Prot. Nº 92/A/06
EN EL PRIMER CENTENARIO DE LA OCSO
Celebramos el primer siglo de vida de la OCSO. Celebramos un hecho histórico. Y somos conscientes que cualquier mirada a la historia implica algún tipo de interpretación. Aún más, podemos hablar de interpretaciones.
El nacimiento de nuestra Orden se presta a más de una interpretación. Pero no es nuestro propósito respaldar una de ellas o más de una. Nuestro propósito es celebrar.
Celebrar no es meramente recordar tiempos idos, ni simplemente conmemorar el pasado. Es un recordar dando gracias y alabando al Señor, y es también un conmemorar con arrepentimiento los errores cometidos.
La memoria histórica es fundamento de identidad, ella nos permite conocer quiénes somos y quiénes hemos de ser. El olvido histórico va de la mano con la pérdida de identidad.
A. Una mirada al pasado
1. Una larga historia de tensión
La expansión rápida de la Orden de Císter en el siglo XII tiene algo de único en la historia de las instituciones religiosas. Entre otros muchos factores, el éxito fue debido a la estructura dada a la Orden por nuestros primeros Padres en la Carta de Caridad. Al período de expansión y a la Edad de Oro siguieron siglos de tensión, a veces de decadencia, a consecuencia de la situación general de la Iglesia como así también a diversas causas internas. Las congregaciones, que empezaron a aparecer a partir del siglo XV, fueron, en general, esfuerzos locales o regionales de reforma y de revitalización, en una época en que la Orden en su conjunto no tenía la energía suficiente para realizar esta tarea.
A partir del principio del siglo XVII se asiste a la división de la Orden en observancias que, aun fundadas en motivos estimables, condujeron a lo que se ha llamado la “Guerra de las Observancias”, que no fue siempre edificante ni de un lado ni del otro. Con la Revolución, las guerras y otras circunstancias políticas, a esta división de Observancias se añadieron divisiones en el seno de la misma Estrecha Observancia. Las circunstancias históricas mencionadas habían imposibilitado la reunión de los Capítulos Generales. Por eso, la–misma situación jurídica no era clara, en particular en lo que se refería al Abad General. El Papa Pío VII había conferido al Presidente General de la Congregación Italiana de San Bernardo los derechos y privilegios del Abad General de Císter, más honoríficos que reales, y fuera de Italia se limitaban a confirmar las elecciones.
Los sucesos del siglo XIX son muy complejos y los historiadores como los juristas dan interpretaciones frecuentemente divergentes. No hace falta decir que no tenemos la intención de aportar una nueva luz sobre esta materia. Querríamos evitar en la medida de lo posible tomar posición por una u otra interpretación.
2. El Capítulo General de 1892
La interpretación dada a los acontecimientos de 1892 depende evidentemente y en gran parte de la dada a los sucesos que le precedieron. Para la mayor parte de nosotros, en la O.C.S.O., el Capítulo de 1892 es un punto de partida a partir del cual la Orden Cisterciense se divide en dos ramas salidas del mismo tronco, bebiendo de la misma savia, participando de la, misma tradición, la misma historia y gozando de los mismos derechos. Nuestros hermanos de la Común Observancia consideran más bien que 1892 es una fecha triste en la que una parte importante de la Orden (de hecho la mayoría) abandonó la Orden Cisterciense para constituir una Orden nueva, autónoma y distinta. Si es poco probable que se pueda llegar un día a una misma interpretación jurídica e histórica de los hechos, no obstante permanece la necesidad de estar atentos a las diversas sensibilidades en nuestras relaciones fraternales.
El Capítulo de 1892, incluso si consagraba cierta división, se enraizaba en un deseo cada vez más vivo de unión. El fin inmediato era la unión de las diversas Congregaciones nacidas de la Trapa. Diversas tentativas habían fallado en los decenios precedentes; pero al menos los más clarividentes promotores de esta unión la veían como un paso hacia “la reunión de toda la familia cisterciense”, Común y Estrecha Observancia; así lo afirmaba D. Sebastián Wyart en una carta escrita algunos meses antes del Capítulo General de 1892 (Cfr. Anal. Cist. 1978, pág. 335).
La decisión más importante de este Capítulo, por sus consecuencias, puede ser que sea la de elegir ser una Orden autónoma, con su propio Abad General, más bien que ser una Congregación bajo la autoridad del Abad General de la Común Observancia. Esta decisión tiene su explicación en el contexto de la época, y se puede pensar que, sobre todo después de los Capítulos de 1969, en el que los abades de la Estrecha Observancia no fueron convocados, y en los de 1880 y 1891 en los que un Abad General fue elegido sin la participación de la Estrecha Observancia, la división ya se había realizado psicológicamente y de hecho. Sin embargo puede uno preguntarse si los Capitulares de 1892 eran plenamente conscientes de la división radical que creaba o consagraba su voto. Al menos hay que decir que en los años que siguieron, en la lógica de la aspiración a una plena unidad, se desarrolla el proyecto de una unión entre las dos Ordenes Cistercienses. Este proyecto, sin duda prematuro y no llevado siempre con la delicadeza necesaria, no encuentra ninguna simpatía en la Común Observancia, herida por la “escisión” de 1892, e incluso no recibió tampoco el apoyo de la mayoría de los monasterios de la Estrecha Observancia.
3. Un siglo de historia
La Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia existe actualmente desde hace un siglo. Este siglo constituye un capítulo de la historia del Císter del que podemos estar orgullosos, porque fue un siglo de gracias. Conviene antes de comenzar los cien próximos años y en la aproximación del IX Centenario de toda la Orden, dirigir una mirada de conjunto sobre las luces y las sombras de este largo período.
Igual a como lo había hecho la Carta de Caridad en los primeros años de la expansión de la Orden en el siglo XII, las Constituciones elaboradas por la O.C.S.O. desde los primeros años de su existencia le dieron una sólida identidad jurídica que contribuyó grandemente a su desarrollo y expansión. La adquisición de la propiedad de Císter en 1898, que permitió a la Abad General ser oficialmente Abad de Císter hasta tiempos recientes, fue también un hecho históricamente importante.
Los años que van desde 1892 hasta la segunda guerra mundial fueron años de consolidación y de crecimiento continuo, aunque a un ritmo moderado. Estos años están marcados por una espiritualidad en la que las observancias juegan un papel importante. La formación general y la formación intelectual, dejan frecuentemente que desear, salvo algunos monasterios que, como Scourmont, son excepciones.
A partir de la II Guerra Mundial, se asiste a un crecimiento numérico bastante extraordinario, sobre todo en América y, a partir de 1950, a una ola de fundaciones en Àfrica, en seguida en América Latina, y así en diversas partes del mundo. De una Orden casi enteramente europea y en gran mayoría francófona se pasa a una Orden verdaderamente internacional en la que las mentalidades se enfrentan a veces, pero sobre todo se fecundan mutuamente.
Este desarrollo, junto a la evolución general de la sociedad y de la Iglesia lleva a cuestionar el puesto central de las “observancias” y de la uniformidad como fundamento de la unidad de la Orden. Desde los años 50 los Capítulos Generales emprenden una revisión de las observancias para ponerlas más al servicio de la vida espiritual de las monjas y de los monjes y para permitir un mayor respeto de las diversidades geográficas y culturales.
En la misma época, y siempre en la línea de la corriente de fondo, que había dado nacimiento a la O.C.S.O., es decir la aspiración a la unión, pero evidentemente en un nivel muy diferente, se realiza la “Unificación” de nuestras comunidades, permitiendo a todos y a todas ser “monjes”/”monjas”, con los mismos derechos y las mismas obligaciones, manteniendo, sin embargo, un cierto pluralismo en el seno de la comunidad pero sin división en categorías distintas. La preparación de esta “Unificación” comienza varios años antes del Concilio, en una época en que se era mucho menos sensible al diálogo, y D. Gabriel Sortais que había comenzado el proyecto no pudo terminarlo antes de su muerte súbita. Hay heridas que necesitan todavía ser curadas y arreglos que pueden ser necesarios, pero el proceso fundamental de la unión, formar una sola clase, todos monjes, es irreversible.
Los años que siguieron al Concilio fueron años difíciles, años en los que, como la mayor parte de las Ordenes y Congregaciones, nuestra Orden perdió numerosos miembros, aunque esta crisis afectó sobre todo a la rama masculina y muy poco a la femenina. Como consecuencia el movimiento vocacional disminuyó notablemente en las dos ramas, sobre todo en Europa y en América. Por todo esto no disminuyó en modo alguno la fe en la vocación cisterciense y el afán de llevarla a otras regiones sobre todo en respuesta a la llamada de las Jóvenes Iglesias. El movimiento de vocaciones fue particularmente intenso en los años 50 y 60. Si se cuenta algunas incorporaciones, sobre todo de monjas, la Orden se ha enriquecido con 36 nuevos monasterios masculinos y 36 nuevos monasterios femeninos desde 1942.
La preparación de las Constituciones, que duró de 1967 a 1987, fue para la Orden un tiempo de reflexión y de diálogo, en las comunidades locales así como en el seno de las Regiones y entre las Regiones. Estas han asumido, con la Comisión Central, una función cada vez más importante, en consonancia con el carácter siempre más internacional e intercultural de la Orden. Las repetidas consultas hechas en toda la Orden durante un período de 20 años ha permitido a la Orden expresar en sus nuevas Constituciones la comprensión que el conjunto de monjes y monjas tiene actualmente de su vocación y de su carisma.
Paralelamente a este esfuerzo de reflexión, todas las regiones de la Orden, y la Orden en su conjunto, han hecho en el curso de estos mismos años grandes esfuerzos para mejorar la formación de los monjes y de las monjas a todos los niveles. Estos esfuerzos han finalizado en una nueva Ratio sobre la formación, votada en el último Capítulo General, y en una toma de conciencia más viva de la dimensión contemplativa de nuestra vida y de la importancia primordial de ciertas “observancias” monásticas, como ser la lectio divina.
Durante siglos las monjas de la Orden estuvieron sometidas al Capítulo General constituido exclusivamente por Abades. Desde los años 50 las Abadesas comenzaron a tener reuniones que se convirtieron gradualmente en Capítulos Generales. La redacción de las nuevas Constituciones, en las que las monjas participaron activamente, tanto como los monjes, ofreció la oportunidad para crear una nueva estructura que permite a los monjes y a las monjas continuar siendo una sola Orden, respetando, con todo, las diferencias y aprovechando al máximo la complementariedad. También en esto la Orden permanece fiel a su línea de fondo desde 1892, la búsqueda de una unión cada vez más amplia y más profunda.
B. Nuestro presente
Antes de proyectarnos hacia el futuro parece oportuno recopilar algunos datos claves de lo arriba dicho y agregar otros a fin de caracterizar el hoy que estamos viviendo.
El momento presente de la vida de la Orden está caracterizado por algunas realidades de signo positivo y por otras que se presentan como desafíos. Entre las primeras podemos mencionar:
· Una clara afirmación constitucional de nuestra identidad monástica contemplativa en el seno de la Iglesia.
· Un esfuerzo consciente y programado en el campo de la formación inicial y permanente.
· Una eficaz colaboración e interdependencia entre los organismos pastorales de los monjes y de las monjas.
· Un énfasis en las Regiones como instancias asociativas intermedias, sin que ello vaya en detrimento de las autonomías locales ni del sistema de filiaciones.
· Un aumento de fundaciones, sobre todo en las “jóvenes iglesias”, bajo forma de comunidades pequeñas.
· Una sana pluriformidad entre las diferentes casas, sobre todo entre las casas situadas en regiones geográficas y culturales diferentes, respetando siempre la unidad de la Orden.
· Un deseo auténtico de crecimiento en la vocación a la que hemos sido llamados.
· Una discreta apertura a compartir la gracia cisterciense, sea mediante el asesoramiento de proyectos monásticos en vistas a una posible incorporación, sea prestando atención a las llamadas venidas desde fuera a compartir la gracia y la vocación cistercienses.
Los desafíos a enfrentar son de diferente tipo y reclaman respuestas con distintos grados de urgencia. Entre ellos señalamos:
· Envejecimiento de algunas comunidades, falta de vocaciones y reducción de efectivos a causa de muertes y salidas.
· Dificultad en encontrar personas aptas para prestar servicios de autoridad.
· Difusión de un cierto individualismo y activismo que cuestionan la calidad cenobítica y contemplativa de nuestra vida.
· Necesidad de un modelo antropológico que integre la individualidad y la relacionabilidad, al igual que lo masculino y femenino de toda psique humana.
· Discernimiento de los valores y contravalores de las culturas locales y de la cultura universal adveniente en medio de las cuales se desarrolla nuestra existencia.
· Dificultad en ganarse la vida con el propio trabajo y mantener grandes estructuras edilicias y económicas con un horario de 5 horas laborales.
· Posible incorporación de vocaciones monásticas diferenciadas por un tipo de oración común más sencilla y una mayor inclinación hacia el trabajo.
Cada uno de los puntos arriba mencionados merecería una exposición detallada. Pero no es ahora el momento de hacerlo. Pero podemos, esto sí, señalar la relación entre algunos de ellos, y mostrar como algunos otros son asimismo causa de otras realidades de importancia no despreciable.
Las nuevas Constituciones de la Orden, luego de 25 años de intenso trabajo, nos permiten reflejar articuladamente aquello que vivimos y, al mismo tiempo, encontrar un punto estable de apoyo, como así también una referencia objetiva. Desde esta base de apoyo, nos estamos discretamente abriendo al asesoramiento de proyectos monásticos de vida cisterciense nacidos fuera de la Orden, como así también a otras formas de asociación espiritual, evitando riesgos de una pérdida o merma de nuestra propia identidad.
El aumento del número de fundaciones, pese al descenso de efectivos, trae como consecuencia la existencia de comunidades más pequeñas. Esto, a su vez, repercute sobre el estilo de vida, relaciones interpersonales, tipo de trabajo y formas de celebración dando lugar a una vida monástica caracterizada por la sencillez.
Dado que la mayoría de estas fundaciones se encuentran en las así llamadas “jóvenes iglesias”, el centro protagónico y programático de la Orden ha sufrido un desplazamiento: de una Orden europicéntrica hemos pasado a ser una Orden pluricéntrica. Desde otra perspectiva, podemos también decir que, de una Orden universal estamos pasando a una Orden pluricultural.
El envejecimiento, las salidas y la falta de reclutamiento pueden ser consideradas como una de las causas de la falta de personas aptas a la hora de elegir Superiores. De acá la importancia de los esfuerzos hecho, y por hacer, en el campo de la formación inicial y permanente.
Asimismo, el envejecimiento y la falta de personas aptas para servicios directivos y de autoridad, desafío que supera muchas veces las posibilidades de las Casas Madres, puede ser atendido desde una perspectiva regional.
Un modelo antropológico de cuño personal y cenobítico puede ser una respuesta y una alternativa al individualismo ideológico propio de nuestra sociedad occidental y de la cultura universal adveniente.
La aceptación de vocaciones genuinamente cistercienses más orientadas hacia el trabajo, como medio de servicio y búsqueda de Dios, podría ser una alternativa más coherente con nuestra profesión monástica, que no el hecho de contratar seglares para atender nuestras necesidades laborales y económicas.
C. Proyección hacia el futuro
Celebrar es, sobre todo, hacer memoria, es decir: hacer presente y actual el acontecimiento celebrado. Celebrar es vivir.
La celebración del nacimiento de la Orden hace de este hecho una realidad viva y operante en el hoy que vivimos y lo convierte en una fuente de inspiración y estímulo que nos proyecta hacia el porvenir.
Sin olvidar desde donde venimos y en donde estamos, podemos ahora preguntarnos hacia donde queremos ir, hacia donde nos llama el Señor.
Los objetivos que ahora presentamos pretenden dar una respuesta global a los desafíos que nos confrontan y nos parecen realistas pues cargan la realidad que vivimos.
· Ante todo y en primer lugar; dar un nuevo paso en el proceso de renovación espiritual de cada persona y de cada comunidad.
· Luego; ahondar nuestras raíces en la tradición cisterciense y el carisma de nuestros Padres.
· En tercer lugar; revitalizar y adecuar las estructuras e instancias pastorales de la Orden comenzando desde la comunidad local.
· Finalmente; abrir nuevos cauces a la expresión de nuestro patrimonio mediante un discreto proceso de inculturación del mismo.
La presentación de estos objetivos queda por al momento al nivel de propuesta y proclama. Llegará el momento de convertirlos en programas operativos. Esperamos que atraigan la atención y motiven la reflexión de todos y cada uno de los miembros de la Orden.
Queda aún por decir una última palabra. El desafío más importante de la Orden es, sin embargo, el de la unidad. Antes todo unidad entre las diversas regiones, y también entre la rama femenina y la rama masculina, favoreciendo, sin embargo, el respeto de las diferencias culturales y la complementariedad de los sexos. Es preciso saber integrar en la unidad de la Orden todas las formas que toma en nuestros días el carisma cisterciense en el seno de nuestras comunidades, como también, a veces, entre los laicos espiritualmente ligados a la vida de nuestras comunidades. En fin, este centenario del Capítulo de la Unión debe volvernos a todos más conscientes de preparar los caminos que nos permitirán un día realizar con nuestros hermanos y hermanas de la Común Observancia lo que era el fin último de los Capitulares de 1892; llegar a realizar un día la plena unidad de toda la gran familia cisterciense.
El Abad General y el Consejo Permanente