El paso de Dios
Acabamos de concluir el Capítulo General con una importante elección, pudiendo hablar una vez más del paso de Dios en nuestras vidas. Un paso que se intuye y que sólo se ve con los ojos del espíritu y de la fe.
Concluida la etapa de D. Bernardo, que durante 18 años nos ha ofrecido lo mejor de sí mismo, abriéndonos horizontes y dejando que Dios se manifestara a través suyo, ahora comenzamos una nueva etapa con D. Eamon Fitzgerald, irlandés de 63 años, con larga experiencia pastoral en sus 19 años de abad. Pero lo más hermoso es cómo se desarrolló todo en un profundo espíritu de fe y concordia, reconociendo el paso de Dios y abriéndonos a él en un tiempo preparatorio de oración común y de apertura sincera, compartiendo opiniones y puntos de vista que nos enriquecieron a todos. Movidos por ese espíritu no es extraño que todo resultase tan sencillo aunque tuviésemos que votar por separado abades y abadesas, viéndonos obligados a coincidir por mayoría absoluta con un amplísimo número de potenciales candidatos.
Pero en esta aportación al boletín no voy a centrarme en el hecho mismo del Capítulo, sino en el espíritu de fe que estamos llamados a tener en nuestras vidas para poder abrirnos al paso de Dios en ellas. Hoy es especialmente necesario para no quedar atrapados por un racionalismo que relegue el hecho religioso a una simple sensación o a una armonía interior, más asumible para una razón que no da el salto de la fe.
Lejos están ya las posturas supersticiosas que confunden lo que no se entiende con la divinidad, aunque, paradójicamente, se crean otras nuevas de carácter más psicológico y esotérico.
Dios no es nada tangible, ni se le puede confundir con fenómenos naturales que nos sobrepasan. Pero tampoco terminamos de admitir una realidad espiritual o divina que no podamos comprender de forma racional. Además, nos encontramos que toda realidad, tanto física, como psicológica o espiritual, sólo la podemos percibir desde lo que somos, no desde lo que no somos. Eso significa que nuestra percepción de lo transcendente va a tener siempre un componente demasiado natural, pues es el recipiente de nuestro ser, con su realidad física y psicológica, quien percibe lo que le transciende completamente. Por ello podemos decir que toda experiencia, por muy transcendente que sea, la percibimos desde lo que somos. ¿No nos puede eso llevar a confundir los efectos que produce en lo que somos con la experiencia de lo que nos somos? O dicho de manera más sencilla: no podemos decir que la realidad de Dios es una creación de nuestra mente, por el simple hecho de que sólo podemos percibir a Dios a través de los entresijos de nuestra mente, aún siendo ésta desbordada.
Intentar racionalizar y explicar la fe es tratarla como una cebolla a la que vamos quitanto las capas hasta quedarnos sin nada. Como antaño se sacralizaba milagreramente hasta las cosas más naturales de la vida, privándolas de su natural realidad para encerrarlas en los estrechos muros de la superstición, hoy hacemos lo mismo, pero al revés, intentando desacralizar lo que nos transciende para encerrarlo en los estrechos muros de nuestra limitación humana.
Dejemos al mundo su autonomía y reconozcamos el paso salvífico de Dios afrontanto todo con espíritu de fe. Dejemos a ésta su plus de transcendencia aunque se exprese en los inevitables límites de nuestra realidad humana.
Hace meses leí un artículo que hablaba de los mecanismos cerebrales que participan en la experiencia religiosa. Incluso se refería a la “neuroteología” para explicar esto. Hay quien pretende localizar las partes y los modos cómo el cerebro actúa en un estado de meditación creyente, por ejemplo, para poder realizar esa estimulación en personas no creyentes y aportarles así los beneficios innegables de la fe. En esas estamos, hasta que nuestra experiencia de amor, de benevolencia, de altruismo termine consistiendo en activar alguna parte de nuestro cerebro como si de tocar una tecla se tratase.
Menos mal que al final del artículo se termina diciendo que siendo lo más generalizado y saludable la dimensión religiosa del ser humano, lo que hay que estudiar verdaderamente es el fenómeno del ateísmo, sustentado en el avance de la ciencia, aunque también ésta encuentra sus límites.
Vivamos con los pies bien en la tierra, pero tengamos una mirada transcendente, intuyendo el paso de Dios en nuestra historia a través de unos acontecimientos de los que somos responsables pero que nos sobrepasan.
También esto lo podemos aplicar a la nueva etapa de la Fraternidad con la elección de su nuevo coordinador general y de varios de los coordinadores locales. Quien vive en la fe vive doblemente.