CÓMO CELEBRAR LOS LAUDES EN LOS DOMINGOS Y LAS FERIAS
(RB 12-13)
El oficio de laudes, al rayar el alba, es denominado en la RB como “oficio matutino” o de la mañana. Primitivamente se le llamaba también “maitines” (matutines = de la mañana), si bien con el tiempo pasó a denominarse “maitines” a las vigilias, pues era lo primero que se rezaba cuando éstas se hacían en el último tramo de la noche.
El oficio matutino siempre concluía con los salmos 148, 149 y 150, llamados “laudate” o de alabanza, tal y como vemos en este mismo capítulo de la Regla. Esto hizo que poco a poco se fuese llamando “laudes” al oficio matutino (o maitines).
San Benito insiste mucho en que el oficio de laudes se rece al rayar el alba para no quitarle nada de su simbolismo: la victoria de la luz sobre la noche es la victoria de Cristo sobre la muerte, cualquier tipo de muerte.
Esquema del oficio de laudes(se fija expresamente en la liturgia romana, excepto responsorio e himno):
Domingos: Ferias:
– salmo 66 sin antífona – salmo 66 sin antífona
– salmo 50 con aleluya – salmo 50 con antífona
– salmo 117 – un salmo
– salmo 62 – otro salmo
– cántico de los tres jóvenes (Benedictiones) – cántico del AT
– salmos “laudate” (148, 149, 150) – salmos “laudate” (148, 149, 150)
– lectura del Apocalipsis de memoria – lectura del Apóstol de memoria
– responsorio – responsorio
– himno ambrosiano – himno ambrosiano
– versículo – versículo
– Benedictus – Benedictus
– preces (con Kyrie eleison) – preces
– Padrenuestro (recitado por el superior en alto) – Padrenuestro (recitado por el superior en alto)
En este esquema podemos observar cómo el salmo 66 sirve de introducción preparatoria, como le sucede al salmo 94 en vigilias. Es un salmo que se ha de recitar lentamente para que los rezagados estén al comienzo del salmo 50. ¿Rezagados?, ¿por qué? Hemos de recordar que todos los domingos (RB 11,10) -donde las vigilias son más largas- y las ferias desde Pascua hasta noviembre (RB 8,4), es decir, cuando las noches son más cortas y hay menos tiempo para las vigilias, los laudes seguían inmediatamente a las vigilias, algo que parece bastante razonable si entendemos las vigilias como una espera que se ha de culminar con la luz del nuevo día. Por ello San Benito concede un “brevísimo intervalo” para las necesidades naturales. Y seguro que había algún rezagado con mayor necesidad. Pues bien, si el salmo 66 sirve un tanto de introducción y recogida de los rezagados, esto significa que el salmo 50 es el que marca propiamente el inicio de los laudes y ello tiene un significado.
Llama la atención cómo al inicio de un oficio de alabanza, como es laudes, se nos pida comenzar siempre con un salmo que nos recuerda nuestros pecados para pedir misericordia: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa…; es el salmo atribuido a David una vez reconocido su pecado. Curiosamente se trata del mismo esquema que seguimos en la celebración eucarística, momento cumbre de acción de gracias y alabanza, donde inmediatamente después del saludo inicial se nos invita a reconocer y pedir perdón por nuestros pecados: “Antes de comenzar los sagrados misterios -dice el sacerdote- reconozcamos humildemente nuestros pecados”.
Pudiera resultar desconcertante, pero su significado es evidente si nos adentramos de forma personal y comunitaria en el sentido pleno y cosmológico de la misma liturgia. El oficio de laudes se ha de rezar justo al rayar el alba para que quede patente la victoria de la luz sobre las tinieblas. Esa realidad natural tiene un reflejo en el microcosmos que nosotros mismos formamos. ¿Cuál es nuestra oscuridad o sombra que ha de ser iluminada? Hay parte de nuestras sombras y oscuridades de las que no somos responsables, pero hay una parte en la que sí somos responsables, si creemos en la libertad humana. Ambas partes entremezcladas, pues no siempre son fácilmente distinguibles, son las que reconocemos con el rey David al recitar el salmo 50. Reconocemos nuestra oscuridad al comienzo del oficio de laudes pero sin temor humillante, sino con la esperanza de saber que será iluminada al sentirnos acogidos por el amor de Dios. No se trata de un optimismo pueril, sino de una esperanza fundada en la fe. Y esa esperanza ya es luz en nuestra noche.
Tras ese reconocimiento confiado de nuestra noche y nuestro pecado con el salmo 50, vienen dos salmos que hacen alusión al día, a la victoria, a la pascua. Aún queda más patente esa esperanza con el cántico de los tres jóvenes que se debía recitar a continuación los domingos, cántico lleno de bendiciones a Dios que les protege en medio de un horno encendido “siete veces más que de costumbre”, en donde les introdujo el mal que se opone a Dios y se cree Dios, ese mal representado en Nabucodonosor. Y es en medio de ese horno encendido, precisamente dentro de él, donde brotan las bendiciones de los tres jóvenes. Unas bendiciones que se verán culminadas por los salmos que le siguen, los llamados “laudate” (148-150), donde se alaba a Dios por todas sus obras.
De modo que ésta es la estructura sálmica del oficio de laudes:
Ø el reconocimiento de nuestra noche;
Ø la experiencia y el reconocimiento del día que es Cristo, luz de Dios;
Ø las bendiciones que brotan del que vive de la fe y la esperanza en medio del horno de su oscuridad;
Ø y, finalmente, la alabanza a Dios en todo: en el cielo, en la tierra, en su templo; alabándolo los ángeles, el sol, la luna, las estrellas, los cetáceos, los abismos, los rayos, el granizo, la nieve, el viento, los montes, los árboles, las fieras, los reyes, los pueblos, los jóvenes, los ancianos, los niños, todo ser que alienta; y alabándolo con danzas, con tambores, con arpas, con cítaras, con trompas, con flautas, con platillos sonoros y vibrantes.
Como vemos, se trata de una liturgia universal, donde toda la creación se hace presente, toda la humanidad, toda nuestra realidad personal: física, psíquica, moral o espiritual. Dios es alabado en todo; todos alaban a Dios; a Dios se le alaba con todo.
Después de esta estructura sálmica se completa el oficio con lo de costumbre: lectura bíblica del NT, himno, Benedictus (=Evangelio) y preces. De esta forma todo el oficio conserva también una trayectoria histórico salvífica que parte del AT (salmos y cánticos proféticos) y se adentra en el NT (lecturas del Apóstol o del Apocalipsis), culminando en el Evangelio (Benedictus).
Eso sí, la RB indica expresamente (quizá sea un añadido posterior) que siempre se concluya el oficio con el Padrenuestro recitado en voz alta por el Abad. Esto lo ha de hacer en laudes y vísperas. ¿Para qué? Si comenzamos laudes reconociendo nuestro pecado y pidiendo la luz de la misericordia divina, ¿cómo no estar dispuestos a iluminar nosotros la oscuridad de nuestros hermanos con la luz de nuestra misericordia? Esa es la razón que esgrime la Regla y así lo dice: a causa de las espinas de las discordias que suelen surgir [en toda vida comunitaria], para que, invitados por el compromiso… perdónanos así como nosotros perdonamos, se purifiquen de semejante vicio. La vida comunitaria es el lugar ideal para la propia purificación y seguimiento del mensaje de Jesús. Haciendo el camino de la luz y la alabanza de los laudes, seremos luz y causa de alabanza para los demás.