“Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente” (Jn 10, 18)
En este doloroso tiempo que estamos viviendo, donde el odio y el miedo se transforman en deseos de eliminar a los que nos atemorizan para poder sentirnos seguros, debemos buscar luz en el mensaje de Jesús, que camino hacia Jerusalén nos invita a participar de una muerte que lleva a la vida.
¿Quién ha merecido el don de la vida? A nadie se nos preguntó, ni hicimos méritos para comenzar a vivir. Sin embargo, tomamos posesión de ella como algo propio, merecido y plenamente nuestro, aunque se nos dice que no nos pertenecemos.
La vida se nos ha dado, y en eso no tenemos mérito alguno, pues no es fruto nuestro. Sin embargo, el Señor nos da la posibilidad de recibirla plenamente en propiedad: “Quien entregue su vida por mí, la encontrará” (Mt 10, 39). El miedo nos viene cuando nos apropiamos lo que no hemos producido nosotros y creemos poder perderlo para siempre. El miedo se nos va cuando creemos firmemente las palabras del Señor y nos unimos a su acción creadora dando lo que hemos recibido prestado. Comienza a brotar entonces la libertad que deja caer las ansiedades que nos asustan.
Jesús les decía a sus discípulos hablando del Buen Pastor que da su vida por sus ovejas: “Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente” (Jn 10, 18). Cuando nos “quitan” la vida, sufrimos el temor por tal posibilidad, el oprobio de tal humillación y la infecundidad de lo que ha sido arrasado. Cuando “damos” la vida, nos gozamos con la oscura alegría del que ama y experimentamos la fecundidad “del grano que cae en tierra y muere” por algo y por alguien.
Por ello más nos vale afrontar nuestra realidad voluntariamente. Esto nos sucede cuando vivimos como una donación de nosotros mismos las renuncias de la vida, el riesgo de nuestras opciones, las exigencias de la familia, del trabajo, de la vida consagrada, de la enfermedad,… Cuando todo se transforma en una donación libre de nosotros mismos, todo adquiere sentido, pues al final lo único que cuenta es el amor, que reside en lo más profundo de nosotros, infinitamente más valioso que nuestras cosas u obras. En el amor nos evaluarán, por el amor valoramos a los demás.
Quien ama desconoce los límites, se adentra en la infinitud de Dios. Quien se adentra en la infinitud se sabe parte del Todo y no acierta a descubrir la “división”, el enfrentamiento. Ese tal es incapaz de ver enemigos, aunque sienta las enemistades, como cualquiera de nosotros es incapaz de golpear uno de sus miembros enfermos que le perturba. Ese tal se siente alegre con los alegres y triste con los tristes. Sólo en el amor que se da, la vida y la muerte alcanzan su punto de unión. ¡Cuánto nos cuesta comprender eso incluso a los que nos sentimos discípulos del Maestro!
Que el “paso” de Dios en nuestras vidas pueda ir acompañado de la libre respuesta que se dona, y pongamos así todos un poco de cordura en la locura de la pasión humana. Feliz pascua del Señor.