En la época de la posverdad en la que vivimos, en el tiempo de las fake news o noticias falsas que se divulgan con inusitada rapidez a través de las redes sociales e Internet en general, la advertencia del Señor en el evangelio resulta de rabiosa actualidad: Guardaos de los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces (Mt 7, 15). Es triste ver cómo se destruye la inocencia de un niño que todo se lo cree hasta que experimenta la frustración del engaño. Incluso nos reímos de su inocencia tachándola de ingenuidad, como si de un mal pasajero se tratase. La predilección del Señor Jesús por los niños es la predilección por su inocencia que refleja la bondad de Dios. Pero, desgraciadamente, debemos vivir como ovejas en medio de lobos, sencillos en medio de la doblez. Debemos mantener la sencillez, pero sin dejar la prudencia, hasta que un día podamos ser sencillos sin defensas.
La mentira nunca es inocente ni gratuita, siempre tiene una intencionalidad. El amor sí es gratuito, sabe darse a fondo perdido sin buscar recompensa. La mentira y el disimulo, por el contrario, buscan un beneficio a costa del otro. Si el amor se fija en el bien ajeno, la mentira busca engañar para obtener un bien en favor propio. Se busca seducir al pueblo con apariencia de verdad y promesas que halagan el oído para obtener algún beneficio de él. Es lo que hacen algunos políticos, pero también muchos poderosos en cualquier ámbito, a veces incluso en el religioso. Lo peor de todo es que termina siendo una mentalidad que se instala en la sociedad, considerando normal el engaño para obtener algún resultado, ensalzando la astuta habilidad del que lo realiza y tildando de pardillo al que se deja engañar. Y todavía más, nosotros mismos podemos vivir en un autoengaño tranquilizador sin darnos cuenta del mal que nos hace por mucho que nos deje dormir en la oscuridad.
En este pasaje evangélico Jesús se refiere directamente a los que se aprovechan de los demás utilizando palabras espirituales. Son malos y quieren pasar por buenos, abusando de la bondad de la gente. Una estafa, en resumidas cuentas. Son gente que toman el nombre de Dios en vano, usurpan el nombre de Dios llegando a hacerse pasar por el Mesías, únicos portadores de la voluntad divina, como nos recordará también el mismo Jesús: “Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy el Mesías’, y engañarán a muchos (Mt 24, 4s).
¿Cómo desenmascarar a esos falsos profetas? Jesús nos ofrece un método bastante efectivo: Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos (Mt 7, 16s. 12, 33). La experiencia nos enseña que eso es verdad. Al final, el tiempo y la convivencia nos descubren lo que somos cada uno, pues quien está dañado por dentro hará daño y sembrará el mal, mientras que el bondadoso será reconocido como tal más allá de sus errores ocasionales o su fea apariencia.
Los frutos nos ayudan a desenmascarar a los otros y a nosotros mismos. El pecado siempre nos acompañará, como todo árbol sano da algún que otro fruto dañado. Pero si nos hemos dejado corromper, ¿qué fruto puede salir de nosotros? Nadie es bueno o malo de la noche a la mañana. El mal siempre parece inofensivo y controlable cuando empieza a crecer, pero en el momento en el que se apodera de nosotros se caracteriza porque nos ciega, impidiéndonos distinguir la luz de la oscuridad, la verdad de la mentira, llamando faltas leves a las actitudes que nos van corrompiendo. Es la forma que tiene de actuar el mal y los falsos profetas, lobos disfrazados de corderos. Es lo que también llegaba a escandalizar a Jesús que exclamó: Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas si sois malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado (Mt 12, 34-37). ¿Cómo es posible que algunos que pretenden hablar de espiritualidad tengan luego una lengua tan viperina y dañina para con sus hermanos y se queden tan tranquilos? Juan el Bautista les increpaba cuando los veía venir para bautizarse y quedar limpios así de un pecado que no habían lavado primero en su corazón: Viendo venir a él muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’” (Mt 3, 7-9).
¿Y para qué sirve un frutal que no da fruto? Se le tala para que al menos sirva para leña, dice Jesús. Otro problema que tenemos es que no sabemos muy bien distinguir entre el fruto bueno que salva al árbol y el fruto malo que lo condena a ser talado. Si creo que el fruto bueno consiste en adquirir mucha ciencia y me topo con un zoquete, probablemente desearé en mi corazón talarle por no dar el fruto adecuado. Igual sucede cuando juzgo a los demás con criterios demasiado superficiales, deseando que todos aquellos que no actúen según mis criterios, o que simplemente me molesten, sean despedidos talándolos de la comunidad. O puede también que lleguemos a pensar que en los tiempos de desierto vocacional o de falta de fe en la sociedad, estemos todos un poco podridos y nos deban talar. Sin embargo, dudo mucho que el Señor se fije en esos frutos. Los frutos que él quiere que demos son los frutos de las buenas obras, los frutos del espíritu, aunque se vean pocas manzanas colgadas del árbol. Lo importante es que sea un árbol lleno de vida interior del que tarde o temprano brotarán los frutos como brotaron del Resucitado clavado previamente en un leño seco.
También Jesús nos recuerda que vendrán momentos difíciles, pero que no debemos ponernos nerviosos: Oiréis también hablar de guerras y de rumores de guerras. ¡Cuidado, no os alarméis!, porque todo esto ha de suceder… Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente, y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que persevere hasta el final se salvará (Mt 24). Busquemos dar de estos frutos buenos del espíritu, lo que será signo de que nuestro árbol se mantiene saludable, y no nos dejemos llevar por las mentiras que nos prometen los falsos profetas alejándonos del evangelio y del camino del Señor Jesús en nuestras vidas.