Jesús «nace» en medio de nosotros, esto es la Navidad. El Señor siempre nace en un eterno presente. Vino en Belén, pero habiendo sido concebido por la acción del Espíritu Santo y con apariencia muy encarnada en la debilidad humana, sólo los espirituales y sencillos de corazón fueron capaces de reconocerlo. El Señor también vendrá de forma gloriosa. Contemplar su primera venida sirve para estimular el deseo y acrecentar la gratitud. Anhelar la última venida sirve para vivir en la esperanza. Pero vivir la Navidad es sobre todo reconocer su venida presente en nuestro corazón, en nuestras calles, en nuestro mundo. ¿Estamos suficientemente abiertos para reconocerlo en su debilidad, en el soplo suave del espíritu que tantos buenos deseos siembra en nosotros, en tantos pobres, necesitados, inmigrantes, marginados en la soledad que nos rodean?
Jesús nace de forma poco llamativa exteriormente, y su venida tiene la peculiaridad de poner en camino a aquél que escucha la voz del espíritu, sea en forma de ángel para los sencillos, o en forma de estrella para los más «profanos», aunque de un mismo espíritu se trate.
Muchos lo oyen, pero no todos lo escuchan y acogen («vino a los suyos y los suyos no le recibieron», Jn 1, 11). ¿Por qué oyeron los pastores y vieron los magos? Ambos tenían tiempo: los primeros porque les sobraba, los segundos porque lo empleaban precisamente en buscar. Nuestro gran peligro se centra en tener demasiado ocupado el corazón en tantos adornos navideños que nos impidan escuchar la voz que nos anuncia la Navidad. Sólo los sencillos lo escuchan, sólo los obedientes lo acogen, sólo ellos se ponen en camino y lo buscan. Nosotros, si somos sencillos y obedientes, desearemos buscarle, pero no en solitario, sino en comunión.
Hay algo que caracteriza al cristiano: no sabe vivir como un solitario indiferente, le importan los demás. Jesús nos lo dijo: «en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros», Jn 13, 35; así se nos revela el mismo Dios, en una hermosa unidad-comunión de las tres divinas personas; por ello también el hombre fue creado en relación («no es bueno que el hombre esté solo», Gn 2, 18). Es por eso mismo que el espíritu de Dios se manifiesta, bien sea en forma de ángel bien en forma de estrella, cuando hay varios reunidos, y esos se ponen juntos en camino.
En nuestra Fraternidad deseamos ser sencillos y hemos escuchado la voz del espíritu cada uno a su manera. Ahora deseamos obedecer con docilidad esa sugerencia que sólo de Dios puede venir. El va haciendo su obra y nos pide ponernos en camino todos juntos. Quizá sería bueno que todos juntos, como Fraternidad, os fuerais proponiendo algún pequeño proyecto -que ciertamente implica y complica- a modo de andadura hacia Belén, donde Dios se encarna en la fragilidad…
Que en este año del Espíritu sepamos dejarnos llevar dócilmente por él, como hicieran hace nueve siglos Roberto, Alberico, Esteban y sus hermanos, saliendo de su confortable y seguro monasterio de Molesmes, guiados por la radiante pero indomesticable estrella del espíritu, hacia un lugar solitario llamado Císter, donde poder escuchar mejor la voz de Dios que se revela a los pobres y sencillos que ponen en él su confianza. FELIZ NAVIDAD.
Isidoro, Abad de Huerta