LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS Y USO DEL ALELUYA
(RB 14-15)
Los capítulos 14 y 15 de la RB van a fijarse brevemente en dos aspectos que también nos pueden ofrecer una enseñanza. Se trata de las fiestas de los santos, concretamente su celebración en vigilias, y el uso del aleluya:
En las fiestas de los santos y en todas las solemnidades, se harán tal como hemos dicho que se hagan el domingo, sólo que se dirán los salmos, antífonas y lecturas propias del día. Pero se mantendrá la ordenación indicada más arriba (RB 14).
Desde la santa Pascua hasta Pentecostés se dirá el aleluya sin interrupción tanto en los salmos como en los responsorios; pero desde Pentecostés hasta el principio de la Cuaresma solamente se dirá todas las noches con los seis últimos salmos del oficio nocturno. Los domingos, menos en Cuaresma, han de decirse con aleluya los cánticos, laudes, prima, tercia, sexta y nona; las vísperas, en cambio, con antífona. Los responsorios nunca se digan con aleluya, a no ser desde Pascua hasta Pentecostés (RB 15).
Una fiesta siempre es un motivo de alegría, pues suele ser algo significativo para nosotros o para alguien al que queremos y con quien compartimos su alegría. Si el acontecimiento no significa nada para mí, me costará mucho recordar su fecha. A veces, en atención a otros, mostramos buena voluntad y nos esforzamos en recordar esas fechas recurriendo a todo tipo de trucos, pero no nos sale de dentro porque no lo vemos como nuestro. Es curioso la cara y sonrisas de algunos cuando se lee en el comedor el anuncio de alguna fiesta de otra tradición religiosa. Sin duda que todos tuvimos ayer muy presente durante todo el día que era la fiesta musulmana de Ashura… Evidentemente que no, pues no es significativa para nosotros. Incluso muchas memorias cristianas también nos pasan desapercibidas. Es algo que contrasta con nuestros mayores, que sí que tenían el santoral continuamente en la boca en su vida cotidiana; basta con echar una ojeada al refranero: “a todo cerdo le llega su San Martín, o ya se acerca el veranillo de San Martín”; “a la mesa de San Francisco, donde comen cuatro, comen cinco”; “el agua de San Juan quita el vino y no da pan”; “nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”; “las lágrimas de San Lorenzo”; “Santa Rita Rita, lo que se da, no se quita”; “eres como San Nicolás, me lo quitas después que me lo das”; etc., etc. Está visto que todo depende de lo significativas que sean las cosas para nosotros. Hoy seguro que se recuerda mejor a muchos cantantes, artistas famosos o deportistas de élite y sus obras que a los santos que se mencionaban con frecuencia en el vocabulario de nuestros mayores.
La liturgia es la oración de la comunidad cristiana extendida por todo el mundo. La liturgia es una, aunque haya diversos ritos. Para la gente de fe, la oración en común es el lugar sagrado donde se une lo divino y lo humano, recordando las palabras de Jesús que nos promete su presencia donde dos o más estén reunidos en su nombre. La liturgia es esa realidad orante donde la unidad va más allá del espacio y del tiempo, aunque la realicemos en un lugar y en un momento concreto.
Pues bien, es ahí donde San Benito nos invita a recordar a los santos, en un tiempo donde el santoral era mucho más reducido que el actual. Como diría alguien, “todos necesitamos héroes”, personas que nos estimulen, personas que alienten nuestra esperanza al haber dejado huella haciendo el camino que nosotros estamos haciendo y mostrándonos que es posible. Personas que no fueron irrelevantes, sino significativas, y sufrieron por testimoniar su fe. Personas vivas que ayudan mucho a una comunidad cuando las podemos ver entre nosotros, y que son una gran carencia cuando nos faltan.
Ya sabemos que antiguamente sólo se celebraba la fiesta de los santos en aquellos lugares donde estaba su cuerpo o tenía una cierta vinculación con él. Sus reliquias eran una forma de hacerlo presente en otros sitios. Los monasterios no es que tuviesen muchos santos que poder celebrar, pero sí les fueron recordando en la liturgia en la medida en que ésta se iba abriendo a su celebración. Ese recuerdo se une íntimamente al misterio de Cristo, de quienes fueron fieles seguidores. Por esta razón la RB quiere que se celebre la fiesta de los santos igual que los domingos, pues a fin de cuentas la fiesta de un santo es la celebración del misterio pascual de Cristo en su vida.
Por la tan probada “ley del péndulo”, hemos pasado de tener a los santos hasta en la sopa (sé de alguno que tenía la costumbre de dormir con reliquias debajo de la almohada) a “pasar” de ellos como si de un fósil se tratase. Sin embargo, la Iglesia siempre ha creído y alentado la comunión de los santos. Esa realidad que nos hace salir de nosotros mismos, tomando conciencia ya no sólo de la comunidad a la que pertenecemos o de la Iglesia universal o de la misma humanidad, sino de la comunidad de fe que ha formado y forma el cuerpo total de Cristo. Y así como la amistad es una gran ayuda en la vida, la devoción a los santos podemos considerarla como una buena amistad dentro de la comunión en la Iglesia total. Todos sabemos lo que es un amigo, su apoyo, su ejemplo, etc. Aunque a alguno le pueda parecer rancio, estoy convencido que la devoción por algún o algunos santos, nos puede reportar los beneficios de una amistad especial. Bien sabemos que lo importante en los amigos no es quedarse embobados mirándose el uno al otro, sino mirar los dos juntos en una misma dirección. El santo, además de su intercesión, nos ofrece su vivencia de Dios, en cuyo lugar nos podemos encontrar los que deseamos seguir al mismo Señor.
El capítulo 15 de la RB nos dice en qué tiempos debemos decir el aleluya. Pues bien, el tiempo en que debemos decir el aleluya es en todo tiempo, salvo en cuaresma. Sólo un detalle: mientras que durante la pascua se dice continuamente, en los salmos y en los responsorios, en el resto del año basta con decirlo a diario en vigilias, al final de los salmos del segundo nocturno, y el domingo más abundantemente.
Si la palabra “alelu-ya” es una invitación a la alabanza y literalmente significa “alabad a Dios”, nos encontramos que San Benito tiene un especial empeño porque los monjes vivamos en esa actitud de alabanza, ya que en su época había muy diversas posturas sobre el uso del aleluya, llegando alguno a defender que sólo se debía usar el día de pascua. La vida del monje debe ser una continua alabanza para la RB. La alabanza se expresa y se vive. Digamos “aleluya” con gozo y expresemos en nuestro rostro y en nuestra vida una plenitud gozosa. Esa profunda alabanza el cuerpo sólo la manifiesta si realmente la vive. La boca puede decir lo que le mandemos, pero nuestro rostro, nuestro cuerpo, nuestra forma de ser y afrontar la vida sólo será reflejo de lo que vivamos. La experiencia de Dios como Dios. La confianza que descansa en El. La experiencia de su perdón, acogida y misericordia, es lo que nos va transformando, haciendo irradiar una vida de alabanza. Es una transformación al alcance de todos, también de los más pobres y desahuciados que no tienen medios y sólo les queda confiar en Aquél que no se cansa ni los desahucia dejándoles por imposibles.
El aleluya lo manda cantar San Benito a diario en un momento preciso. Se canta en la noche (vigilias) con todo el simbolismo que tiene en la propia vida, en la propia oscuridad y sombras personales. Es por ello que se trata de un canto de fe y esperanza. Un canto que sabe esperar confiadamente en la propia noche, y no sólo con el esplendor del día. Pero se ha de cantar justo al final de vigilias, del segundo nocturno, como expresando que nuestra esperanza no se verá defraudada, que seremos escuchados pronto, que la luz no tardará en iluminar nuestra noche. Pero se nos exige cantar el aleluya confiado en la misma noche. Como el que sabe anticipar la meta en el mismo camino que hace, o la alegría del encuentro en el deseo que lo busca.