ORDO
CISTERCIENSIS S.O.
ABBAS GENERALIS
Prot.: N° 92/A/01
26 de Enero de 1992
Muy queridos Hermanos y Hermanas:
Espero que al recibir esta carta se encuentren todos bien: ayudándose mutuamente en sus necesidades, llorando con los que lloran y gozando con los que ríen, orando y contemplando el misterio íntimo de Dios y su designio de salvación.
Al concluir mi carta de presentación, el año pasado, aludí al Evangelio de la Escuela de Caridad. Pero aquel no era el momento de entrar en tema. Hoy sí que lo es.
Deseo presentarles, de alguna forma, la Buena Noticia de la Schola Caritatis del Císter. Les ruego acoger mi palabra con un corazón abierto y bien dispuesto, tal como trataré yo de recibir eventuales comentarios. Sólo así los frutos serán abundantes.
NUEVA EVANGELIZACION
La década del 80, y el inicio de la presente década, ha estado marcada por un conjunto de acontecimientos que han cambiado el destino histórico de la humanidad. Y es precisamente durante estos años que Juan Pablo II, nuestro Papa; proclama una nueva evangelización. De un primer anuncio hecho en América Latina, pasó el Papa a Europa y luego a todo el mundo, anunciando así la necesidad de una nueva evangelización para la Iglesia Universal. Se trata del primer plan evangelizador de conjunto a escala planetaria.
La proclamación hecha por Juan Pablob II suscita numerosos interrogantes. ¿Qué? ¿Porqué? ¿Quiénes? ¿Cómo? Y tantos otros. No es este el lugar ni el momento para responder a estas preguntas.
Para lo que ahora intento, basta tener claro lo siguiente. La nueva evangelización se propone poner en marcha una Iglesia evangelizada y evangelizadora. Una Iglesia entregada a una evangelización nueva en su fervor, en sus métodos y en su expresión. Evangelización capaz de infundir en todo el mundo la civilización del amor;. próximos ya al Tercer Milenio del Cristianismo.
Todos sabemos que la Iglesia existe para evangelizar y que en esta acción evangelizadora consiste su identidad más profunda. Y tampoco ignoramos que en esta misma Iglesia, entregada a la acción y a la contemplación, lo visible está ordenado a lo invisible y la actividad apostólica está ordenada a la actividad contemplativa. Por eso la Iglesia evangeliza con palabras y obras, pero sobre todo, con el testimonio y la oración.
EVANGELIZACION MONASTICA
La Iglesia entera, nosotros incluidos, es misionera; evangelizar es un deber y un privilegio fundamental de todo el Pueblo de Dios.
Nosotros, monjes y monjas, evangelizamos “siendo” más que “haciendo” (obras varías) o que “dando” (bienes varios). A no ser que por “dar” se entienda “ocultamente darse”.
Hermanos, Hermanas, nuestra misma vida consagrada es medio privilegiado y eficaz de evangelización. Nuestra consagración nos sitúa en el corazón de la Iglesia sedienta de santidad y Absoluto, entregada al radicalismo de las bienaventuranzas y en total disponibilidad al Señor. ¡Sin todo esto no hay Iglesia evangelizadora!.
Creo, sin la más mínima duda, que la vida oculta con Cristo en Dios posee la misteriosa fecundidad apostólica de la oración y entrega mismas de Cristo al Padre Dios.
Creo que viviendo y sembrando trascendencia en el ethos cultural de los pueblos -es decir: en el núcleo de los valores culturales y en el sentido último de la vida- estamos evangelizando las culturas y permitiendo que las personas cultiven relaciones profundas y veraces con Dios, entre sí y con la Creación.
Creo que mediante nuestra vida cenobítica y organización laboral -en las que cada uno encuentra su plenitud en el bien de todos- ofrecemos el testimonio de un nuevo modelo de solidaridad social que hace presente el mensaje de la fraternidad evangélica.
Creo, sin vacilación, que nuestra conversión y adhesión a Dios de todo corazón redunda en bien de toda la Iglesia y es un grito de eficaz esperanza para todo hombre.
EVANGELIZADORES EVANGELIZADOS
Pero, ¡seamos realistas! Si deseamos tener parte protagónica en las entrañas de la Nueva Evangelización, tenemos, ante todo, que dejarnos, nuevamente evangelizar. Se impone acoger renovadamente la Buena Noticia de Jesús: iConviértanse, el Reino de Dios está cerca, créanlo! ¡Vuelvan al primer Amor!.
Si queremos, y por cierto que lo queremos, ser actores -y no aburridos espectadores- en el misterio de una Evangelización:
· Nueva en su fervor: por la unión a Cristo y a su Espíritu que es fuente de amor ferventísimo.
· Nueva en sus métodos: por la mediación de todos los miembros del Pueblo de Dios, cada uno según su vocación y misión, sin que la diversidad fracture la unidad de acción y comunión.
· Nueva en su expresión: valiéndose de símbolos y testimonios que la hagan entendible en las diferentes culturas.
Si queremos ser actores, decía, en este designio evangelizador, tenemos que hacernos cada día discípulos de la disciplina que nos enseña el Maestro Cristo Jesús en su escuela cisterciense de la Caridad.
EVANGELIO DE LA ESCUELA DE CARIDAD
Se me ocurren varias formas para presentarles la enseñanza de nuestra Schola Caritatis.
Podría hacerlo analizando y exponiendo el Espejo de la Caridad, obra maestra de nuestro hermano Elredo de Rieval, verdadero manual o compendio de ese arte de las artes que es el arte del amor.
Sería también posible comentar el programa que nos ofrecen las nuevas Constituciones, sobre todo en su segunda parte, acerca de la Casa de Dios, subrayando lo referente a las observancias y a la formación.
Pero voy a seguir un camino más arriesgado. Proclamaré, sin más, mi propio Evangelio: aquello que he recibido, digerido y actuado, con mayor o menor fruto, según mi correspondencia a la acción del Espíritu del Señor. Seré breve, pues deseo proclamar a gritos, y quien grita no puede extenderse en largos discursos. Habrá pasión en lo que diga, pero no faltará razón.
Fundamento cristiano y católico
El Padre Dios nos amó primero. Entregó a la muerte y resucitó a su propio Hijo por nuestra salvación. Por nosotros, también, Cristo donó su Cuerpo y Sangre, su Espíritu y su Madre. Agraciados con tan preciosos dones somos hijos en el Hijo y hermanos en el Hermano. Todos juntos, en comunión, creyendo, esperando y amando, somos su Pueblo, somos su Iglesia, primicias y germen del Reino. ¡Para gloria de Dios Padre y liberación del mundo!.
Vida cenobítica
Por designio y predilección del Padre hemos sido llamados, cada uno por su propio nombre, a una vida consagrada, bajo una Regla y un Abad, en una comunidad estable de hermanos que se aman y buscan a Dios en la sencillez del corazón tomando por guía el Evangelio.
¡Bienaventurados los que viven en unanimidad y tienen un alma sola, ya participan y se gozarán sin medida en la Trinidad del Unico Dios!.
¡Ay de los que se aíslan en la individualidad de su propio yo abortando su relacionabilidad, estos suicidas y asesinos de la comunidad ya han recibido su pena!.
Nos hemos hecho extraños a las conductas mundanas y a los proyectos cerrados al designio de Dios. Hemos tomado distancia del mundo de los hombres y mujeres de hoy; no por rechazo sino para nada anteponer al amor de Cristo, para comulgar en Él con todos y reconocerle y acogerle en cada uno. ¡Solos, sí, pero ilimitadamente solidarios!.
Vida ascética
Quienes deseamos crecer en humanidad y cristianismo sabernos que nada se logra sin esfuerzo y ejercicio, sin disciplina y ascesis.
Dios comparte con nosotros la obra de nuestra propia transformación. Dios obró; es verdad; y nosotros sudamos, bien lo sabemos.
Porque somos cuerpo, porque somos espíritu, nuestra ascesis es corporal y espiritual. Hemos recibido un arsenal de instrumentos para salir victoriosos del combate. Revestidos de:
- Vigilias: alerta en la esperanza que colma…
- Ayuno: moderado desierto estomacal…
- Trabajo: transpiración con creatividad…
- Pobreza: desapropiación, comunión y solidaridad…
- Castidad: integración y relación sexuada y sin sexo…
Así revestidos, decía, subyugamos la insolencia de la carne y robustecemos su debilidad. Seguimos así los pasos de Cristo, gozamos un anticipo de la Resurrección final y prestamos un inestimable servicio a toda la humanidad.
¡Bienaventurados los monjes y monjas que nada poseen y los monasterios que no se enriquecen o que comparten generosamente sus bienes, todos ellos tendrán parte con los pobres en el banquete del Reino!.
¡Ay de los monjes y monjas que acarician bienes propios y los monasterios que confían en sus bienes y’ propiedades, vomitarán eternamente sus ayunos, sus vigilias se convertirán en ansioso insomnio y de nada les valdrá el trabajo de sus manos!.
Pero el esfuerzo, la obra de Dios, llega a la profundidad. Los medios son: la obediencia que escucha y asiente, la taciturnidad que permite al silencio engendrar palabras y a las palabras resonar en el silencio, la humildad que nos eleva hundiéndonos en el abismo.
Y llegamos, al centro de lo profundo cuando la abnegación transforma la voluntad propia en voluntad común. La abnegación libera al amor de la cruel tiranía del egoísmo, nos permite así amar con gratuidad oblativa.
¡Bienaventurados los orantes que pueden decir con total sinceridad: Hágase tu Voluntad; estos dichosos recibirán, como María, al Hijo de Dios en sus senos!.
¡Ay de los egoístas que encorvados sobre sí mismos se asfixian en su propio amor, ya se ahogan en el llanto de su propia autocondena!.
Para negar la voluntad propia es necesaria mucha libertad y una fuerte voluntad. El que se ama y se niega, ama. Negarse a sí mismo es afirmarse a sí mismo en el amor de Dios.
Todo este esfuerzo y ejercicio ascético va acompañado con un creciente conocimiento de uno mismo. De hecho, la humildad es reconocimiento de lo que se es. El humilde está bien enraizado en el humus de su verdadera humanidad. La humildad es raíz en la verdad.
Y después de todo esto: ¿qué? ¡Confesar con corazón compungido la impotencia del propio esfuerzo y transformar ese humor penitente por otro humor: el buen humor! Esta humedad jovial sana, distiende y refresca al tenso y caliente por haberse tomado demasiado en serio.
Vida de oración
Sin vida ascética no hay vida de oración; y sin vida de oración no hay vida contemplativa. De igual modo, sin una fe vivificada por el amor no hay contemplación. Tampoco hay oración, para nosotros cenobitas, sin el vínculo de la paz en la mutua caridad.
Si queremos que Cristo y la obediencia a su Palabra ocupen el primer puesto, nada antepongamos al Opus Dei. Si queremos progresar en la Escuela de Caridad, seamos discípulos solícitos y perseverantes en esta obra de Dios que es escuela de oración.
La lectio divina es “lectura de Dios” con ojos de hijo, con oídos de esposa, con corazón de Iglesia. En cuanto escuela de contemplación, prepara, ahonda y prolonga la obra de Dios. La lectio sin oratio no es divina.
¡Bienaventurados los que viven a la escucha de la Palabra, Yo soy y seré para ellos eterna respuesta!.
¡Ay de los que no quieren oírme y llenan sus oídos con pavadas y falsas sabidurías, Yo responderé con silencio a sus postreras preguntas!.
En momentos privilegiados del día, y según la gracia que el Señor concede, el corazón orante se ha de orientar, recoger, silenciar, centrar y reposar en Dios. En esta tensa y distendida atención interior somos despojados del hombre y mujer viejos y revestidos de lo nuevo.
Y en todo momento, el recuerdo constante de Dios ha de actualizar su presencia en el cenáculo del espíritu, permitiendo así transitar juntos -Él y nosotros- sus caminos en esta vida.
Pero la fuente y la cumbre está en la Eucaristía: sacrificio, banquete, memorial y presencia. Lo comemos para ser por Él comidos. De muchas semillas que somos nos convierte Él en un solo pan, el de su Cuerpo. Cuando bebemos su sangre recibimos amor incorruptible.
Altas cumbres
Se ha hecho ahora un gran silencio en el cielo. El corazón purificado y puro contempla. La caridad arde en unión de espíritus y ;comunión de voluntades. La presencia del Resucitado, con forma o sin forma, conforma.
Conforma porque nos reforma y transforma. Ahora sí, el sentir, el querer y el pensar de Cristo son ya habitualmente nuestros. Ahora sí, la fraternidad con los otros y la filiación con el Padre. son indisociables. Ahora sí, con toda verdad podemos decir: ¡siervos inútiles somos! Ya sólo el amor, la verdad y la paz permanecen e irradian.
Corto aquí, me he quedado sin voz.
Hermanos,Hermanas, si mi anuncio va a ser efectivo es necesario que encuentre consonancia con el llamado y respuesta vocacional de cada uno de ustedes y se convierta en conversatio cotidiana. Pero esto no es todo, esta conversatio necesita ser continuamente motivada. ¿Como? Sugiero tres medios.
Ante todo; apliquémonos con gozo y solicitud a la lectura y rumia de nuestros Padres del Císter. Luego, comulguemos y participemos con toda responsabilidad y compromiso en la vida de nuestra propia comunidad monástica. Finalmente, dejémonos evangelizar por los pobres y sencillos, cristianos y no cristianos, próximos y lejanos.
La Escuela de Caridad tiene una palabra a decir en el proyecto mundial de una nueva Evangelización orientada hacia la civilización del amor: esa palabra es nuestra propia vida.
Les pido un recuerdo en el sacrificio de su oración, están siempre presente en el mío. Les mando un abrazo a todos y a cada uno. En María de san José.
Bernardo Olivera, Abad General