La sabiduría del fregadero
Un fregadero es un recipiente con un tapón y un grifo que utilizamos para llenarlo de agua con la que poder limpiar objetos. Cuando abrimos el grifo para llenar el fregadero de agua limpia, nos fijamos en que el tapón esté bien puesto para que no se vaya. Pero cuando el agua está sucia, quitamos el tapón para que se marche, pues el agua sucia no nos sirve para nada.
Nosotros somos como un fregadero en el que recibimos todo lo que nos echan. La sabiduría que hemos de tener está en saber dejar el tapón o quitarlo cuando convenga. El agua limpia es como la inteligencia o el amor. Aprender algo dejando el tapón quitado es como intentar llenar un saco que está roto por debajo. Cuando así actuamos nunca aprendemos. Recuerdo a un monje anciano que era tan corto de inteligencia como grande en bondad, podía leer el mismo libro diez veces seguidas que siempre le parecía nuevo porque no retenía nada. Cuando aprendemos, es importante retener los conocimientos y la experiencia, dejando bien puesto el tapón, incluso hasta que rebase el agua y se desborde, pues entonces seremos como la concha de San Bernardo que, siempre llena para sí, rebosa para los demás. Lo mismo podemos decir del amor o la bondad.
Otra cosa bien distinta es cuando se trata de agua sucia. Esto también nos sucede con frecuencia y lo expresamos diciendo: “esta es la gota que ha desbordado mi vaso que ya lo tenía lleno, por eso he estallado”, refiriéndonos así a la sensación de tener que aguantar y aguantar hasta que ya no podemos más. Sin duda que todos tenemos un límite, pero también nos podemos preguntar por qué hemos dejado que el fregadero se llene cuando sabemos que tiene un tapón que podemos quitar a tiempo. No dejemos que se nos llene el fregadero de agua sucia, quitemos el tapón a tiempo. ¿Cómo quitar el tapón?
Hay varias formas de quitar el tapón e impedir el desbordamiento. Si de lo que llenamos nuestro fregadero es de la maledicencia de la lengua, aprendamos antes a cerrar el grifo y no dejar que la crítica y la murmuración nos invada, cerrando el oído a los que la ofrecen como un agua cristalina que termina corrompiéndonos. Quien se deja arrastrar por ello, no solo verá cómo se desborda a sí mismo, sino que lo hará con los demás. Evaluemos cuál es nuestra responsabilidad en esa agua sucia que hemos dejado entrar en nosotros y que, sin duda, terminará rebasándonos, pues la mente y el resentimiento suelen aumentar todo lo malo dentro de nosotros.
A veces nosotros no tenemos ninguna responsabilidad en esa agua sucia que va colmando nuestro vaso. Eso sucede cuando tenemos que soportar las debilidades de los hermanos o sus brusquedades con nosotros. Nuestra responsabilidad está en cómo gestionamos la situación. Primero hemos de tomar conciencia de los sentimientos que provoca ese hermano en mí, incluso antes de que haga algo que me molesta. Si somos conscientes de ello, sabremos relativizar la gravedad de sus actos, pues nos daremos cuenta de que tenemos una lupa delante que los va a aumentar. Además, nunca podemos olvidar que la misma paciencia que yo he de tener con sus manías es la que él ha de tener con las mías.
En segundo lugar, hemos de saber afrontar lo que nos dice o hace de forma asertiva, preguntando o respondiendo sin violencia, algo muy difícil cuando nos invade el estrés, el rencor, el temor o la falta de paz interior. Lo normal es que nos refugiemos en el silencio para no estallar o por temor al otro, pero eso no hace más que alimentar una violencia reprimida en nosotros. Es más sabio trabajar primero nuestro propio corazón y saber preguntar sin violencia, entonces veremos cómo el chorro de agua sucia que nos estaba entrando se vuelve limpia o deja de entrar con tanta fuerza.
Si nosotros no tenemos ninguna responsabilidad en la suciedad que nos entra, y hemos intentado afrontarla pacíficamente sin éxito, entonces es el momento de abrir el tapón para evitar que se nos llene el fregadero y se desborde. ¿Cómo? Quien tiene un corazón magnánimo trata de justificar al hermano, no negando la realidad, sino tratando de pensar que está muy nervioso, que se encuentra superado, que realmente no hubiera querido hacer lo que hizo, o que yo mismo soy tan débil como él. Si esto no basta, pues el daño que me ha hecho me ha llegado a hacer mella, entonces el mejor camino es el del perdón. Cuando uno se siente ofendido de cualquier modo, o las actitudes de otro le provocan un profundo rechazo, es entonces cuando debe perdonar. Si lo consigue de corazón, verá cómo se abre el tapón para que toda el agua sucia que ha recibido se vaya por el desagüe sin que le afecte gran cosa, evitando así que se desborde su vaso al no dejarlo llenar. Si nuestro vaso rebosa con frecuencia es un buen aviso para trabajar lo que debemos trabajar en nosotros, pues de lo que hacen los demás ni soy responsable ni lo puedo evitar.
Las dificultades, las adversidades y las injusticias no las podemos evitar completamente, pero sí las podemos afrontar de forma positiva. Para ello es imprescindible tener una motivación fuerte y trascendente. Si nuestra motivación no va más allá de defender nuestros derechos, es probable que terminemos agotados y amargados, pues no siempre lo conseguiremos y seremos incapaces de perdonar cuando el otro no reconoce su culpa y nos pide perdón, dejando un poso de amargura y resentimiento en nuestro interior que clama venganza. Quien tiene una motivación superior, es capaz de superar incluso la injusticia sin dejarse esclavizar por el dolor que nos provoca. Esa motivación superior puede ser sacar adelante a los hijos, salvar a un ser querido o responder confiadamente a la providencia divina en nuestras vidas, pues hasta el mismo Jesús pidió ser librado del sufrimiento que se le avecinaba en el huerto de los olivos, sin renunciar por ello al cáliz que se le ofrecía, y venciendo todo rencor con el perdón en la misma cruz de aquellos que lo crucificaron. Sin motivaciones superiores no podremos superar ciertas pruebas según el evangelio.
Cuando tomamos conciencia que la verdadera paz y felicidad está en nuestras manos, y no en lo que los otros puedan hacer o dejar de hacer, entonces alcanzaremos la quietud que permite ver todo y a todos de otra manera, valorándolos por lo que son y no solo por lo que hacen. Lo que ellos son no altera el corazón del que vive centrado, lo que hacen sí nos altera cuando vivimos fuera de nosotros mismos, pues reaccionamos según nuestras emociones y sentimientos. Estos son muy buenos para conocernos, pero no les dejemos tomar las riendas de nuestras vidas si queremos tener paz.