qué mejor que eliminar el vicio en cuanto nace, sino que teme se eche a perder el trigo al no distinguirse claramente de la cizaña cuando todavía está verde. Al principio, el trigo y la cizaña no se distinguen. La cizaña tiene la característica de ser algo que crece espontáneamente entre los sembrados y su semilla termina siendo venenosa en algunos casos. De ahí la importancia de separarla del trigo cuando se es capaz de distinguirla certeramente, lo que sucede al madurar, pues el trigo, con el peso del grano, se inclina hacia abajo, mientras que la cizaña, al ser hueca, no se doblega. Por eso, Jesús nos dice que debemos llevar cuidado y no acelerarnos. Hay que discernir el momento oportuno para actuar. Algunos creen verlo todo con mucha rapidez, especialmente si no tienen la responsabilidad de tomar decisiones, pero los que la tienen han de saber esperar, aunque vean la cizaña. Los criados la vieron, pero el Señor les mandó esperar para arrancarla, pues no había llegado el momento oportuno.
En esta parábola encontramos también reflejado el tema de la retribución y la justicia. Los hombres siempre se han cuestionado sobre la injusticia, cómo es posible que a los que practican el mal parece que las cosas les van bien y los que hacen el bien tienen que sufrir calamidades. Sabemos que la Biblia intentó explicarlo de diversas formas para no dejar a Dios en mal lugar. El libro de Job nos viene a decir que al final de la vida el justo que ha sufrido pacientemente la injusticia tendrá una recompensa mayor. Pero la experiencia parece negarlo en la mayoría de los casos. De ahí que se retrase el premio para la otra vida, de donde nadie ha vuelto para contarnos. El mismo Señor Jesús alcanza el reconocimiento del Padre en su resurrección y ascensión al sentarse a su derecha. Así, en el juicio final se nos dice que los ángeles echarán al horno de fuego a los inicuos y los justos brillarán como el sol. No nos toca juzgar a nosotros, nos dice también Jesús, dejemos que el juicio lo practique el justo juez al final de los tiempos, algo que también nos viene a decir la última de las siete parábolas que nos habla de la red que se echa en el mar y coge todo tipo de peces que serán seleccionados finalmente, separando los válidos de los que carecen de valor.
En verdad la promesa es hermosa, pero necesitamos dar el salto al vacío de la fe, experimentando así un anticipo del premio futuro en una vida confiada y gozosa, en una experiencia interior transformadora que nos permite vivir en el amor y en la presencia de Dios, nuestro tesoro.
El evangelio de Marcos sustituye la parábola de la cizaña por la del grano que germina y va creciendo sin que el agricultor se dé ni cuenta, así es el reino de los cielos: El reino de los cielos se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo… Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega (Mc 4, 26-29).