PROLOGO DE LA RB
(Pról.10) 10.04.11
Todos estamos invitados a trabajar en la viña del Señor, pero no siempre tomamos conciencia pronta de esa llamada. Trabajar en la viña del Señor ha de llenar de vida y gozo, por eso debiéramos alegrarnos oír la llamada al comienzo del día sin esperar a la tarde de nuestra vida. Cuando la “hora de Dios” se hace presente al abrir el oído, escuchamos al salmista que nos dice cuál es el camino para alcanzar la vida y la felicidad que nos promete la invitación de Dios: guardarse de la falsedad y controlar lo que sale de nuestra boca, apartarse del mal, obrar el bien y buscar la paz. A lo que continúa la Regla siguiendo libremente el salmo 33: Y, cuando hayáis cumplido esto, mis ojos estarán fijos en vosotros y mis oídos atenderán vuestras súplicas, y antes de que me invoquéis os diré: Aquí estoy. ¿Puede haber algo más dulce para nosotros, queridos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? Mirad cómo el Señor, en su bondad, nos indica el camino de la vida. Ceñidos, pues nuestros lomos con la fe y la observancia de las buenas obras, tomando por guía el Evangelio, sigamos sus caminos, para que merezcamos ver a Aquel que nos llamó a su reino.
Ciertamente que no se trata de que podamos comprar la benevolencia de Dios con nuestras buenas obras, pues su gracia y su misericordia son anteriores a nada, pero la Escritura nos recuerda que la oración del justo es escuchada (St 5, 16), mientras que el malvado no es atendido. Una cosa es que la misericordia de Dios esté siempre pronta para con todos y otra muy distinta es que la intimidad propia del amor esté reservada para aquellos que se abren con prontitud a la llamada divina. Algo característico del amor es estar atentos a los deseos del amado, intentando complacerlo aún antes que los exprese. Porque, además, esos deseos suelen coincidir con los propios, ya que dos que se aman se abren generosamente a los deseos del otro, haciéndolos propios en no pocas ocasiones. Por el contrario, el que no ama se aleja mucho de esos deseos, buscando sólo el propio beneficio o resalta lo contrario en su necesidad por autoafirmarse y negar al que quizá vea como un adversario.
Es por ello que frecuentemente descubrimos la presencia o ausencia de Dios en nuestras vidas en la medida en que nos sentimos unidos más o menos a él. Es posible que los santos no experimentasen una presencia de Dios mayor que la nuestra, pero sí sabían ver esa presencia y aceptar aún la adversidad desde esa relación de amor que quizá nos falte a nosotros y por lo que vemos ausencias y temores donde debiera reinar paciente confianza. Sólo el amor es capaz de ver más allá de las apariencias e intuir la presencia del que no se ve. Por eso el que busca el bien al que nos invita el Señor escucha las palabras Aquí estoy antes de que lo invoque.
Y sigue preguntándose San Benito: ¿Puede haber algo más dulce para nosotros, queridos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? Yo creo que todo depende de cómo lo miremos. Nos pueden invitar a un banquete (Reino), y parece que lo más lógico es alegrarnos, pero si en la invitación nos dicen que ese banquete requiere hacer un largo camino, renunciar a otros proyectos que teníamos para ese momento, comprar algún regalo costoso, etc., quizá ya no nos alegremos tanto. Una vez más todo estará en función del lugar que ocupe en el propio corazón la persona que nos invita. Cuando el “corazón da saltos” de enamorado, no cuesta absolutamente nada, pues las dificultades ni siquiera se ven, simplemente se diluyen. Cuando se ama de una forma más serena y profunda, sí que se ven las dificultades, pero se tienen en nada y basura comparadas con el amor que se vive. Cuando el amor es una amistad pasajera, se afrontan las dificultades con gran esfuerzo por el “cumplimiento social”, pensando que a la larga algún beneficio podemos obtener. Pero cuando no se ama, simplemente lo rechazamos porque tal invitación “no nos compensa” de ninguna de las maneras.
El Señor, en su bondad, nos indica el camino de la vida, sigue diciéndonos la Regla. Nos indica el camino, pero no nos mete por él a empujones. Hemos sido creados libres y llamados a la libertad en el amor. Una gran diferencia entre la acción de Dios y la de los hombres es que Dios crea en gratuidad y no pretende forzar a su criatura, sino que suscita en ella el deseo de entrar en una relación libre de amor con su Creador. Quien fuerza la obra de sus manos le inocula el germen de la muerte, lo transforma en cosa para provecho propio, lo que podemos hacer con lo que creemos es amor a los hermanos. Quien deja libertad a la obra de sus manos, le da alas para que tenga vida en sí misma, permitiéndole entrar en un diálogo de amor libre, sin obligarle a amar “por narices” ni introducirle a rastras en un hipotético camino de la vida. El Señor, en su bondad, nos invita a ese camino de la vida, un camino que va más allá de la mera existencia física o estancia en un monasterio, es la vida que cada cual decida tener en su experiencia interior.
Pues bien, a quien decida seguir ese camino de la vida, San Benito le recuerda lo que debe hacer. Primero llevar un mapa para no perderse, el mapa del Evangelio (Tomando por guía el Evangelio), siguiendo el camino que ahí se nos propone y que nos conducirá al Reino. Después ir con la ropa adecuada para emprender dicho viaje. ¿Cuál es el equipo que necesitamos? Sólo dos cosas se nos indica: hemos de ceñirnos con la fe y un buen corazón (buenas obras). La fe mantiene la esperanza a pesar de las muchas dificultades del camino, a pesar de los cansancios o de las caídas, a pesar de los nubarrones y de los miedos. La fe nos hace vivir en una paciencia confiada. La pureza de corazón son las piernas que nos permiten ir caminando según los mandatos del Señor, creciendo en el amor y la donación de uno mismo. No se trata tanto de hacer “obras buenas” que se puedan sumar en nuestro haber, sino vivir desde la bondad de Dios que ha sembrado en nosotros. Entonces seremos luz para los que nos contemplen aún sin darnos cuenta nosotros mismos.
Es importante tomar ese mapa y pertrecharnos de ese equipaje antes de emprender el camino, si no queremos oír las risas que tuvo que soportar el que comenzó una torre y no llegó a terminarla. Ahí el Señor nos recuerda también que miremos si tenemos suficiente dinero antes de echar los cimientos. ¿Y en qué consiste esa cuenta corriente abultada que nos permita terminar la torre o llegar al final del camino? Nos lo explica el Señor: Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 33). Y lo que “tenemos” no son sólo las cosas que nos rodean –lo que nos ha dado la vida y podemos perder fácilmente- sino aquello con lo que nacemos, eso que somos y que nadie nos puede quitar si nosotros no lo damos. Pues eso es lo que se nos pide para hacer el camino, la donación de uno mismo, vaciar las cuentas que nos dan seguridad para caminar con la única seguridad de la fe en Aquel que nos ha llamado.