En varias ocasiones el tema del sábado surge en los evangelios. ¿Cuál es el origen de su dimensión religiosa?
El mandato de guardar el sábado aparece en la ley mosaica, en los diez mandamientos La ley mosaica tiene unos mandamientos positivos y otros negativos, buscando proteger la prioridad de Dios frente a cualquier tipo de idolatría y evitar cualquier daño a nuestro prójimo. En este sentido, el sábado aparece como una forma de protección de los más débiles, garantizando un día de descanso semanal, que se extiende incluso a los animales. Y se le da un sentido religioso proponiendo que se le dedique totalmente al Señor. Todo esto queda reflejado en el relato bíblico de la creación en seis días, “descansando” Yavé el séptimo día, lo que en la tradición cristiana se recoge en su dimensión social de descanso y se enriquece celebrando ese día la resurrección del Señor, por lo que se pasa al domingo.
Como el afán humano de hacer y enriquecerse es grande, olvidando el descanso, especialmente el de los siervos y empleados, el código sacerdotal trató de protegerlo llegando a amenazar a los transgresores con la muerte (cf. Ex 31, 15). Al mismo tiempo se resalta el sábado como signo de la unión esponsal de Dios con su pueblo, un pueblo que le pertenece. De ahí la celebración del Sabbat con ritos nupciales. El sábado pertenece a Yavé y no puede reclamarse para el trabajo. El trabajo profana el sábado. Respetándolo se pone de manifiesto que pertenecemos a Dios.
Antes del destierro a Babilonia el sábado se vivía de forma festiva, dedicado al culto divino y a la visita a los santuarios. Pero tras la destrucción del templo, viéndose alejados de su país, el sábado fue visto como un signo de identidad, remarcando, aún más su importancia y observancia. La casuística rabínica fue enumerando una lista de trabajos que no se podían realizar en sábado, llegando algunos rabinos a considerar que también se violaba dicho día por el simple hecho de arrancar y restregar unas espigas, llevar a cuestas un camastro, curar a un enfermo que no se estuviera muriendo o guisar (había que hacer la comida el día anterior), y el descascarillar los granos de trigo antes de comerlos, parece que se podría considerar como preparar la comida, …
Jesús no pone en cuestión la observancia del sábado, pero sí su rígida interpretación, recordando que el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado, que la ley busca salvar y no debe ser utilizada como arma arrojadiza para condenar, que la celebración del sábado no obliga si ello conlleva un daño para el hombre. De hecho, los rabinos admitían su excepción en peligro de muerte, pero Jesús lo amplía más, mostrando un enfado evidente con la hipocresía de los que defienden el formalismo de la práctica rigurosa del sábado mientras pasan por alto preceptos importantes de la ley.
Más que entrar en una dialéctica casuística del “tú más” o de analizar lo injusto e incongruente de ciertas normas impuestas -que también-, Jesús se siente muy dolido por la dureza de corazón de los fariseos que condenan con facilidad a sus hermanos siendo ellos mismos pecadores: Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificios”, no condenaríais a los inocentes.
Y no contento con eso da un paso más. Si los fariseos acusan a sus discípulos de haber quebrantado las prohibiciones impuestas por ellos en sábado, ahora será él mismo quien lo haga de forma consciente, dejando de manifiesto que la persona está por encima de las normas humanas que pretenden interpretar la ley. Su intención está tan clara como la malicia de los escribas y fariseos que solo buscan cazarlo: Entonces preguntaron a Jesús para poder acusarlo: “¿Está permitido curar en sábado?”. Superando esa pregunta trampa que solo pretende cazarlo quedándose en la literalidad de la norma, Jesús responde: Está permitido hacer el bien en sábado, curando al hombre de la mano paralizada y mostrándoles a ellos su hipocresía al no tener escrúpulos de rescatar a una de sus ovejas si cae en una zanja en sábado. Ciertamente que se puede posponer la cura no urgente a un día que no sea festivo, como se hace en los hospitales, pero vemos a Jesús irritado con el rigorismo fariseo y desea dejar de manifiesto la prioridad de hacer el bien y del ser humano.
En este pasaje queda en evidencia la cerrazón del corazón humano. Con mucha frecuencia no nos importa la verdad, sino lograr lo que deseamos o imponer nuestro criterio, tratando de que el otro deje de hacer lo que hace, más porque me molesta que porque esté faltando a la ley, lo que se evidencia porque un mismo hecho me escandaliza cuando lo hace el que me fastidia, mientras que lo justifico en el amigo.
Ni la evidencia de un milagro es capaz de cambiar nuestro criterio. ¿Por qué? Porque hemos dejado de actuar con la razón para dejarnos atrapar por las emociones. Porque hemos dejado de buscar la verdad para buscar únicamente imponernos. Es algo que vemos fácilmente en los demás, pero que se oculta a nuestros ojos cuando somos nosotros los que lo hacemos. Tanto Marcos como Lucas dicen que los fariseos acechaban a Jesús, “como el diablo que, como león rugiente, anda al acecho buscando a quien devorar” (1Pe 5,8). Por eso, tras ver el milagro se dice: Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Eso era lo único que les importaba, quitar de delante de su vista a aquel que les molestaba, pues les daba grima. El oscuro mundo de las emociones y del ego herido justifica la aniquilación del otro, bien sea con la difamación, la calumnia, la exclusión o la destrucción. Y si nos preguntan, diremos: él tuvo la culpa, él se lo buscó, es imposible vivir con él, atenta contra las normas y la cohesión del grupo, importándonos muy poco la verdad y la compasión. Pero ahí está el Maestro que nos enseña el camino que lleva a la vida, pues quien ama y perdona se siente amado y perdonado.