Tras la lectura de la oración por Charo, coordinadora de la Fraternidad de Santa Maria de Huerta, el Abad P. Isidoro nos dirige las siguientes palabras:
En primer lugar quiero manifestaros el gran gozo que siento y el de mi comunidad por poder compartir la oración estos días con vosotros. No sois unos visitantes más, sino que expresáis un don de Dios para vosotros mismos y para toda la familia cisterciense; don del Espíritu que nos enriquece.
“María-Rabboni”. Este Encuentro Internacional de Laicos Cistercienses quiere tomar el lema de un “re-encuentro” y de un “re-conocimiento”. Re-conoce quien conocía, aún sin saberlo, y descubre que tiene delante aquello que llevaba en su corazón.
Vosotros, laicos, os habéis reconocido en el carisma cisterciense, por eso estáis aquí. Nosotros, los monjes y monjas, os reconocemos como portadores de nuestro mismo carisma, aunque de forma peculiar. El corazón reconoce antes que la razón, pero la razón nos ayuda a discernir los sentimientos del corazón. Por eso vamos con paso lento, pero constante. Yo mismo lo he podido vivir con la fraternidad de laicos de Huerta durante estos últimos 12 años, como fruto de encuentros previos de oración.
En estos días vais a tratar algo importante que fácilmente tendrá su eco en los próximos capítulos generales de los abades y abadesas. De ahí la importancia de que mantengamos abierto el oído del corazón con sinceridad confiada. Hay algunas cosas que todos tenemos claras, pero otras no lo son tanto. Nos sentimos en común sintonía con los valores cistercienses y experimentamos unos lazos afectivos y espirituales entre la comunidad monástica y los laicos. Pero todavía queda mucho por hacer. Clarificar la organización y los lazos de unión con la Orden dará cierta estabilidad. Pasar de un entusiasmo inicial a hacer un camino cisterciense junto con otros, es también un paso importante, sabiendo que la autenticidad de todo camino espiritual se manifiesta en la vida concreta, en lo que somos y vivimos.
Los que vivimos en el monasterio tenemos experiencia de lo hermoso que es compartir con los que se acercan a nosotros, pero a veces podemos estar tentados de mirar fuera porque es difícil vivir con los de dentro. Los laicos estáis llamados a compartir un mismo carisma con los monjes sin olvidar afrontar vuestro camino interior en la relación con los laicos que os rodean. La comunidad es algo hermoso, fuente de vida, pero también es exigente, pues contrasta nuestra autenticidad y pone de manifiesto las zonas oscuras de nuestro corazón. Cuando se intenta vivir la dimensión comunitaria del carisma cisterciense con personas que yo no he llamado, pero que se sienten llamadas como yo, es algo nuevo, incluso para personas que pueden tener gran experiencia en otras facetas de la vida.
Ojalá la relación entre nosotros nos ayude a vivir en la unidad nuestra propia identidad! Rememos mar adentro, donde está la mejor pesca, aunque para ello debamos dejar la seguridad de la playa. Que el Señor nos enseñe a hacer la travesía. Bienvenidos a este lugar y a su monasterio, que es vuestra casa. La comunidad de monjes y la fraternidad de laicos de Sta. Mª de Huerta nos sentimos honrados con vuestra presencia y oramos para que la acción de Dios dé sus frutos.
CLAUSURA IV ENCUENTRO INTERNACIONAL LAICOS CISTERCIENSES
Homilia del Abad de Santa María de Huerta
(1Pedro 2,4-1 ; Lucas 19,1-10 )
Hoy, día en que celebramos en nuestra diócesis de Osma-Soria la fiesta de la Dedicación de nuestra Iglesia Catedral, clausuramos oficialmente el IV Encuentro Internacional de Laicos Cistercienses. Lo hacemos como lo comenzamos, con una eucaristía, expresión de nuestra unidad en el amor de Dios que se nos ofrece.
“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. La “casa cisterciense” es también la casa del Señor, y Él la debe construir. Nosotros estamos aquí como inexpertos albañiles que confiamos en la maestría del que nos ha convocado y guía nuestras manos.
En estos días nos hemos “encontrado” personas de diversos países y culturas. Lo hemos hecho porque nos hemos sentido convocados por el maestro de obra que va a dirigir la construcción, o ampliación, del edificio cisterciense. Y lo hacemos encontrándonos con Él y encontrándonos en Él. Eso es lo que da garantía al edificio, confiando que quien comenzó en nosotros su obra la llevará a buen término.
San Pedro, en su primera carta, nos recuerda que somos piedras vivas porque nos acercamos a la Piedra Viva, la que desecharon los arrogantes de este mundo, pero que fue elegida y preciosa ante Dios. Igual nosotros. No nos debe dar miedo, pues nuestra fuerza no está en nuestra sabiduría, en nuestras habilidades, en nuestro prestigio, sino que nuestra fuerza está en el Señor. Su Espíritu es el que nos enseña el camino. Su Espíritu es el que nos da vida y nos sostiene en los momentos difíciles. Su Espíritu es el que nos une los unos a los otros a pesar de ser casi desconocidos. Nos permite “reconocer” su presencia en el otro como lo está en mí.
¿Qué diferencia un montón de piedras de un edificio terminado? San Bernardo nos viene a decir: las primeras están simplemente amontonadas, mientras que en el edificio están colocadas sabiamente y unidas por los lazos de la caridad. Lo bello, lo que produce admiración y atractivo es el conjunto del edificio, no las piedras por sí solas. Una comunidad cristiana y monástica donde sus miembros no son capaces de dar el paso del “yo al nosotros”, no es más que un grupo de personas en defensa de su propio ego. Pero da gusto entrar en una casa en la que todo está bien unido por los lazos del amor. No digo que todo sea perfecto, sino que todo está unido por los lazos del amor. Cuando se entra ahí brota una frase del corazón: aquí está el Señor.
Quien vive en Dios vive unido a todo y a todos. Nada le turba porque sabe ver su presencia en cada instante y en cada situación y persona, aún las más difíciles. Sabe vivir cada instante como un momento sagrado, un tiempo de salvación, sea un momento agradable o desagradable. El vivir en el momento presente cada instante de nuestras vidas, sin sufrir temiendo un futuro que aún no ha llegado, ni gastando energías lamentando un pasado que ya no existe, es vivir en Dios, en comunión y desde el amor.
Un valor esencial de la vida cisterciense es la comunidad-comunión. Uno de nuestros trabajos más urgentes es procurar esa comunión. Pero esa unión no es diplomacia humana, sino “unión en el Señor”. Es el Señor quien mueve a los laicos a vivir esa comunión entre ellos y con la comunidad monástica. Es el Señor quien abre las puertas de nuestras comunidades monásticas para ampliar el edificio cisterciense. Si el maestro de obra ha tomado esa decisión, nosotros sólo podemos mostrar nuestra disponibilidad y empeño porque sea así.
Gracias por vuestra presencia. Gracias por vuestra comunión. Gracias por lo que el Señor derrama sobre todos nosotros. Que Él siga bendiciendo y construyendo su casa.