Precariedad e indigencia creativa
Aprovechando la Hora de la Providencia
(Conferencia al V Capítulo General de la Congregación de San Bernardo, Las Huelgas, Septiembre 2007)
1. Introducción
Nada nuevo nace si antes no ha sido soñado e imaginado, deseado y esbozado. Cuando nuestros deseos se unifican y vertebran en un único deseo, toda la vida puede ser orientada y focalizada en un futuro diferente y, al mismo tiempo, coherente con nuestras raíces.
Los verdaderos sueños difieren de la ensoñación. Ésta última es propia de trasnochados anclados en el pasado que desean repetir o que huyen al futuro por miedo del presente; fantasiosos que creen en la magia y la confunden con la providencia. Nada de esto transforma al sujeto y, en consecuencia, tampoco sus circunstancias. Los futuros idílicos y los pasados eternamente añorados congelan la fuente del deseo y bloquean la fuerza de la vida y de la creatividad. Es así como mueren los sueños verdaderos y las utopías motivantes.
Ciertos “postmodernos” han decretado la muerte de las utopías y proclaman el fin de los “grandes relatos”, es decir: las grandes causas. No estamos de acuerdo con estas afirmaciones, aunque podemos comprender el origen y causa de las mismas. Mientras haya seres humanos habrá pequeños y grandes deseos, habrá sueños y habrá utopías. Éstas últimas son la expresión grupal y social de los deseos más profundos, permiten encontrar lo nuevo en lo viejo, potencian la fecundidad de la vida, originan proyectos insospechados y preñados de esperanza.
2. Perdiendo temores
La experiencia nos enseña lo siguiente: muchos seguidores y seguidoras de Jesús dejan de seguirlo cuando éste se abandona a la Providencia del Padre y se lanza hacia un futuro carente de seguridades humanas. La difícil situación de muchas comunidades monástica en algunas sociedades y culturas contemporáneas nos invita a confrontar con fortaleza y esperanza la situación presente. Pero para esto es necesario vencer el miedo y la parálisis que suscita un futuro incierto; de esta forma es posible hacer de la necesidad virtud, de la indigencia plenitud y de la precariedad una fuente de creatividad.
2.1. Porqué teméis
El miedo paraliza, y si nos permite movernos es sólo para huir. El instinto de defensa entra en acción. Nuestra cultura machista y eficientista desprecia a los miedosos, por eso éstos disfrazan su miedo con justificaciones razonables para no ser causa de rechazo y vergüenza. Las mujeres son más libres a este respecto, pero esto no impide la parálisis que proviene del temor y del miedo.
Nuestra poca o ninguna fe en Jesús es la causa principal de nuestro miedo ante las situaciones difíciles y de riesgo. El Evangelio abunda en ejemplos. Veamos uno de ellos que habla a gritos de nuestra debilidad y falta de fe en el Señor de la historia y del cosmos: la tempestad calmada (Mt.8:23-27).
El contexto precedente del texto que nos ocupa es la llamada al seguimiento (8:18-22), esto es importante para interpretar el sentido profundo del relato. Veamos sucintamente algunos detalles del acontecimiento, nos valemos de algunas palabras claves.
-Seismós mégas:
-Gran terremoto o sismo (Mt.24:7; 27:54; 28:2).
-La tierra temblaba terriblemente en el fondo del mar.
-Jesús dormía:
-Totalmente ausente a lo que sucedía.
-¿Porqué sois cobardes? ¡Qué poca fe!
-Deiloí: cobardes, miedosos.
-Oligópistoi: gente de poca fe.
¿Cuál es el mensaje de este patético texto evangélico? En síntesis: para seguir a Jesús hay que estar dispuesto a una existencia amenazada y hasta sentir que Él está como ausente; ¡hay que superar el miedo con la fe! Y esto sucederá muchas veces en la vida. Hasta parece que cuanto más se avanza más minado está el terreno de los seguidores de Jesús: Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo (Mc.10:32).
No es raro entonces que algunas comunidades vacilen a la hora de avanzar cuando sus futuros son inciertos. Sucede así lo que ya sabemos: quién no avanza, retrocede. De este modo, aquello que podría haber sido una oportunidad se convierte en una fatalidad.
2.2. Se fue triste
El inmovilismo, en el contexto del seguimiento, es un pretensión de cercanía sin movimiento. Hasta podemos hablar de un cierto tradicionalismo sin tradición, es decir: recepción sin entrega. En otras palabras: involución por falta de evolución.
Una simple lectura del libro de la experiencia y de la vida nos enseña las causas de esta triste situación. Las siete siguientes hablan por sí mismas: ataduras a los bienes materiales, dependencia del pasado, negación del futuro, intereses y seguridades adquiridas, parálisis ante lo desconocido, rechazo al riesgo y al cambio, miedo a la libertad…
Consultemos la Buena Noticia de Jesús, veamos un pasaje en el que lo bueno se convierte en malo, la buena noticia del llamado se convierte en mala noticia, la gracia ofrecida se vuelve desgracia abrazada, y todo a causa de la parálisis y el inmovilismo que impide seguir al Maestro. El relato del “joven rico” (Mt.19:16-21) es un buen ejemplo.
Tomemos nota del contexto precedente: los niños se acercan a Jesús, el Reino de los cielos es de los que son como ellos (13-15). Nos servirá para comprender mejor el sentido del pasaje. Veamos ahora la dinámica y el sentido del diálogo que se entabla entre Jesús y el joven.
-Jesús contestó, guarda los mandamientos:
-Es así como entrarás en la vida.
-El Joven le dijo, todo eso (la segunda tabla de la ley) ya lo he cumplido, ¿qué me falta aún?:
– ¿Es qué hay aún algo más?
-Jesús le dijo:
-Si quieres ser perfecto: si quieres pasar de la antigua a la nueva alianza, si quieres entrar en el Reino que yo proclamo e inicio…
-Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres: pues esas riquezas te atan y retienen, te impiden ser pequeño ante Dios y hermano de todos.
-Luego ven y sígueme: Yo te guiaré y haré entrar en el Reino.
-El joven se fue muy triste porque poseía muchos bienes:
-Los bienes no le sirvieron para reinar con Jesús, todo lo contrario.
Este texto del Evangelio, ubicado en su contexto, nos está diciendo que para seguir a Jesús hay que ser libres como los niños y los pobres, abiertos siempre hacia el futuro y el cambio. Quizás algunas comunidades sean demasiado “adultas” y razonables para arriesgar seguir a Jesús cuando éste se lanza hacia el futuro sin caminos. Lamentablemente, sigue siendo verdad que: El que mira para atrás no es apto para el reino de Dios (Lc.9:62).
En fin, el deseo fontal de Dios, ese deseo que motiva nuestra búsqueda de su Rostro en Cristo y que nos permite una creatividad infinita ante nuevas situaciones, se enfría, congela y paraliza a causa del miedo y el inmovilismo. Será necesario apoyarse en el Señor y proveerse de una buena dosis de ese realismo que carga con la realidad y ese sentido del humor que distiende humores y temores.
3. De qué estamos hablando
La situación precaria en que se encuentran muchas comunidades monásticas se manifiesta e identifica por la presencia de una serie de características relacionadas entre sí, relaciones mucha veces causales, es decir: una desencadena otras. Algunas de estas características o situaciones son totalmente ajenas a los deseos de la comunidad, son producto de circunstancias ajenas a su voluntad. Entre ellas, las siguientes:
-Movimiento vocacional mínimo y/o proveniente de otras culturas.
-Alta edad media de los miembros de la comunidad.
-Reducido grupo de personas y problemas de salud.
-Dificultad para encontrar personas aptas para el servicio de autoridad.
-Sobrecarga de trabajo y pluralidad de servicios en una misma persona.
-Poco tiempo para la formación permanente.
-Servicios y trabajo lucrativo dependientes de seglares.
-Economía basada en pensiones o rentas de diferente tipo.
-Edificios desproporcionados por su amplitud.
-Participación reducida en el Opus Dei.
-Conversatio aliviada por dispensas varias.
No hace falta decir que esta evaluación no implica ningún tipo de juicio moral negativo sobre la realidad comunitaria y de sus miembros. Todo lo contrario, muchas veces los monjes y monjas que se encuentran en estas situaciones viven una vida que raya en el heroísmo.
Además de lo recién señalado, podemos también presentar otras notas que delatan un deterioro del ánimo comunitario y de la conversatio monástica.
-Enfriamiento del deseo y de la esperanza.
-Carencia de sentido y visión de futuro.
-Proyectos de orden meramente material.
-Unidad y armonía basada en la tolerancia.
Obviamente, la presencia conjunta de estas cuatro notas manifiestan un peligro eminente de extinción, y suscitan una pregunta de serias consecuencias: ¿puede una comunidad así formar futuros miembros? Cuanto más de estas notas estén presentes en una comunidad determinada tanto más esa comunidad se sumerge en el ámbito de la indigencia y precariedad, tanto más va perdiendo irradiación desde la gracia monástica, se hace más difícil resurgir desde las cenizas y de convertir la incertidumbre en ocasión de resurgimiento.
Por el contrario, una comunidad disminuida y precaria, pero que conserva la esperanza y tiene visión comunitaria de futuro, tiene más posibilidades de resucitar que otras que carecen de estas cualidades. Aún más, es mejor ser paupérrimo y con grandes deseos que ser rico y desesperanzado.
3.1 Carenciados pero creativos
La situación precaria de una comunidad puede convertirse en una oportunidad y en una “Hora” de la Divina Providencia. Pero esto no sucede por arte de magia ni por meros voluntarismos. Es necesario abrirse a la gracia creadora y providente de Dios.
La creatividad no es sólo obra de genios sino de personas con un poco de ingenio y que han renunciado al: poder, dominio, reconocimiento, prestigio, protagonismo e individualismo autosuficiente; personas en camino de autoliberación, que no temen equivocarse y poseen una cierta capacidad de riesgo; personas que no llenan la propia vida con compensaciones y paliativos de cualquier índole que sean.
Nuestros deseos profundos subyacen a los sueños y a las utopías. Son ellos los que nos permiten ser creativos, y el primero es ser recreado es el mismo deseante, soñador y utópico. Estas personas son fecundas y generativas, vitales y dinámicas. Cuando han concebido un proyecto ya lo sienten realizado en las entrañas de sus deseos y sueños.
Los sueños auténticos son resistentes a toda adversidad, los obstáculos y las pruebas sirven para discernir su autenticidad. La frustración no existe cuando se puede elevar la mirada y ver más lejos. Quien sabe esperar convierte lo esperado en realidad. Es que la esperanza es una transfusión del deseo divino en nuestro propio deseo humano; esta fuerza energética, recibida de lo alto, pasa por alto todo lo que interfiere su camino. Quienes así viven, viven renaciendo, pues viven con sentido.
Solamente los sueños y las utopías nos ponen en contacto con nuestros deseos profundos. Y cuando estos deseos se traducen en vocación, entonces sí, la vida se ha simplificado, orientado y potenciado. Nada ayuda más a encontrar la propia identidad que el descubrimiento de un deseo que se interpreta como llamado. Cuando se sabe quien se es, porque se sabe lo que se desea y quiere, se puede convertir la nada en algo, y ese algo en mucho.
4. Contemplando nuestra herencia
Los sueños y utopías de los que estamos hablando han de convertirse en esbozos y diseños de aquello que deseamos. Pero antes de comenzar a bosquejar habrá que sumergir la mirada del corazón en la herencia recibida, se trata de dar a luz algo nuevo pero no simplemente novedoso, algo aún inédito pero no extravagante. Se trata de asumir la tradición a fin de entregarla enriquecida.
La Regla de Benito de Nurcia y la lectura-interpretación de nuestros Padres Cistercienses han de ser nuestros guías seguros hacia un futuro según la voluntad de Dios a través de un presente minado de incertidumbres.
4.1. La Regla de S. Benito
Una lectura atenta de la Regla de San Benito nos permite detectar unas pocas características que explican su permanencia a lo largo del tiempo y en diferentes geografías y culturas. Estas características son: espiritualidad cristocéntrica, elementos transculturales, pocos principios claves y equilibrio dinámico entre ellos.
4.1.1. Espiritualidad cristocéntrica
El corazón de la espiritualidad benedictina puede expresarse así: amor afectivo a Cristo que se hace efectivo mediante una participación activa en la liturgia, y una asidua lectio divina, una concreta comunión fraterna y una conversatio monástica integral. Es decir:
Cristocentrismo afectivo y efectivo: nada anteponer a su Persona y proyecto.
Celebración litúrgica: para gloria de Dios y salvación de la humanidad.
Lectio divina: en diálogo de amor con el Amado
Comunión fraterna: a fin de ser Iglesia-Esposa en el Espíritu.
Observancias monásticas: como mediación y expresión de amor.
4.1.2. Elementos transculturales
En la mentalidad de San Benito es muy claro aquello que constituye el ABC de la búsqueda monástica de Dios y que, por consiguiente, está más allá de tiempos y lugares, es decir, de las diferentes culturas en las que puede “inculturarse” la Regla. Estos elementos constituyentes los encontramos en los pocos criterios que sirven para discernir la autenticidad de una vocación monástica (RB 58):
-Búsqueda sincera de Dios: el monje y la monja no se satisface con lo que la vida secular ofrece para buscar a Dios, por eso está dispuesto a renunciar a todo (incluido su propio cuerpo, RB 57:25) a fin de abrazar las cosas duras y ásperas que llevan misteriosamente a Dios (RB 58:8). El binomio oración-renuncia es típico de la vida monástica. Este primer criterio, de tipo interior o místico, se verifica por otros tres criterios externos, con una nota común: zelo, pasión, entusiasmo, que podrá variar en sus manifestaciones pero que nunca podrá faltar.
-Zelo por el Opus Dei: no se trata solamente de participar de todo corazón en la celebración litúrgica, sino también de preferirla a cualquier otra actividad.
-Zelo por la obediencia: es decir, subordinación permanente a la voluntad de Dios (RB 7:31-32), manifestada por medio de diferentes tipos de autoridad, aunque puedan ser imperfectos: el abad y la regla (RB 1:2), otros miembros de la comunidad individual o grupalmente considerados (RB 3; 71; 72:6), gente del exterior (RB 61:4; 64:4).
-Zelo por los oprobios: se trata de abrazar la vergüenza que implica manifestar a otros las propias miserias, aceptar las típicas humillaciones cotidianas y los servicios comunitarios humildes que pueden contradecir el status social precedente.
4.1.3. Pocos principios claves
Si tratamos de ser más completos, podemos resumir y enriquecer lo arriba dicho, detallando del siguiente modo los principios claves de la Regla de San Benito:
-La finalidad de la vida monástica es la búsqueda de Dios (RB 58:7).
-A Dios se lo encuentra en Cristo (RB 4:21; 72:11).
-El cenobita lo busca bajo una Regla y un Abad (RB 1:2).
-El Opus Dei ocupa un lugar prioritario (RB 43:1-3).
-La oración privada es preparación y prolongación del Opus Dei (RB 4:56; 52:1-5).
-La lectura y meditación alternando con el trabajo equilibran la jornada (RB 48).
-La obediencia, taciturnidad, humildad son los pilares de la vida ascética (RB 5-7).
-La caridad fraterna bajo forma de buen celo domina la moral de la Regla (RB 72).
-El monasterio es un taller en donde el monje/a ejercita el arte espiritual (RB 4:78).
-La discreción es virtud esencial para que haya paz en la Casa de Dios (RB 64:17-19).
-La estabilidad es requisito para la fecundidad de esta vida (RB 4:78; 58:9,17).
Otra forma de presentar estos principios fundamentales es traducirlos en observancias cardinales. Las ofrecemos en cuatro tríadas horizontales que suman doce si se suman sus elementos constitutivos.
Opus Dei | Lectio divina | Intentio cordis |
Humildad | Obediencia | Taciturnidad |
Trabajo | Clausura | Hospitalidad |
Pobreza | Austeridades | Simplicidad |
Por lo demás, es evidente que el mismo San Benito es bien consciente de que hay muchos elementos de su Regla que son totalmente adaptables, tales como: la distribución de los Salmos (RB 18:22-23), el uso del vino (RB 40:5-8), la preparación de los alimentos (RB 39:6-7), la forma de vestirse y calzarse (RB 55:1-8), el tipo de trabajo (RB 48:7-9), la forma de administración de la Casa de Dios (RB 65:12-15).
4.2 Equilibrio dinámico
La Regla nos enseña a vivir una vida integral, armónica, equilibrada, “holística”. En efecto, en la Regla encontramos que sus diferentes elementos forman parejas complementariamente equilibradas. El equilibrio o balance así adquirido toma lo mejor de cada polo, evita absolutismos, y lanza hacia adelante:
Oración (RB 4:55-57) | Trabajo (RB 48:1) |
Bien común (RB 72:7) | Propio bien (RB 57:1) |
Oración común (RB 43:1) | Oración privada (RB 52:3) |
Disciplina (4:11-13) | Dispensas (34:2; 55:21) |
Silencio (42:1). | Comunicación (3:4). |
Clausura (67:7). | Hospitalidad (53:1). |
Desapropiación (33:2) | Necesidades (55:18). |
Ancianos (63:10). | Jóvenes (63:10). |
Sobriedad (RB 7:60) | Alegría (RB 31:19) |
4.2.1 El “propósito” de nuestros Padres
Veamos ahora sucintamente como los primeros cistercienses comprendieron la tradición recibida, la interpretaron y la entregaron enriquecida a sus sucesores, es decir: a todos nosotros.
4.2.2. Cinco principios rectores
La documentación primitiva del Císter, más allá de todos los problemas que ella presenta a los historiadores, nos enseña que la intención de los Padres Cistercienses se concretaba en estos principios o criterios:
-Autenticidad en la observancia monástica, en la vida espiritual y en la vida litúrgica.
-Simplicidad y pobreza en todo a fin de seguir y ser pobres con Cristo pobre.
-Soledad a fin de poder vivir para Dios edificando la comunión fraterna.
-Austeridad de vida y trabajo a fin de promover el crecimiento del Hombre nuevo.
-Conformidad absoluta con la Regla de San Benito sin adiciones.
4.2.3. Pureza de la Regla
En los documentos primitivos no se habla de una observancia literal de la Regla. Se trata de guardarla en todas sus exigencias y de seguirla según la pureza y rectitud de la misma. La rectitud y pureza de la Regla es aquello que esencialmente la constituye, es decir: una forma práctica y monástica de vivir el Evangelio. La Regla ofreció a nuestros fundadores un camino recto de perfección evangélica gracias a un discreto equilibrio y alternancia de las observancias monásticas tradicionales. Los dura et aspera y las observancias son mediaciones aptas para la puritas cordis y la unión con Dios.
4.2.4. Claves del éxito
Pero quizás todo podría haber quedado ahí sin más. No obstante, el Nuevo Monasterio conoció un crecimiento y expansión como ningún otro movimiento contemporáneo. Esto parece explicarse por un doble motivo:
-El carisma organizativo de san Esteban: la Carta Caritatis.
-El carisma mistagógico de san Bernardo: su Teologia Mystica.
Y todavía podemos decir algo más. La influencia del Abad de Claraval se hizo sentir también en la misma interpretación de los orígenes del Císter. Una simple lectura comparativa delExordium Cistercii de origen claravalense y el Exordium Parvum lo muestra con evidencia: la relectura claravalense pone el acento sobre la pobreza, aunque la fidelidad a la Regla sigue conservando toda su importancia.
En nuestros Padres cistercienses de la segunda y tercera generación –Bernardo de Claraval, Guillermo de San Thierry, Guerrico de Igny, Elredo de Rieval, Isaac de la Estrella, Amadeo de Lausanne, Gilberto de Hoiland, Balduino de Ford, Juan de Ford, Ogerio de Locedio, Helinando de Froidmont, Adam de Perseigne – encontramos un eco fiel de las intenciones de los primeros Padres y, sobre todo, un cuerpo de doctrina espiritual que es, ha sido y será siempre fundamento de cualquier tipo de creatividad. La doctrina de estos maestros es bastante unánime, aunque cada uno sobresale por el énfasis puesto en algún aspecto particular.
Todos ellos conciben la Regla sobre todo como un texto que ofrece consejos y directivas de vida interior. Encuentran en San Benito doctrina sana y abundante sobre la humildad, la obediencia, el amor y temor de Dios… Pero la Regla jamás les fue un impedimento, todo lo contrario, para acercarse directamente al Evangelio y a los Padres de la Iglesia.
Nuestros maestros cistercienses reflexionan e interpretan la Regla bajo la luz de la tradición espiritual y teológica precedente, pero sin descuidar las necesidades, aspiraciones y preocupaciones de su propia época. De esta forma desarrollan muchos aspectos de la vida del Espíritu que apenas encuentran mención en San Benito, tales como: la primacía del deseo en la búsqueda de Dios y la importancia del autoconocimiento; y además: doctrinas sobre el alma humana, la imagen y semejanza, la cristología, la mariología y la eclesiología; y también, muy especialmente: el itinerario hacia la experiencia de Dios y la enseñanza sobre el amor esponsal y místico. Nuestros Padres y maestros supieron ofrecer los medios prácticos y el marco doctrinal a fin de que sus comunidades y monasterios fueran verdaderas scholae caritatis.
4.2.5. Lo constitutivo de nuestro patrimonio
El c. 578 del Código de Derecho Canónico nos ofrece una concisa fórmula sobre el sentido y contenido de un carisma fundacional y patrimonial de un Instituto:
Todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores (fundatorum mens atque proposita), corroboradas por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto.
Nuestras propias Constituciones, desde sus mismos inicios (C.1-4) han tratado de presentar en forma sintética la esencia de nuestro patrimonio.
-Naturaleza: monástica contemplativa
-Carácter: cenobítico comunitario
-Espíritu: caridad y comunión
-Finalidad: divinización en Cristo
El carisma fundacional de nuestros primeros Padres y de sus sucesores quedó plasmado en los documentos históricos y jurídicos de ayer y de hoy. Pero, obviamente, los documentos no son el carisma. El carisma, como experiencia del Espíritu que configura de una forma especial con Cristo, reside en los corazones humanos: en el de ellos y en el nuestro.
5. Soñando un futuro
El carisma cisterciense, como forma evangélica de vida y don impulsor y transformante del Espíritu, se encuentra en el corazón de cada uno de nosotros. De hecho, nuestra vocación a un monasterio cisterciense puede ser considerada como el descubrimiento del carisma en nuestro interior y el deseo de que llegue a su máxima plenitud. Aunque pueda sonar exagerado hemos de decir que en cuando llegamos al monasterio poseíamos el carisma fundacional del Císter en estado puro y germinal.
El carisma de los fundadores ha sido transmitido a cada uno de nosotros a fin de que vivamos según el mismo, lo custodiemos, lo profundicemos y lo desarrollemos constantemente en comunión con el Cuerpo de Cristo siempre en crecimiento.
Ahora bien, vengamos a nuestro presente. Tratemos de esbozar un proyecto a partir de nuestros deseos y sueños anclados la tradición benedictina y cisterciense y abiertos al Espíritu que todo lo hace nuevo.
El futuro de nuestra vida monástica depende de su enraizamiento en la persona de Jesucristo y en su santo Evangelio. Una cierta cuota de realismo y una pizca de sentido común me obligan a hablar hoy de re-evangelización monástica. Este proceso evangelizador implica tres realidades distinguibles pero íntimamente relacionadas: refundar, renovar y reformar el monaquismo.
5.1. Refundación
La refundación se refiere al hecho de cimentar nuestra existencia en la experiencia mística fundante del fenómeno monástico: un encuentro transformativo con el Absoluto, fruto de una búsqueda asidua del rostro del Dios Viviente. La búsqueda y el encuentro se viven en el deseo apasionado, y purificado de su presencia.
El camino hacia el rostro de Dios se transita cotidianamente gracias a un cierto número de mediaciones o exercitia. Entre los de ayer, de hoy y de siempre, hay que enumerar los siguientes:
-La oración silenciosa y contínua.
-La plegaria litúrgica centrada en la Eucaristía.
-La lectio divina.
-La ascesis del ayuno, de las vigilias, del trabajo, de la pobreza voluntaria y de las diversas renuncias (castidad y obediencia).
-Todo en un clima de soledad y silencio.
Ahora bien, nuestra búsqueda benedictina y cisterciense de Dios la vivimos en un contexto de relaciones interpersonales y comunitarias. La koinonia o vida en comunión de amor es también algo esencial en nuestra tradición monástica. A Dios se lo busca y encuentra en comunidad. Y podemos agregar algo más: el hermano y la hermana, habitados por el Señor, son también “santuario” del encuentro con Dios.
Soy de la opinión, nacida de una convicción, que la vida monástica carece de sentido sin la unión mística o contemplativa con el Dios que llama, purifica, desposa y transforma mediante las tinieblas luminosas de su Amor. ¡Si el monaquismo del futuro no es una re-edición viva y actualizada del Cantar de los Cantares tendrá muy poco que decir a las generaciones del presente y del futuro! ¡Sin misterio no hay mística, y sin mística no hay monaquismo! Pero todo esto sin intimismos individualistas ni encapsulamientos aislantes de los demás. San Benito lo expresa en forma lapidaria: ¡Qué Él nos lleve todos juntos a la vida eterna! (RB, 72:12).
5.2. Renovación
La renovación se refiere al hecho de enraizar los corazones en la nueva alianza con su mandamiento nuevo: amor a Dios y al prójimo como Jesús amó. Único y doble precepto que encuentra su unidad en el “nada preferir al amor de Cristo”, Dios hecho hombre para nuestra salvación. La radicalidad de esta opción se comprueba con el amor ardentísimo y sin medida de unos para con otros.
Nuestra vida monástica contemporánea, abierta a un futuro desconocido, está invitada a seguir a Jesús abrazando el bienaventurado radicalismo del Evangelio. No se trata de tener el monopolio del radicalismo sino de ser fieles a la propia identidad.
La palabra de Jesús nos interpela: Sed perfectos en misericordia, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt.5:48; Lc.6:36). El Maestro nos está diciendo que nuestra vida no consiste en tradiciones, usos, permisos, observancias… sino en la perfección del amor fraterno que nos identifica con el Padre que está en los cielos.
Las exigencias del amor nos llevan a las raíces mismas de la enseñanza de Jesús: el reinado de Dios como Padre de todos los seres humanos y la consecuente fraternidad y sororidad universales.
La monja y el monje radicales son aquellos que están arraigados y fundamentados en el amor (Ef.3:17), enraizados y cimentados en Cristo (Col.2:7). Si creemos, y espero que sí creamos, que Él nos amó y se entregó por nosotros, sólo nos queda una opción: morir para vivir en Él y servir a los demás.
5.3. Reforma
La reforma se refiere a la forma histórica o institucionalizada que presenta nuestra vida monástica a fin de hacerla cultural o contraculturalmente significativa. La historia nos enseña que la experiencia fundante buscó pronto formas de institucionalización, y esto por dos motivos: para poder perdurar en el tiempo y para poder hacerse comunicable y significativa.
-Estas formas institucionales son siempre transitorias y condicionadas por tiempos y lugares. Su actualidad se discierne con un doble criterio: la capacidad de promover la experiencia fundante y la posibilidad de testimoniar significativamente ante la Iglesia y el mundo.
En este campo estamos hoy invitados a ser creativos a fin de ser fieles a la tradición y al Dador de los carismas eclesiales. Objeto de nuestro discernimiento y opciones podrían ser:
-La redimensión de nuestros edificios según la medida de la comunidad actual.
-La reubicación de nuestras economías en un mundo globalizado y marginador sin quedar englobado ni marginar a los pobres.
-El ajuste del trabajo a fin de ponerlo al servicio del objetivo espiritual de nuestra existencia.
-La inculturación (geográfica, temporal, generacional y de género) de nuestras liturgias para que expresen más entrañablemente nuestro culto a Dios en espíritu y verdad.
-La adecuación de las formas de autoridad a fin de que ésta sea un servicio afectivo y efectivo a la vida y a las personas concretas.
-Los ajustes necesarios a fin de procurar un equilibrio real y dinámico entre los diferentes elementos de nuestra conversatio.
-La significatividad de muchos de nuestros símbolos, costumbres y tradiciones domésticas.
-La búsqueda de nuevas formas de vivir algunos valores tradicionales, tales como, el ayuno, la pobreza, las austeridades, la soledad, el silencio, la corrección fraterna…
Los monjes y monjas tenemos sin ninguna duda una larga historia que contar y, Dios mediante, tenemos también una historia por crear. En el purgatorio hay un rincón gélido reservado para los monjes y monjas, de ayer y de siempre, que pecan por fidelidad servil a la tradición en lugar de arriesgarse y apostar por la creatividad a fin de comunicarla enriquecida. También hay allí un hueco inestable preparado para quienes reforman sin renovar y, peor aún, sin verificar los fundamentos.
6. Confiando y esperando
La fe en nuestra vida monástica, como camino evangélico, es roca que nos permite abrirnos con confianza convincente hacia tiempos nuevos. Les comparto algunas convicciones fundantes, lo hago en primera persona a fin de que cada una y cada uno las hagan propias.
-Creo en la Palabra de Dios que me habla en la Liturgia y en la lectio, en la autoridad y en la comunidad, en mi propio corazón y en otras tantísimas formas.
-Creo en la Eucaristía, sacramento esponsal, banquete y sacrificio, memorial y presencia, fuente y culmen de mi vida cristiana y monástica.
-Creo en el Opus Dei, y en la lectio que prepara y prolonga el banquete sacrificial eucarístico, es aquí en donde escucho y respondo al Señor que me habla con su divina Palabra.
-Creo en tiempos fuertes y prolongados de oración silenciosa como acogida y donación en la fe y el amor que todo lo cree y espera.
-Creo en la discreción, madre de las virtudes. Sólo ella encuentra la “via real y media” que me lleva a Dios sorteando peligros por exceso y por defecto; ella me enseña a establecer un equilibrio dinámico y alternado entre liturgia, lectio y trabajo.
-Creo en la ascesis monástica, centrada en la abnegación de mi “voluntad propia”, y como cooperación con la gracia que me reforma, conforma y transforma.
-Creo en la obediencia como escucha y asentimiento, laborioso y gozoso, que me permite comulgar con el Padre y los hermanos.
-Creo en la humildad como camino de descenso hacia la verdad que soy, y de ascenso a la Verdad que es Dios.
-Creo en la estabilidad que es perseverancia activa, con los hermanos de comunidad, practicando el arte espiritual y jamás desesperando de la misericordia divina.
-Creo en el desierto de la soledad y el silencio, lugar de prueba y de tentación, de lucha y de discernimiento, de búsqueda anhelante y de encuentro con el Deseado de mi alma.
-Creo en la pobreza y austeridad evangélicas como signos del Reino y camino liberador hacia la visión del Padre providente en un mundo consumista y hedonista, autosuficiente e invasor.
-Creo, sobre todo, en la caridad fraterna, expresada en la misericordia, el servicio y la concordia, como condición para anclar mi vida en Dios Amor.
-Creo, finalmente, en la mística esponsal, entendida como don de la gracia que me permite acogerLo y donarme, morar en la reciprocidad y producir frutos fecundos de vida para mí mismo y para los demás.
No hace falta decir que estas convicciones se fundan sobre una fe y esperanza contra toda desesperanza en Jesucristo Resucitado, Señor de la historia y de nuestras vidas.
La esperanza cristiana es una transfusión del deseo de Cristo en la sangre del propio deseo. Es, por lo mismo, una fuerza recibida y que viene de lo alto a fin de lanzarnos hacia adelante desde el aquí y el hoy. La sabiduría popular nos enseña una gran verdad: “mientras hay vida hay esperanza”. Y la sabiduría divina nos enseña a decir algo más:
-Creo y espero que, aunque yo muera, la vida monástica continuará en esta tierra y en el cielo; aquí, gracias a nuevas generaciones, allí, con mi presencia y la de aquellos y aquellas que me precedieron.
-Creo y espero que, aunque mi comunidad se extinga, la vida monástica proseguirá, pues siempre habrá un Dios Deseante que atraerá y despertará el deseo de buscarLe y de gozar con Él, construyendo así su Reino.
Sólo anclados en esta esperanza vital y del Espíritu podremos vencer la acedia que corroe nuestro deseo fontal de Dios y de vida en plenitud. Dios no permita jamás que nuestro horizonte infinito se contraiga en la finitud del escenario claustral, ni que nuestra conversión cordial se reduzca al cambio de hábito, a micro devociones en plural o a modas sin más.
Hermanas y hermanos tengamos por cierto que nuestra esperanza no falla pues el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. ¡Qué el Dios de la esperanza nos colme de gozo y paz en la fe hasta rebosar de confianza en Aquel que era, que es y que siempre será: Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro!
Bernardo Olivera (Septiembre 2007)