Saber elegir el camino que debemos tomar en los momentos complicados es lo que diferencia al sabio del necio, al que actúa desde su ser del que actúa desde su estado de ánimo más primario.
El resentimiento hacia alguien y la resistencia que se produce en nosotros ante ciertas cosas que hacen los demás, generan pensamientos negativos que nos alteran y nos van dañando, confundiendo nuestro estado de ánimo. De nosotros dependerá en gran medida el seguir por ese camino o dar un cambio radical aceptando las cosas tal y como son y dando el perdón si es que nos hemos sentido ofendidos. Y no nos olvidemos que la acritud que nos habita suele ser muy contagiosa, generando a nuestro alrededor un ambiente perjudicial.
Cuando tenemos un absceso lleno de pus no basta con tomar antibióticos, es necesario sajarlo para expulsar toda la porquería. Algo parecido nos sucede a otros niveles psicológicos y emocionales. Cuando nos sentimos mal por lo que nos han hecho y no podemos gestionarlo tomando la distancia debida para que no nos afecte, lo mejor es intentar manifestárselo con sosiego al que nos lo ha producido, no echándole en cara nada ni buscando una respuesta positiva de su parte -aunque bienvenida si surge-, sino para poder encauzar el mal que llevamos dentro y que nos deje de afectar corrosivamente.
Esto tendrá, además, una influencia en aquellos con los que convivimos, pues todo lo que hacemos afecta a los que nos rodean. Si mantenemos el orden y la limpieza, eso nos ayuda a vivir interiormente ordenados y limpios, y viceversa. Lo mismo sucede de cara a la comunidad. Si procuramos eliminar los sentimientos negativos que nos turban, se mejorará el ambiente comunitario. Pero si los alimentamos y no los eliminamos, se extenderán fácilmente en la comunidad al despertarlos en el corazón de los que nos escuchan y ven, pues lo semejante atrae a lo semejante.
A veces podemos pensar que no es tan fácil desprendernos de esos sentimientos negativos, pero no es así, el problema es otro, en realidad es que encontramos en ellos un cierto placer que nos impide dejarlos, aunque se trate de un placer un tanto masoquista. Fijaros que si nos dan un objeto que nos quema, no tardamos nada en tirarlo. Nos hace daño y lo tiramos, no ha habido que pensar mucho. Lo tiramos porque hemos percibido inmediatamente el daño que nos hace. Esa es la cuestión. ¿Qué sucede entonces cuando no nos desprendemos inmediatamente de los pensamientos negativos que nos dañan? ¿Será que nos producen algún tipo de placer masoquista que tratamos de justificar de mil maneras? ¿Será que somos tan inconscientes que no nos damos cuenta, como aquel que pierde la sensibilidad corporal y se quema la mano por no percibir que el agua está hirviendo? Pudieran darse las dos cosas, pues no es creíble que percibiendo el daño sin ser masoquista no se tire aquello que nos quema.
Con frecuencia ciertas actitudes de los demás nos queman interiormente. Actitudes que no son negativas en sí mismas, sino simple producto de una mentalidad o forma de ser diferente que nos incomoda. Cuando eso sucede nos vienen ideas negativas: “otra vez con lo mismo”, “vaya maniático”, “hay que ver lo que se enrolla”, “cómo le gusta llamar la atención”, etc. En esos momentos podemos reforzar esas ideas mostrando físicamente nuestro enojo con muecas, ruidos, cambio de postura, etc., o rechazarlas nada más verlas venir y aceptar al hermano tal y como es.
Pero hay algo todavía más importante que dominar nuestros sentimientos negativos, es evitar entrar por ese camino. Elegir un camino saludable fatiga menos y nos mantiene más alegres que elegir un camino lleno de obstáculos y de zarzas que después nos exigirá mucho tiempo para quitarnos los pinchos que se nos clavan. Eso sucede cuando hemos adquirido la actitud de acoger al otro tal y como es, cuando no juzgamos, cuando la benevolencia ha echado raíces en nosotros. Son decisiones en la vida que a fuerza de trabajarlas se van consolidando dentro de cada uno.
Como os decía al inicio, el camino de la quietud viene precedido del fuge y del tace, es decir, del apartarse de la senda que nos turba y, si aún así nuestros pensamientos nocivos siguen acechándonos, entonces acallarlos desprendiéndose de ellos como de algo que nos quema.
Como ya he indicado, la actitud que tomemos tendrá también una repercusión en los demás. Cuando vivimos sosegadamente con lo que realmente somos, vivimos en paz e irradiamos paz. Cuando la violencia y el desasosiego nos habitan por habernos alejado nosotros de nosotros mismos, podemos llegar a hacer mucho daño a los demás, pues respondemos desde nuestro rechazo y odio interior. De ahí tantas aberraciones, asesinatos y guerras en el mundo, y otras tantas a nivel más casero en el día a día. Cuando uno se siente mal consigo mismo, lo irradia. Lo vemos con facilidad: hay hermanos que te puedes acercar a ellos con confianza, que prácticamente siempre te acogen bien, mientras que con otros te lo piensas dos veces antes de decirles algo, tienes que tantear el momento oportuno, sabiendo que puedes recibir una contestación mala, altiva o que te haga sentir mal o culpable. A veces son reflejo de su estado de ánimo, pero otras veces son causa de hábitos adquiridos en la relación con los demás, hábitos que denotan no manejar bien las relaciones humanas más allá de los propios amigos.
El primer paso para superar nuestra negatividad es reconocerla y aceptar que la tenemos, pues tendemos a culpabilizar a los demás de nuestras actitudes negativas, y así es imposible afrontarlas. Reconocerlas con paz y humildad nos permitirá, al menos, evitar contaminar a nuestro alrededor, para después tomar la sabia decisión de apartarse de ellas, si es que llegamos a comprender que el veneno no nos traerá una vida saludable. Quien se limita a reconocer que está enfermo y no hace nada por dejar de tomar lo que le está dañando, de poco le servirá aceptar su situación, seguirá envenenándose. Sepamos ver con claridad lo que vivimos y elegir el camino que nos da vida y no el que nos llena de amargura.