LOS OFICIOS DIURNOS
(RB 17-18)
Ya hemos visto cómo distribuye San Benito los oficios litúrgicos a lo largo del día y su expresión como forma de oración continua. Cómo se pasó de los tres momentos de oración judía a su desarrollo en siete horas diurnas y una nocturna, además de los muchos añadidos posteriores como el oficio de difuntos, de la Virgen, etc., para volver actualmente a las siete horas litúrgicas incluyendo las vigilias. El capítulo 17 de la Regla nos expone la estructura de los oficios diurnos.
Esquema Prima, Tercia, Sexta, Nona: Esquema de Vísperas:
– “Dios mío, ven en mi auxilio…” – “Dios mío ven en mi auxilio…”
– himno apropiado – 4 salmos (con antífona)
– 3 salmos (con glorias; con antífonas si la cdad es numerosa) – lectura
– lectura – responsorio
– versículo – himno ambrosiano
– Kyrie eleison – versículo
– conclusión (con final del Padrenuestro, cf. RB 13, 14) – Magnificat
– preces litánicas
Esquema de Completas: – Padrenuestro (recitado por el superior)
– “Dios mío, ven en mi auxilio…”
– 3 salmos (4, 90 y 133, seguidos, sin antífonas)
– himno apropiado
– lectura
– versículo
– Kyrie eleison
– bendición
Para las horas menores, la RB reserva siempre los salmos del 118 al 127, especialmente el 118, que es una meditación sapiencial sobre la ley de Dios, que el monje debe repetir a diario para empaparse de ella.
El capítulo 18 de la RB expone la distribución de todo el salterio a lo largo de las diversas horas litúrgicas, concluyendo que si a otro le parece mejor otra distribución, que la haga -como si San Benito estuviera algo insatisfecho o inseguro de su propia distribución-, pero siempre manteniendo la recitación de los 150 salmos en una semana. Da la impresión que el salterio ocupa un lugar tan importante para la RB que más que servir de elemento con que componer los diversos oficios litúrgicos, son éstos el recipiente donde introducir ordenadamente los salmos. También parece que la visión de los distintos oficios litúrgicos como “santificación de las horas” pasa a ser una especie de servidumbre contraída con Dios que hay que satisfacer en el rezo puntual y diligente de las horas (pensum servitutis o “tarea de su servidumbre”), si bien ambos aspectos no son contradictorios.
Vivimos en un tiempo en el que la oración es más intimista y personal, pues así es la cultura que respiramos. La importancia que damos a un mayor conocimiento interior, a los métodos o técnicas que nos ayudan a conocernos más en profundidad para tomar distancia de nuestros fantasmas y ser más nosotros mismos o para que no nos domine nuestro inconsciente sin más, influye a la hora de preferir una oración silenciosa e introspectiva. El deseo de una oración interior, menos regulada, más espontánea, más sentida, es acogida con mayor gusto, y en ello tiene algo que ver también una reacción a un tipo de oración más bocal y regulada, muy ritualista en ocasiones, que percibimos como secuelas del pasado.
Pero hemos de reconocer que igualmente esta predilección actual puede ser cuestionada si nos dejamos llevar por un simple sentimiento que confunde la oración con un pensamiento momentáneo, un soñar despierto. La oración ha de ser breve, pero no superficial. Como todo lo importante en la vida requiere un empeño, una disciplina. A veces cuesta la dedicación de un tiempo más amplio que un simple instante, especialmente cuando estamos fuera del monasterio. Cuesta el centrarnos sólo en la oración, buscando un lugar. Y aunque busquemos una razonable simplificación, siempre supondrá un esfuerzo. San Benito quiere que oremos con los salmos, y eso nos supone un esfuerzo añadido, pues no siempre coincide nuestra experiencia vital o nuestro estado de ánimo con el salmo que leemos, además de la dificultad de comprensión, del esfuerzo de su estudio o de la distancia cultural que percibimos. Cuesta armonizar nuestra mente con nuestros labios.
La dimensión universal de la oración mueve a San Benito a insistir en la recitación de todo el salterio en una semana como compendio de las más diversas experiencias de la vida, de las experiencias personales y de las experiencias como pueblo o grupo humano en un mundo agradable en ocasiones y hostil en otras, a las que los salmos quieren dar respuesta. Los monjes en su conjunto y cada uno en particular no tienen por qué haber pasado por toda esa diversidad de experiencias vividas, pero las debe tener presente en su oración por ser ésta universal, haciendo suyas las alegrías y tristezas, las angustias y esperanzas del ser humano en su vida concreta, yendo más allá de un simple trabajo personal de introspección, aunque éste también se deba realizar para nuestro mayor conocimiento y autenticidad. A San Benito no le importan tanto el orden de los salmos como su recitación efectiva. La elección de los salmos sólo está en función de la hora litúrgica o de la fiesta que se celebre, prescindiendo del estado de ánimo o las preferencias personales.
Esa dimensión de llevar a la oración toda la vida, especialmente aquello que nos desconcierta, que consideramos injusto, que nos duele, queda patente en la estructura del oficio según la RB. Todos los oficios diurnos comienzan con la misma exclamación: “Dios mío, ven en mi auxilio….”, que, junto con el himno, es algo propio de la RB, apropiándosela posteriormente la liturgia romana. Y todos concluyen con la letanía: “Señor, ten piedad”. Todo lo ponemos en Aquél en quien descansamos. Podríamos preguntarnos entonces: si tan quejosos nos mostramos a veces con lo que nos sucede o nos hacen, ¿no podríamos manifestar esas quejas con el salmista y recibir la paz que suele dar un espíritu orante que descansa en Aquél en quien confía?
Aunque nuestra oración es universal, también nos afecta a nosotros personalmente. Presentarnos ante Dios en actitud indigente y necesitada, llevando a la oración nuestra realidad vital, es algo que nos puede pacificar, al mismo tiempo que representa una actitud de alabanza por el reconocimiento que damos a Aquél a quien nos dirigimos.