Un nuevo paso
Queridos hermanos y hermanas de la Fraternidad:
Después de casi cinco años de andadura hemos dado un paso más y quiero que todos tomemos conciencia de ello trabajando por hacer crecer esta semilla que el Señor ha sembrado en nosotros. Por mi parte intentaré hacerme presente desde este rincón del Boletín animándoos en vuestro caminar que es también el nuestro.
El 24 de junio del año 2001 será una fecha importante. Os confieso un secreto que no os quise decir en su momento. Ese día celebraba yo mis 18 años de profesión solemne. Por eso en mi interior acogí la aprobación de vuestros Estatutos como una cierta “mayoría de edad”, que es como la apertura a la vida de una forma algo más autónoma, como todo adolescente que llega a esa edad y está lleno de proyectos. Pero lo más importante no fue la aprobación en sí misma, sino el talante que se tuvo. En los momentos importantes algunos caen en el desánimo, otros en la euforia, hay quien pretende imponer sus criterios, otros se desconciertan. Lo más importante fue el empeño de los que deseaban trabajar, de los que olvidándose de sí mismos buscaban escuchar el latido del corazón de la Fraternidad, donde mora Dios.
Este es un nuevo paso que os da cierta autonomía y posibilidad de desarrollar vuestras inquietudes según los propios carismas recibidos. Ante todo nos toca “escuchar” y no sólo “escucharnos”. Quien no escucha se arriesga a no moverse o a escucharse sólo a sí mismo y moverse aprisa sin ir a ninguna parte.
Los grupos no muy grandes son un buen medio para trabajar esa escucha y vivir el amor al que nos invita Jesús. Pero exigen purificar el corazón. Vosotros mismos ya habéis sido testigos de cierta convulsión interna. Yo me alegro, aunque a vosotros os asuste. Sólo se crece si hay crisis. La crisis nos pone enfrente de nosotros mismos y de lo que deseamos de los demás. Nos rompe esquemas y surgen las pasiones que anidan en el corazón. Es entonces cuando se nos da la ocasión de dar nueva vida, de nacer de nuevo según el Espíritu de Jesús. Dicen que los partos son dolorosos. ¡Y qué hermoso es después el hijo!
A algunos, quizá, os vendrán deseos de mirar a otro lado, buscando dónde poder alimentaros más y más rápidamente. Ciertamente que cada cual es libre de acercarse a la fuente que desee. Sin duda hay fuentes que dan agua en abundancia y de gran calidad. Pero la Fraternidad es otra cosa. No se puede ser un menesteroso toda la vida. No se puede permanecer un infante necesitado que busca continuamente ser alimentado. Si la Iglesia pide que el laicado asuma un papel más relevante dentro de ella es porque desea que crezca, que haga fructificar dentro de sí la semilla de vida recibida en el bautismo. Vuestra relación con comunidades ya establecidas debe ser un motivo de enriquecimiento mutuo, como es el caso con Santa María de Huerta. Pero vosotros mismos debéis consolidaros interiormente como fraternidad cristiana. Es un edificio que está por hacer. Su belleza está todavía por ver, si es que no sucumbís al deseo de resultados inmediatos, a que otros os alimenten o a imponer vuestros criterios como única tabla de salvación.
Os recuerdo los tres aspectos que, a mi juicio, debe caracterizar vuestra Fraternidad. Se encuentran condensados en el nombre que vosotros mismos os disteis: “Fraternidad cisterciense de Santa María de Huerta”. Sois fraternidad porque sólo tenéis sentido si vivís en y desde el amor de Jesús que es quien nos hace hermanos, hijos de un mismo Padre. Si el término “comunidad” significa poner en común algo o buscar conjuntamente un mismo interés, bien sea material o espiritual, la palabra “fraternidad” indica claramente qué es lo que se desea poner en común: el amor fraterno que nos trajo Jesús. Sois cistercienses, indicando con ello en qué “línea” deseáis caminar, orientación que recoge la Carta de Cofraternidad y vuestros Estatutos. Sois de Santa María de Huerta porque aquí ha nacido vuestra llamada, y nosotros os reconocemos como hermanos y hermanas laicos con quienes compartimos un mismo carisma con matices diversos.
Ahora os toca crecer en la vivencia de esos tres aspectos. La fraternidad, con una relación más estrecha entre vosotros compartiendo vuestra experiencia de fe, pues no siempre podéis ni debéis estar juntos. El carisma cisterciense que os atrae ha de ser conocido cada vez mejor para que la llamada de Dios recibida os vaya con-formando. Santa María de Huerta será el punto de referencia para todos, y tanto vosotros como los monjes hemos de estudiar cómo ir consolidando nuestros lazos en el respeto mutuo de nuestra forma peculiar de vivir un mismo carisma.
Con un abrazo fraterno en el Señor
Isidoro Mª Anguita, abad de Huerta
Huerta, julio de 2001