El motivo de amar a Dios es Dios, porque es la causa eficiente y final. El crea la ocasión, suscita el afecto y consuma el deseo. El hace que le amemos, mejor dicho, se hizo para ser amado. A él es a quien esperamos, él a quien se ama con más gozo y a quien nunca se le ama en vano. Su amor provoca y premia el nuestro. Lo precede con su bondad, lo reclama con justicia y lo espera con dulzura. Es rico para todos los que le invocan, pero su mayor riqueza es él mismo. Se dio para mérito nuestro, se promete como precio, se entrega como alimento de las almas santas y redención de los cautivos.
¡Señor, qué bueno eres para el que te busca! Y ¿para el que te encuentra? Lo maravilloso es que nadie puede buscarte sin haberte encontrado antes. Quieres ser hallado para que te busquemos, y ser buscado para que te encontremos. Podemos buscarte y encontrarte, mas no adelantarnos a ti. Pues, aunque decimos: Por la mañana irá a tu encuentro mi súplica, nuestra plegaria es tibia si no la inspiras tú.
“Liber de Diligendo Deo”
(Libro sobre el amor a Dios) VII, 22