Como si no…
El que no tiene “vive” la pobreza, pero sólo quien no se aferra a lo que tiene “es” pobre. Quien no se aferra y lo demuestra, claro está. Es más fácil vivir que ser, aunque no sea por ello más grato. “Vivir” pobre es fácil porque no hay que esforzarse mucho para conseguirlo, simplemente nos cae encima. Ser fácil no significa que sea agradable. Vivir pobre es terriblemente desagradable aunque sea fácil, pues normalmente es algo no querido, sino impuesto, sin habernos pedido permiso. Ser pobre, sin embargo, supone una gran purificación, un esfuerzo considerable de renuncia y edificación interior, pero que, si se alcanza, hace grato lo que tanto esfuerzo ha costado.
¿Cómo saber si lo hemos alcanzado? En primer lugar veamos cómo funciona el corazón humano. Imaginemos que nos toca un premio de 500.000 euros para nosotros solos. ¿Cómo lo recibimos? Sin duda que con gran alegría. Imaginemos ahora otro escenario en el que lo que nos toca son 5 millones de euros. Estoy seguro que la alegría es desbordante. Comenzamos a pensar lo que podemos hacer con tanto dinero: quitar trampas, hipotecas, comprar cosas que siempre habíamos deseado, hacer algunos viajes… Incluso estaríamos dispuestos a ayudar a algún conocido que nos lo pide, dar regalos a gente querida, también alguna limosna,… Esos pensamientos nos hacen sentirnos bien, importantes, seguros de nosotros mismos, hasta magnánimos. Pero a los dos días de estar saboreando estas mieles nos comunican que han aparecido otros cuatro acertantes y que el premio lo hemos de dividir entre los cinco, es decir, que “sólo” nos toca un millón de euros. ¿Qué sentimientos nos vienen? La verdad es que no lo sé, porque nunca me ha sucedido, pero haciendo la trasposición desde otras experiencias menores, deduzco que se me iba a escapar algún enfado. ¡Gano un millón de euros y encima me enfado! Pero es que, además, al cabo de una semana me informan que el 40% se lo lleva Hacienda, y que yo sólo puedo disfrutar de 600.000 euros ¿Es posible que me enoje ganando esta cantidad, superior a los 500.000 euros que me habían hecho feliz en el primer caso?
Este ejemplo revela lo que hay en nuestro corazón y dónde está la raíz de la felicidad y la infelicidad. La felicidad no está en las cosas sino en nuestra disposición frente a las cosas. Cuando disfrutamos de las cosas nos sentimos bien, felices. Cuando nos aferramos a las cosas, les damos nuestra felicidad, dependiendo de ellas a partir de ese momento, de forma que si ellas se van, con ellas se aleja nuestra felicidad.
Quien elige “ser” pobre no elige primeramente carecer de cosas, sino no aferrarse a nada, por eso encuentra la felicidad. Obviamente tiene que ser un no aferrarse probado, constatable en una vida que no acumula, que no es consumista, que es capaz de compartir incluso lo que necesita. El ser pobre es una opción de vida que tiene que hacer cada uno, más allá de la fortuna económica que le haya caído en suerte, aunque, sin duda, le resultará más fácil al que menos tiene, por no haber tenido ni la oportunidad de dejarse atar por la codicia.
San Pablo expresa esa dimensión de “ser” pobre al hablarnos de nuestra actitud expectante de la venida del Señor: “Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones” (1Co 7, 29-32).
La expresión “como si no” no niega una realidad, sino que expresa una actitud ante la misma. San Pablo no nos invita a una indiferencia ante las realidades del mundo, pues eso nos podría llevar a una grave falta de compromiso, sino más bien se trata de una relativización de las cosas frente al Reino de Dios. Una relativización que nos hace libres. Sólo es libre el que no está atado; aunque el que no está atado pero tampoco actúa, es como si lo estuviera.
Nuestro destino no es nuestro “sino”. Nuestro destino lo forja nuestra libertad, que es la respuesta a lo que la vida nos depara. Pero nuestra libertad responde según los ideales más profundos del propio corazón. Como con frecuencia nos engañamos, observemos dónde “tira la cabra” y sabremos dónde tenemos el monte. Y si vemos que ese monte no es el que nos conviene, vayamos con el nuevo Moisés al Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5-7) para aprender dónde radica la verdadera felicidad, ya que, como él mismo concluye: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7, 24-25).