Espiritualidad una y plural
El que todos los pueblos de la tierra tuvieran una lengua común podría resultar eficaz, pero restaría belleza y nos privaría de la multitud de matices que refleja el espíritu de cada cultura. Para transmitir una misma idea, cada pueblo lo hace con la cultura que lo configura, fruto de su propia historia, de su forma de ver las cosas o de comunicarlas. Sin duda que las diversas lenguas se influyen y enriquecen entre sí, pero el mantener su diversidad no sólo es algo que consolida la identidad de los pueblos que las hablan, sino que enriquece al conjunto, embelleciéndose con variedad de matices.
Igual sucede con la música. Cuando se escribe una composición musical se da la misma partitura a todos los músicos para que cada uno la interprete con su propio instrumento. Cada instrumento tiene su peculiaridad y su momento de intervención. Dos instrumentos podrían estar tocando las mismas notas a la vez, por ejemplo un violín y un piano, pero cada uno lo haría con un matiz y una sonoridad diferentes. No produce el mismo impacto un instrumento de cuerda que uno de viento o uno de percusión o uno electrónico. Buscar unir todos los sonidos en un solo artefacto que los englobara a la vez no sería lo mismo, además de perderse la identidad de cada instrumento, su sonoridad individual y hasta su forma y sensación al tacto.
Algo parecido sucede con la espiritualidad en nuestros días. Debido a muy diferentes causas, existe la tentación de unificar todo en una sola expresión que puede obstaculizar la identidad de cada tradición religiosa con su propia historia e idiosincrasia. La forma como se expresa cada una de ellas tiene detrás todo un contenido que conforma dicha expresión. Trasladar sin más ciertas expresiones propias de una tradición a otra, termina vaciándolas de significado o, al menos, lo puede distorsionar seriamente. Nadie lo duda: en el centro de la rueda todos los radios se encuentran, pero cada uno guarda su propia peculiaridad. Todos los radios se sujetan en el eje, pero el eje necesita los radios para llegar a toda la llanta, ocupando cada uno el lugar que le corresponde.
Cada tradición tiene su propia riqueza que debe profundizar. Quizá algún aspecto que esté más dormido en ella se despierte al contemplarlo en otra tradición, pero no se puede caer por ello en la imitación de unas formas cuya motivación es diversa. Por ejemplo, no es lo mismo renunciar a comer carne por creer en la reencarnación, que hacerlo por respeto a todo animal vivo o por considerar que dicho alimento genera unas pulsiones más agresivas que lo pueda hacer una dieta vegetariana. Como tampoco es lo mismo hacer determinados ejercicios físicos para vivenciar la unificación con la Naturaleza que hacerlo para alcanzar una armonía personal o, simplemente, para estar más en forma. Como tampoco es lo mismo la práctica de un silencio que trata de apaciguar la mente, buscando la no dualidad en la propia unificación, que vivir un silencio místico frente al tú de Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos, en una unidad sin confusión.
En el caso de los cristianos tenemos una gran riqueza que hemos de profundizar, pues ciertos aspectos muy valiosos pueden estar dormidos. Pero hay que hacerlo sin complejos, sin buscar el visto bueno de la espiritualidad dominante en la actualidad y de una cultura científica que tiende al agnosticismo y la secularidad. Siempre hay que intentar hacerse entender, presentando de forma atractiva e inteligible lo que se quiere comunicar como un bien para todos, pero sin que prevalezca la necesidad de la aceptación y el aplauso. No es bueno actuar demasiado preocupados por el futuro. Pero sería también un suicidio y una infidelidad no profundizar y anunciar el tesoro recibido. Dios sigue enviándonos profetas dentro y fuera de la Iglesia. La corriente espiritual de nuestro tiempo también es un grito del profeta que no podemos matar porque nos resulte incómodo, pero que tampoco nos debe llevar a perder nuestra propia identidad cristiana.
Hoy día la espiritualidad y la mística tienen un lugar incuestionable en nuestra experiencia más esencial y trascendente, pero no creo que ello suponga el fin de la religión. Esta no se extinguirá en favor de una espiritualidad pura, que busca lo común desde el silencio y el eclecticismo, tomando prácticas de aquí y de allá sin una conexión real con las raíces en donde surgieron. Cuando nos ponemos nosotros mismos en el centro de la espiritualidad, terminamos creando algo para nuestro propio consumo, bien sea sentimental, ritual o “más comprensible” para el gnosticismo actual y en sintonía con un agnosticismo que relega el tú de Dios. No hay que olvidar que eso está en la base de una espiritualidad más atractiva para los que se consideran agnósticos.
Para los cristianos la fe supone algo más que una experiencia espiritual sentimental o mística. El cristiano necesita celebrar su fe en Cristo Jesús, en su misterio pascual y en su evangelio, algo cargado de simbolismo, pero también de realidad.