ESPERAR LA PASCUA CON ANSIA DE ESPIRITUAL ALEGRÍA
Esa es la actitud que nos pide San Benito en tiempo de cuaresma: esperar la pascua con ansia de espiritual alegría (RB 49, 7). Esa es la espiritualidad de la primitiva comunidad cristiana que, no teniendo cuaresma, celebraba el triduo pascual como una espera anhelante del Señor que marchó y prometió volver (viernes santo – vigilia de resurrección).
Nadie espera de forma anhelante como si de un luto se tratase o como oveja llevada al matadero. Estas cosas las sufrimos con mayor o menor entereza, pero no las deseamos, y menos con ansia de espiritual alegría. Es por ello que hemos de estar atentos a cómo vivimos la cuaresma. Nuestras expresiones litúrgicas, sus cantos y todos los elementos que la componen no nos pueden confundir con un dolorismo más propio de una espiritualidad de época que de la preparación a la celebración del acontecimiento pascual.
Pero también es cierto que nadie que espera anhelante se da a la buena vida como si nos quedaran dos días sobre la tierra. El que vigila está atento, vela y se alimenta lo necesario, pero no se duerme fácilmente, dispuesto a ir al sepulcro con las mujeres, muy atento a la aparición del resucitado que nos trae la vida.
Es cierto que este tiempo cuaresmal tiene unas connotaciones penitenciales que expresan la actitud interior del que pide perdón asumiendo las consecuencias de su pecado. Pero toda reconciliación está abocada al perdón, a la acogida sincera por parte de Dios y de la comunidad cristiana. ¿Cómo hacer entonces de nuestro camino cuaresmal un “pago” de nuestros yerros más que un camino hacia la pascua? El amor exige reconciliación, cambio de actitud y de vida, respuesta de amor al amor recibido, pero nunca venganza que satisfaga. No, Dios no está “eternamente enojado”, ni es aplacado con nuestras privaciones. A él no le añaden nada nuestras privaciones ni nuestros dones. Él nos quiere a nosotros, no nuestras cosas. ¿Pero qué amor no supone esfuerzo y renuncia?
El camino cuaresmal es también el camino que hacen los catecúmenos que se preparan para el bautismo la noche de pascua, siendo adoctrinados en el misterio de Cristo que es luz, agua viva y vida. De eso se trata. Hay que mirar más hacia delante que hacia atrás. La conversión es el reconocimiento de nuestro pasado y el anhelo de nuestro futuro. Uno de los engaños del falso camino de conversión es estar mirando una y otra vez nuestra “indignidad”, bloqueados por ella, sin mirar hacia delante. Ahí estriba la diferencia entre un cristiano triste y un cristiano alegre.
Estamos llamados a vivir desde la alegría, ¿por qué? “Estad siempre alegres, porque el Señor está cerca”, nos recuerda San Pablo. La alegría de los que han sido testigos de la resurrección que no pueden callar ni disimular unas vidas agradecidas, gozosas y esperanzadas. En una ocasión un misionero llegó a tierras lejanas. Allí estuvo con unos indígenas a los que habló de la vida de Jesús, su entrega generosa, sus milagros, su mensaje de amor, su donación hasta el extremo, su resurrección que nos salva a todos, etc. Los indígenas asombrados y llenos de alegría, preguntaron al misionero que cuántas lunas hacía que había sucedido eso. A lo que les respondió: no se puede contar por lunas, sino por años, muchísimos años. Entonces observó cómo sus rostros cambiaban la sonrisa por un gesto de tristeza y rabia. Y tras un silencio exclamó el cacique: ¡Desgraciados! Hace tantos años que sucedió eso ¿y hasta ahora no nos lo habéis venido a contar? Eso significa que ustedes dan poca importancia a lo que nos anuncian o nos quieren muy mal.
La alegría es algo llamado a compartir. Pero la alegría fácil apenas nos sirve a nosotros y dura lo que una borrachera. La alegría que ha sabido esperar, perdonar, sufrir, es la alegría pascual que no se puede guardar para uno mismo envolviéndola en un pañuelo. “Id y anunciad”. Pero que esa alegría se vea en nuestros rostros, pues si no ¿a quién vamos a engañar?
Al celebrar en estos días el primer aniversario del trágico 11-M, muchos son los sentimientos que se producen en nosotros. ¿Qué podemos aportar como cristianos testigos del resucitado? Quizá nada haya que decir, pues cada cual tiene que pasar su triduo pascual y hacer su luto. Pero sí que podemos ser testigos en nuestras vidas de aquello en que creemos y vivimos.