Ser agentes activos en la construcción de nuestra cultura
Las leyes que un país se pone a sí mismo no son asépticas, sino fruto de unas creencias, cultura y antropología que se va formando con el diálogo entre sus miembros y grupos. Ciertamente que no podemos pretender imponer las ideas de un determinado colectivo a los demás, pero a la hora de legislar siempre estamos determinados por una visión concreta del mundo y del hombre, limitando así los deseos de algunas personas o colectivos en función del grupo.
Los cristianos debemos ser respetuosos, pero no irrelevantes. La visión del mundo y del hombre que brota del Evangelio es una aportación válida que debemos anunciar y sembrar en nuestra sociedad.
Podemos alegrarnos de vivir en una sociedad que permite todo tipo de manifestación en libertad: apoyo a diversas opciones políticas aunque sean extremistas; apoyo a diversos colectivos que pueden ir en contra de nuestras propias creencias; apoyo a diversas opciones cuestionables como el aborto; manifestación de rechazo de ciertas leyes aprobadas o en vía de aprobación; incluso manifestación de rechazo a sentencias judiciales, si bien acompañadas de un “acatamiento” no exento de cinismo. Se compartan o no las opiniones de los manifestantes, lo cierto es que ello expresa la libertad en que vive una sociedad.
La manifestación del propio pensamiento, deseo o creencia ayuda a ir configurando el pensamiento colectivo. Por eso es un derecho y una obligación que todos se expresen para poder configurar la sociedad de la forma más rica y plural. Otro será el trabajo de buscar consensos que permitan una convivencia civilizada.
En este contexto también los cristianos hemos de manifestar sin complejos la luz que recibimos del Evangelio, pues esa será una forma de evangelizar muy actual sin quedarnos tras los muros de las sacristías con el complejo de no querer molestar a nadie. El reto será evitar ser manipulados por aquellos que se quieran aprovechar de los que se manifiestan para anunciarse a sí mismos más que el Evangelio de Jesús. Habrá que evitar también, cómo no, utilizar métodos cuestionables como la mentira, la injuria, la calumnia o la violencia, cosas que los mismos que las utilizan hubiesen reprobado en el adversario ideológico.
Debemos manifestarnos en defensa de la vida, en defensa de la justicia y la paz, en defensa de la igualdad, en defensa de la familia y la educación según las propias creencias, en contra de toda ley injusta que vaya contra los derechos de las personas (vida, educación, trabajo, inmigración, igualdad, …).
No hay por qué hacer caso cuando se nos tilda -desde fuera o dentro de la Iglesia- de no aceptar el momento cultural actual, pues esa cultura la creamos todos cuando lo hacemos con respeto, y el Evangelio y la sabiduría de veinte siglos de cristianismo también tienen algo que aportar. No podemos ser perros mudos ni olvidar que para que el Evangelio sea una propuesta creíble ha de ser una propuesta humilde, pero insistente. No es bueno usar un lenguaje agresivo, ni amenazante, ni catastrofista, si es que creemos en la fuerza misma del Evangelio y del Espíritu del Señor. Tampoco son de recibo las acusaciones que no se atienen a la estricta verdad. Ni podemos olvidar que el lenguaje apocalíptico de la Biblia fue creado como un canto de esperanza para un pueblo judío desterrado (AT) o una Iglesia perseguida (NT), pero no para meter un miedo infantil por ver si así tenemos más éxito.
En cualquier caso no podemos esconder la luz como si tuviéramos vergüenza o nos sintiéramos culpables de un pasado cristiano más impositivo al amparo del poder. El poder en nuestro mundo actual radica en la manifestación significativa, convincente y esperanzada a través de tantos medios a nuestro alcance. El mundo virtual ha democratizado mucho más ese poder de manifestación siempre y cuando sea utilizado. Permite transmitir a todos noticias e ideas en tiempo real, así como sacar a la luz lo que antes los más poderosos conseguían ocultar. Pero también es un peligroso medio de transmisión de mentiras y crispación. Quien propone el Evangelio debe hacerlo con audacia, decisión y sobria prudencia para no contradecirlo en aras de una eficacia mundana.
Manifestémonos así sin miedo alguno, con la fuerza misma del Evangelio, nada más, para ser luz para todo aquel que se acerque. Las amenazas de privación de ayudas económicas no debieran nunca echarnos atrás, además de ser algo injusto. La Iglesia, como un colectivo social importante para el bien común, tiene siquiera el mismo derecho que otros muchos colectivos sociales a participar de los bienes comunes que se logran con la aportación de todos y del que los gobiernos son meros administradores. La amenaza de privación de esos recursos o su utilización arbitraria sólo pueden generar crispación social. Construyamos activamente nuestra sociedad a la luz del Evangelio sin pretender teocracias irrespetuosas con la “autonomía del mundo” y la diversidad de pensamiento y de culturas.