CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES
(RB 22)
Este capítulo llama la atención, pues parece curioso legislar sobre la forma de dormir que han de tener los monjes. Sin embargo, encontramos algunas enseñanzas prácticas que nos descubren la situación de los monasterios en el siglo VI y el espíritu que movía a San Benito. A fin de cuentas, la Regla es una instrucción de vida, por lo que no está de más regular lo que se cree conveniente regular en cada situación.
El capítulo comienza diciéndonos: Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. Recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de vida y según el criterio de su abad. Si es posible, duerman todos en un mismo local; pero si el gran número no lo permite, descansen de diez en diez o de veinte en veinte, con ancianos que velen sobre ellos. Arda continuamente una lámpara en dicha habitación hasta el amanecer.
Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. Está bien garantizar a cada monje un lecho donde poder dormir, como se le garantizan dos hábitos, calzas, tablilla, etc., así ninguno se verá maltratado durmiendo en el duro suelo. Pero, ¿cuál es la verdadera razón de esta indicación? Lo más ordinario en aquella época era que en las familias se compartiese el dormitorio y hasta la cama o un espacio común donde recostarse, máxime si se trata de familias numerosas y/o pobres. Pero en el monacato antiguo se acostumbraba a utilizar celdas privadas que favoreciesen la soledad. Cuando éstas se fueron dejando, al menos había que garantizar una mínima privacidad. Siguiendo a A. de Vogüé, Colombás afirma: Las “razones –del dormitorio común- hay que adivinarlas, si es posible. La guarda de la castidad, la disciplina, la vigilancia explican seguramente algunas de tales normas; por eso y no por otro motivo se cerraron las celdas individuales y se instituyó el dormitorio común en los monasterios. Los abades -y las autoridades superiores- perdieron la confianza en la virtud de los hermanos. La celda ya no favorecía tanto el espíritu de recogimiento y la oración como, tal vez, el vicio de la propiedad privada, la gula, la incontinencia. Se tomó una medida drástica. A principios del siglo VI, en la Galia, en Bizancio, en Italia, el dormitorio común sustituyó a la celda, hasta entonces morada obligatoria de todo monje, fuera ermitaño o cenobita. Cuando se redactó la RB, el dormitorio común era ya una institución bien establecida, hasta el punto de que cualquier justificación o explicación resultaba perfectamente inútil”.
Un cambio tan importante, capaz de sacrificar la alta estima que tenían a la soledad de la celda en favor de la guarda del buen orden, es algo que nos debiera hacer pensar e impulsarnos a cuidar el margen de confianza que se nos da en los diversos aspectos de nuestra vida, y así poder conservarlos, máxime hoy día, donde nuestra mentalidad y posibilidades pueden impulsar a un acusado individualismo que se aleja de los demás para no ser molestado.
La RB quiere que se dé a cada uno lo necesario. No es bueno que los encargados ejerzan un poder despótico sobre los hermanos o que sean causa de tensiones innecesarias por no atender las necesidades legítimas de los monjes. Y para que no haya dudas, San Benito describe en otro capítulo cuáles son esas cosas necesarias en cuanto al lecho: una estera, una cubierta, una manta y una almohada (RB 55,15). Más allá de lo útil o inútil que hoy nos pueda resultar tal enumeración de objetos, sí queda de manifiesto el deseo de la Regla de ser justos con todos y guardar siempre la debida discreción, dando lo necesario a cada uno, aunque recalcando al mismo tiempo que hay que hacerlo: en consonancia con su género de vida, pues el ser monjes requiere vivir en una sobriedad que nos ayuda al camino emprendido. Por eso avisa al mismo tiempo en el capítulo 55 que el abad inspeccione los lechos por si se esconde algo que no se ha recibido y se tenga como propio, lo que es merecedor, según él, de un gravísimo castigo, tal es la importancia que le da San Benito a la desapropiación, a no tener nada como propio.
Es significativo cómo la RB equilibra el dar a cada uno lo suficiente con extirpar el vicio de la propiedad. No dar lo mínimo necesario es violentar a los hermanos y hacer que justifiquen el procurárselo ellos mismos. Mientras que el dar lo justamente necesario, permite ser más exigente con el vicio de la propiedad. Y si San Benito pide se examinen frecuentemente los lechos por si se esconden cosas, ¿qué no pasaría cuando se tenían celdas individuales? Tendemos a guardar cosas inútiles que terminan dañando nuestra vida de simplicidad y desprendimiento. Nosotros mismos complicamos nuestra existencia con los objetos menos importantes, preocupados “por si acaso lo necesito”; y también nos creamos necesidades engañosas, influenciados por la mentalidad consumista que nos rodea. Libertad y disciplina son dos realidades que se viven en íntima relación. Cuando somos responsables con nuestra libertad, es decir, cuando nosotros mismos nos disciplinamos, menos necesaria será la disciplina y vigilancia exterior. No basta reclamar nuestros derechos, sino que debemos hacernos acreedores de ellos. Como no basta con reclamar libertad, sino que debemos ser acreedores de ella con nuestra responsabilidad. Cuando somos responsables, somos dignos de confianza y la gente confía en nosotros. Cuando mentimos o somos irresponsables, perdemos la confianza y con ello es probable que nos restrinjan la libertad.
El dormir todos juntos podía ser una ayuda, como dije al principio, pero además se pide que haya un anciano que pongan orden si hay desorden, especialmente entre los juguetones jóvenes, por lo que pide también se entremezclen sus lechos con el de los ancianos. Está claro que San Benito no idealiza para nada, sino que, aunque provoca el buen celo, también pone coto a los desmanes. El tener una luz encendida toda la noche facilita también las cosas, sobre todo si alguien se tuviese que levantar.
Continúa la Regla diciendo: Los monjes dormirán vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que, mientras duermen, no lleven los cuchillos en la cintura, para que no se hieran entre sueños, y para que los monjes estén siempre listos y, dada la señal, levantándose sin tardanza, se apresuren a adelantarse unos a otros para la obra de Dios, aunque con toda gravedad y modestia. Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. Al levantarse para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para evitar las excusas de los soñolientos.
Los monjes dormirán vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas. Esta es una expresión que suele llamar la atención, pero no sé muy bien por qué. En aquella época era costumbre dormir desnudos, lo que parece poco pudoroso si se duerme junto con otros. Por eso los monjes tenían un hábito para dormir, distinto del usado durante el día (RB 55,10). Además, la mayor parte de la gente duerme hoy vestida con un pijama, por lo que nada nos debiera extrañar tal mandato. Y el tema de las cuerdas o cintos pienso que podía servir para que no suceda como con los camisones, que puedes acabar con ellos a la altura de los sobacos, como escuché a un cómico que dijo haber hecho la prueba.
Después viene el sentido simbólico: como buenos soldados de Cristo, los monjes están prontos para levantarse nada más que se dé la señal, acudiendo así con prontitud al oficio divino nocturno, como si del campo de batalla se tratase, rivalizando discretamente en esa prontitud. Y si ese ejemplo de prontitud no basta, que los despiertos animen con discreción a los somnolientos, no sea que se queden en la cama. Una ayuda recíproca que revela una vez más el apoyo de vivir en comunidad. San Benito es consciente que no está legislando para perfectos, sino para aprendices que han de ser animados y, a veces, llevados en volandas por sus hermanos.