Si las tres primeras peticiones del padrenuestro están referidas a Dios y a nuestra implicación en ellas: santificar su nombre, dejar que reine sobre nosotros y trabajar porque se haga su voluntad, las cuatro siguientes se centran más en nosotros mismos pidiendo a Dios se implique para que se lleven a cabo.
Así se comienza con la cuarta petición que es la más elemental para garantizar nuestra subsistencia: danos hoy nuestro pan de cada día. Una petición sobria que, sin embargo, encierra varias enseñanzas.
En primer lugar, pedimos el pan como el elemento más básico para poder subsistir. No pedimos lo superfluo, sino lo necesario. Jesús nos enseña a pedir aquello que necesitamos y merecemos como criaturas de Dios, algo a lo que tenemos derecho. No nos dice que pidamos riquezas ni sibaritismos que no necesitamos y escandalizarían a los que pasan necesidad. San Pablo decía a Timoteo: Nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso (1Tim 6, 7-8). Y el mismo Jesús nos manda: No andéis preocupados diciendo: “¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?”; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso (Mt 6, 31-32).
Pedimos también que se nos dé hoy el pan de cada día, día a día, no para acumular. Cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar el reino de los cielos les dice que vayan con lo puesto, sin dinero en la alforja, sin seguridades, dejándose llevar por la Providencia. No se trata de una actitud imprudente, sino de vivir en confianza. La imprudencia sería hacer barbaridades pensando que no nos va a pasar nada y que Dios evitará las consecuencias de nuestra insensatez. El pan de cada día, sin embargo, es algo que fácilmente obtendremos en condiciones normales, pues la providencia divina y la compasión humana vendrán fácilmente en nuestra ayuda. Otra cosa bien distinta es pretender lo superfluo o las riquezas. Sobre eso el Señor no nos promete nada. Lo que sí nos pide es que orientemos todo nuestro esfuerzo en el anuncio del evangelio, y lo demás se nos dará por añadidura, como recuerda San Benito al abad en su labor pastoral.
Cuando uno es joven se siente atraído por la invitación de Jesús a vivir como los pájaros del cielo y los lirios del campo. Es un reto y se siente fuerte y confiado. Con los años buscamos más seguridades. Nos sabemos más frágiles y el idealismo primero se va aminorando. Cada uno sabrá qué le pide el Espíritu y qué está dispuesto a ofrecer. Pero en cualquier caso el mensaje es claro para todos: no acumulemos ni pongamos nuestra preocupación en las cosas materiales. Debemos mantener un espíritu libre frente a ellas. Ciertamente que debemos ser responsables y trabajar por adquirir lo necesario sin esperar que otros nos resuelvan la vida, pero hemos de hacerlo sin agobios.
La petición del pan de cada día nos recuerda a la prueba que Dios puso a su pueblo en el camino por el desierto, tratando de educar su corazón en la confianza cuando les ofreció día tras día el maná que les alimentara, mandándoles no acumular para el día siguiente: Moisés les dijo: «Éste es el pan que Yahvé os da de comer. Esto es lo que manda Yahvé: Que cada uno recoja cuanto necesite para comer, una ración por cabeza, según el número de personas que vivan en su tienda». Así lo hicieron los israelitas; unos recogieron más y otros menos. Al pesar la ración, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos. Cada uno había recogido lo que necesitaba para comer. Moisés les dijo: «Que nadie guarde nada para mañana». Mas no obedecieron a Moisés, y algunos guardaron algo para el día siguiente; pero se llenó de gusanos y se pudrió; y Moisés se irritó contra ellos. Lo recogían cada mañana, cada uno según lo que podía comer, pues, con el calor del sol, se derretía (Ex 16, 15-21).
Como vemos, algunos no resistieron a la tentación y cogían de más para asegurarse el alimento de los días siguientes, pero se les pudría. Esa experiencia de escasez sin que les faltara el alimento diario, lejos de ser un castigo era una enseñanza transformadora. Es lo mismo que nos sucede a nosotros cuando experimentamos la escasez de cualquier tipo. Debiéramos verlo como una enseñanza que nos prepara para vivir en la confianza en Dios al constatar que lo necesario nunca nos falta. Por ello en esos momentos es más acertado pedir fortaleza para mantenernos con entereza en la prueba que pedir nos quiten rápidamente la prueba.
Esa experiencia nos permite vivir la saludable sobriedad de la que nos habla también la Escritura cuando dice: No me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues, si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: «¿Quién es Yahvé?», y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios (Proverbios 30, 8-9). Esto nos explica por qué debemos pedir el pan a diario sin acumular.
Ese pan Jesús nos lo presenta como reflejo de otro pan que alimenta nuestro espíritu y que también debemos pedir y procurar diariamente. Es el pan de su cuerpo y de su sangre, sin el cual no podemos tener vida en nosotros: Ellos le dijeron…: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él (Jn 6, 31-35.56).
Así como pedimos el pan que necesitamos para poder vivir, así debemos pedir el pan vivo que es el cuerpo de Cristo para tener en nosotros la vida de Dios. Si lo pedimos es porque lo necesitamos y no lo podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Pedirlo, comerlo y asimilarlo, pues no basta con estar en un almacén de pan si no nos llevamos nada a la boca. Necesitamos ese pan cada día y nadie lo tiene seguro para mañana. La escala que vio San Juan Clímaco (abad del monasterio de Santa Catalina del Sinaí, s. VII; “Clímaco = de la escalera) se apoyaba en la tierra hasta el cielo y por ella subía mucha gente de todo tipo. No todos llegaban a la meta, sino que algunos se caían: unos en los primeros peldaños, otros lo hacían al medio y otros casi al final, alentados todos ellos durante el trayecto por los ángeles o tentados por los demonios (virtudes y vicios). No se trata de meter miedo, sino de ser conscientes de que el camino solo lo termina el que llega a la meta, y para eso necesitamos el alimento diario. Queda sin llegar a la meta tanto el que se aparta del camino al principio como el que lo hace al final. Pedir día a día al Señor que nos dé el pan que nos mantiene vivos humana y espiritualmente es decirle que confiamos en él, que lo necesitamos y que estamos dispuestos a alimentarnos con él.