LA PALABRA
A las puertas del adviento preparamos el camino a la Palabra. La Palabra de Dios se encarna, acampa entre nosotros para que la veamos, la escuchemos, la palpemos. La Palabra de Dios, como la de cada uno de nosotros, revela lo que hay en el corazón y es capaz de vivificar lo que toca, cuando es fruto del amor y es acogida por el que la recibe. Pero la palabra también es capaz de dar muerte cuando brota de un corazón dañado. Por eso se nos recuerda que la lengua es como el pequeño timón de un barco que lo conduce a donde quiere (St 3, 4-5) y que puede ser creadora de bendiciones y de maldiciones (St 3,9 ss).
En esta preparación a la navidad podemos reflexionar cómo es nuestra palabra, de dónde brota y qué tipo de vida es capaz de engendrar a nuestro alrededor.
La palabra que brota de un corazón colmado es capaz de dar vida porque da en gratuidad de lo que sobreabunda. La palabra que brota de la vaciedad del corazón, daña, porque es interesada, busca llenarse a costa de los demás y le suele faltar comprensión. Cuando el corazón está vacío se alimenta de la curiosidad y la utiliza para engordarse con la vanidad. Un corazón que rebosa, sin embargo, es capaz de alimentar el vacío de aquellos que se le acercan, es capaz de dar una palabra de vida sin desnudar al que viene a él, cubriendo su desnudez y fortaleciendo su espíritu.
San Benito nos habla en su Regla del mal de la murmuración, de la crítica, de los comentarios fuera de lugar y del daño que hacen en la comunidad; no quiere en absoluto que ese “detestable vicio” se dé entre los hermanos (RB 34, etc.). Todo se puede decir con caridad, pero nada se debe decir si falta ésta. Y falta la caridad cuando se critica por detrás o se desnuda al hermano poniendo en evidencia sus debilidades y desproporcionándolas.
El ser humano es propenso a hablar de los otros, a sentirnos bien a costa del mal ajeno o a criticar las iniciativas de los demás. Los que se han dejado hacer por la palabra de Dios, sin embargo, irradian su presencia sabiendo hablar desde la claridad y la caridad, pero siempre buscando el bien del hermano y no el regocijo personal. Esto supone una buena dosis de autocontrol y limpieza de corazón, buscando afrontar de cara los problemas y no limitándonos a criticarlos.
La palabra puede construir o destruir la unidad, depende cómo la empleemos y de dónde brote. Dos amigos comparten en intimidad en la medida en que se respetan sus confidencias. A mayor reserva, mayor apertura de corazón. Igualmente sucede en una comunidad, se comparte con mayor libertad y profundidad en la medida en que se guarda un gran respeto y reserva por lo que se nos confía, y sucede lo contrario cuando eso no ocurre. Pero con frecuencia aparece una debilidad que mina la confianza: la necesidad de manifestar ante los de demás lo que “nosotros sabemos y los demás no saben” sobre determinada persona o grupo, como si nos elevara de alguna forma sobre los que no lo saben o, lo que es lo mismo, los que no gozan del grado de confianza y estima del que gozo yo, o del que me gusta aparentar ante los demás. Estemos muy atentos para preservar lo más valioso, no anteponiendo nunca nuestro propio ego, sino el respeto a los que debiera amar, hablando cuando se debe, callando cuando se debe y tratando siempre las cosas con sumo respeto, buscando dar vida con la palabra sin engendrar muerte ni hundir más al que tropieza. Quien ama, sabe hablar y sabe callar. Quien sólo piensa en sí mismo, no sabe callar ni acierta al hablar.
También la palabra puede potenciar la vida de los que la tienen o ser un freno en sus iniciativas. Ciertamente que toda iniciativa puede ser mejorable, pero sólo están libres de error los que viven en los cementerios o lo llevan en su corazón. Quien ama, sabe podar con caridad, quien no actúa desde el amor, corta las ramas principales y hace del árbol un arbusto sin valor, anulando su crecimiento.
La Palabra acampó entre nosotros, no la ahuyentemos maltratándola. Que nuestra palabra siempre vaya más allá de los comentarios que halagan el oído, cierran el corazón y rompen la unidad. Eduquémonos en el uso de la palabra cerrando el oído a la que da muerte y fomentando todo aquello que da vida. Así iremos construyendo más y más una Fraternidad donde el Señor habite en plenitud. Feliz venida del Señor.