LOS PORTEROS DEL MONASTERIO
(RB 66-01)
Con ese capítulo sobre los porteros concluye la Regla del Maestro, y parece que también terminaba así la redacción inicial de la RB, si bien el capítulo 67 que nos habla de las salidas también tiene algún paralelo en la RM. Los capítulos 68 al 73, por el contrario, serán del todo originales de San Benito, donde se fijará más en las relaciones fraternas y la vivencia de la caridad.
Póngase a la puerta del monasterio un anciano discreto, que sepa recibir recados y darlos, y cuya madurez no le permita estar ocioso, nos dice la Regla.
La portería es un lugar muy importante en el monasterio, pues es el primer lugar de acogida que tiene la comunidad. San Benito pide que el portero sea un monje anciano con ciertas cualidades: que sea discreto o prudente (“sabio”, sapiens, nos dice), que sepa dar un recado y transmitirlo y que sea lo suficientemente maduro como para no estar ocioso en los muchos momentos de inactividad propios del que se limita a guardar la puerta. Obviamente esto no tiene nada que ver con la realidad de ciertos monasterios actuales donde el portero hace también el oficio de tendero y el monasterio es visitado por turistas, lo que impide que sea demasiado anciano.
¿Por qué quiere San Benito que el portero sea un monje anciano? Para San Benito el mundo es un lugar de tentación, algo que él sufrió en sus carnes de joven y que le impulsó a buscar la soledad. El monasterio es, por consiguiente, no sólo una escuela, sino también un lugar protegido donde poder vivir con más sosiego lo que se busca. Por eso nos dirá también en este capítulo que el monasterio se debe proveer de todo para no tener que salir fuera, lo que perjudica a quien ha abrazado la vida monástica. Y puesto que la portería en tiempos de San Benito era el lazo de unión con el mundo, parece razonable que se encargue de ella a un monje de cierta edad, al que se le supone que no es tan propenso a ser tentado desde el exterior, centrado, como debiera estar, en su camino interior. No obstante, y puesto que la experiencia le pudo decir que no siempre la edad implicaba dominio de sí, San Benito insiste en que el portero debe gozar de la virtud de la discreción. Hoy día, la facilidad y los medios que todos tenemos a nuestro alcance en la relación con el exterior, hace que todos y cada uno deba cultivar las cualidades que la Regla pide a los porteros.
Todos sabemos que es propio de la ancianidad la experiencia. Si al monasterio llega gente muy variada, el portero debe saber discernir cómo tratar a unos y a otros, a quién no se debe dejar pasar, quien debe ser amonestado y quienes pueden entrar. La discreción le ayudará a ello, pues, como ya dije comentando el capítulo 64, discreción viene de discernir, saber distinguir entre los espíritus buenos y malos. Un portero sin discreción puede hacer mucho daño a la comunidad, pues bien sabemos que la gente se lleva la imagen de una comunidad por los monjes que ve, que suelen ser principalmente el portero, el hospedero y el que esté detrás de las puertas para hacerse el encontradizo. Si estos son discretos, no sólo darán una buena imagen de la comunidad, sino que por su capacidad de saber discernir no pasarán por ingenuos, sino por sabios sencillos.
Y si el portero debe saber discernir con lo que entra, otro tanto debe hacer con lo que sale. No sólo se trata de dejar entrar o salir a las personas, sino también las noticias y los cotilleos. Si la puerta no se sabe abrir y cerrar a su debido tiempo y con las debidas formas, puede ser que la vida interna de la comunidad termine en la boca de todos, y esto va minando la confianza entre los hermanos.
Hoy día son más los que tienen que relacionarse con el exterior, bien sea por sus cargos o por su debilidad: abad, portero, hospedero, cillerero, secretario, enfermero, capellanes y el que se sienta un tanto aburrido y busque conversación. Por eso todos debemos aplicarnos en determinados momentos lo que San Benito dice a los porteros. Debemos tener la sabiduría necesaria para ser esa puerta que permite entrar lo bueno sin que pase lo malo, y que no deja que las cosas de la comunidad salgan indebidamente. Una casa bien custodiada es una casa segura. Y estar bien custodiada no significa que tenga grandes muros de piedra o normas tajantes. Por desgracia ni un escudo antimisiles impide daños profundos en una casa que no está bien cuidada en las menudencias. Como decía aquel cuento: “El emperador mandó fabricar una coraza del más duro acero, que ni flecha, ni espada, ni lanza pudiera traspasar. Pero una columna de hormigas penetró, imperceptible, y en pocos minutos lo devoró”. Santa Teresa, en su Castillo interior, nos habla de esto, que refleja cómo el peligro exterior, cuando es grande, une a la comunidad y se le puede hacer frente porque se le ve, mientras que los males que parecen pequeños son peores al no verlos, por lo que van minando la comunidad. Así sucede en la comunidad donde no se sabe guardar la lengua y los oídos en su relación con el exterior. Un matrimonio se rompe cuando sus intimidades están en la boca de todos, pues crece la desconfianza del otro, lo que a su vez engendra el desamor. Y también se rompe cuando se deja entrar la maledicencia de los de fuera. Pero si sabe relacionarse con el exterior sin apropiarse lo que no le corresponde ni dar lo que no debe, entonces esa relación fortalece la cohesión de la pareja. Lo mismo sucede con las comunidades.
¡Cuánto bien puede hacer un portero prudente, tanto a los de dentro como a los de fuera! Pensemos, además, que en el monacato antiguo los porteros tenían también una cierta misión de discernimiento vocacional. En el monacato pacomiano era a los porteros a los que incumbía el cuidado de los novicios. Incluso Casiano dice que los postulantes deben estar un año en la portería u hospedería, sirviendo a los peregrinos, antes de entrar en comunidad. Es un terreno intermedio, de criba y purificación, para que el candidato vaya liberándose de las cosas del mundo y adquiriendo el espíritu del monasterio. En el fondo, San Benito sigue el mismo esquema, sólo que tras unos días en la portería pide se le pase a un lugar aparte de la comunidad, el noviciado, estando bajo la guía de un anciano al que se le confía esa misión.
Sobre los porteros hay relatos en la literatura monástica que están en la misma línea de San Benito. Basta recordar, por ejemplo, lo que dice Rufino en su traducción de la Historia de los monjes: el Abad Isidoro, “un anciano digno elegido entre los mejores, estaba en la portería”, e informaba a los huéspedes y a los desconocidos acerca de la vida monástica; pero sólo dejaba entrar en el recinto del monasterio a los que querían ser monjes, mientras que los demás debían quedarse fuera (Historia monachorum, 17). Parece que el cargo del portero es un cargo sin importancia por su supuesta falta de relieve, y, sin embargo, es uno de los más importantes para San Benito, dado que está en sus manos la reputación de la comunidad y una primera valoración de intenciones de los que se acercan al monasterio.