En la oración de recogimiento que Santa Teresa nos propone como primer estadio de la oración, se mantiene activa la meditación. Este tipo de oración no es una mera técnica corporal que nos prepara a adentrarnos en nosotros mismos, sino que tiene también un origen sobrenatural provocando en nosotros un deseo de oración y de entrar en intimidad con Dios. El deseo del corazón nos lleva a centrarnos en la contemplación sosegada de Dios que nos habita, sin necesidad de pensar en él ni imaginar algo discursivamente. Un deseo que no es fruto de nuestro esfuerzo, sino que Dios lo da cuando él quiere.
Nos dice la Santa: “Es un recogimiento que también me parece sobrenatural porque no es estar en oscuro ni cerrados los ojos ni consiste en cosa exterior, aunque, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear la soledad… Dicen que «el alma se entra dentro de sí» … Imaginemos que los sentidos y potencias… se han ido fuera y andan con gente extraña, enemiga del bien de este Castillo, durante días y aún años. Después se acercan a él… Viendo el gran Rey su buena voluntad les silva con suavidad como buen pastor, … haciendo que conozcan su voz y retornen a su Morada”.
Dios habita dentro de nosotros, por lo que la oración de recogimiento es una meditación excelente. No se trata de que el entendimiento piense a Dios dentro de sí, ni que lo imagine la imaginación. Se trata simplemente de contemplar su presencia. El silbido del pastor no lo oye el oído, pero se percibe claramente un encogimiento suave hacia lo interior. Esto no se hace cuando se quiere, sino cuando Dios quiere darnos ese don (cf. Las Moradas, IV, 3, 1-4).
Una cosa es ponerse a meditar y otra hacer oración, que siempre tiene una dimensión sobrenatural. Alguien decía que meditar es fácil, pero que lo verdaderamente importante es desear meditar. Ahí es donde radica ese matiz transcendente que tiene la oración. La meditación la podemos hacer como un ejercicio. La oración nos adentra en una relación de intimidad con Dios, y ese deseo de intimidad que se despierta en nuestro interior viene de Dios. Es un deseo que va más allá del sentimiento. Por eso podemos experimentar el deseo de Dios y, al mismo tiempo, sentir sequedad en la oración, como si no quisiéramos permanecer en ella cuando lo estamos deseando. Parece una contradicción, pero no lo es. El deseo del corazón brota del toque del Espíritu en nosotros, es algo de tipo espiritual, mientras que la aparente falta de deseo, apatía o cansancio, brotan de nuestra condición física, anímica o psicológica. Es la lucha entre el espíritu y la carne dentro de nosotros, lo expresa muy bien la advertencia de Jesús: El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Es por eso por lo que, a veces, nos gustaría estar en oración, pero hay algo como que nos aleja, anteponiendo otras cosas o dejándonos llevar por la pereza, y eso que sabemos que la oración nos reconforta y nos da una solidez interior.
En la oración, cuanto menos centrados en nosotros mismos, mucho mejor. Nos dice Santa Teresa: “En la obra del espíritu, quien menos piensa y quiere hacer, hace más. Lo que hemos de hacer es pedir como pobres necesitados… y luego bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando… parece que entendemos que nos oye, entonces lo mejor es callar ya que nos ha dejado estar cerca de Él y no será malo procurar no obrar con el entendimiento, si es que podemos… Estas obras interiores son suaves y pacíficas [si nos esforzamos lo estropeamos]. Hay que dejar el alma en manos de Dios para que haga lo que quisiere de ella con el mayor descuido que pudiere de su provecho y mayor resignación en la voluntad de Dios” (L.M. IV, 3,5-6).
Después de la oración de recogimiento, Sta. Teresa nos invita a entrar en la oración de los gustos de Dios, pues el gusto surge cuando se dilata el corazón. Ella distingue entre los “contentos” que brotan de muchas formas en la vida cuando tenemos una alegría, y que también puede suceder en la oración cuando comienza en nuestro natural (la iniciamos con peticiones, …) y acaba en Dios, de los “gustos” que comienzan en Dios y los siente el natural gozando mucho de ellos (L.M. IV, 1,4). El gusto de Dios viene cuando se dilata el corazón (de dentro a fuera), mientras que los contentos, en lugar de dilatar el corazón, parece que lo aprietan un poco, pues vienen de fuera a dentro.
En esta oración se bebe directamente de la fuente manantial. La voluntad se tiene tan en Dios, que le fastidia el bullicio y descansa plenamente en Dios, sabiendo que el Señor le hará ver lo que debe hacer en cada momento, sin que esté preocupado. En esta oración se dilata el alma para recibir todo lo que sale continuamente de la fuente, así lo hace Dios. Quien vive en esta oración ya no teme servilmente por temor al castigo. Desea mayor penitencia y trabajos sin temor a perder la salud y confiando en la fuerza de Dios. Como ha probado los gustos de Dios, considera basura los del mundo, se va apartando de ellos y lo hace con mayor señorío. Pero ha de perseverar evitando el pecado y sabiendo que no basta con haber probado esos gustos unas pocas veces. En la perseverancia está todo nuestro bien, sin ella, todo se tira por la borda. Quien está en este estado debe cuidarse muy mucho de ofender a Dios, pues todavía no está hecho y todo lo puede perder, máxime si deja la oración. Debe evitar las ocasiones, pues el mal espíritu persigue especialmente a quienes están en este estado.
Dejo aquí a Santa Teresa, sin entrar en la oración de unión con Dios y en el estado del alma herida de su amor esponsal, de lo que también nos habla. Aquí ya no se ve nada con la imaginación y se procura más tiempo y lugar para estar a solas. Muchos son los trabajos interiores y exteriores, nos dice, que llevan a la oración unitiva. Es fácil experimentar gran sequedad interior, donde ya ni siquiera la oración vocal ayuda. En esas circunstancias nos aconseja centrarnos en las obras de caridad. ¡Qué importante es tener vida en nosotros para vivir gozosos aún en las mayores adversidades, sin tener que esperar a que la vida nos venga de fuera, lo que con frecuencia nos puede llevar a la frustración!