EL ORDEN DE LA COMUNIDAD
(RB 63-02)
Sigue insistiendo San Benito: Y absolutamente en ningún lugar la edad debe crear distinciones ni preferencias en el orden, porque Samuel y Daniel, con ser niños, juzgaron a los ancianos. Por eso, exceptuando aquellos que, como hemos dicho, el abad haya promovido por razones superiores o haya pospuesto por motivos concretos, todos los demás se colocarán conforme van abrazando la vida monástica; así, por ejemplo, el que llegó al monasterio a la hora segunda, sepa que es más joven que aquel que llegó a la primera hora del día, de cualquier edad o dignidad que sea, mientras que a los niños todos les harán observar la disciplina en todas las cosas.
El orden que propone San Benito siguiendo la entrada en el monasterio es una norma que se observaba ya en el monasterio de San Pacomio, quien nos dice en su Regla: “Quien entra en el monasterio antes, se sienta antes, camina antes, canta el salmo antes, pone la mano antes sobre la mesa, comulga antes en la Iglesia”. Eso, que para algunos les pudiera parecer ridículo se revela muy útil en la vida comunitaria. El orden que propugna San Benito es muy liberador, también en nuestro tiempo, donde hay tantos estatus de vida diferente, tantos rangos sociales, donde se crean diferencias entre hombres y mujeres, ricos y pobres, autóctonos y extranjeros, marcado todo en gran medida por los bienes materiales que se posean.
El orden que nos presenta la Regla facilita también las relaciones fraternas y evita muchas suspicacias que sólo sirven para quitar la paz. San Benito quiere que en las relaciones mutuas se eviten las chabacanerías, pues terminan minando la caridad, y las confianzas pueden resultar odiosas. Por eso se nos pide que las relaciones entre los hermanos se basen en el respeto mutuo. El respeto no es mero formalismo. El respeto es fruto del amor y el amor se debe expresar en el respeto. El formalismo en el trato mantiene las distancias, pero no refleja necesariamente amor. Por eso hay que atender a que nuestras relaciones sean respetuosas aunque llenas de cariño sincero. Si San Benito quiere que todas las cosas del monasterio se traten con respeto y limpieza, cuánto más a los hermanos.
Por otro lado, según la Regla, en tiempos de San Benito los monjes lo tenían absolutamente todo en común, sin poseer un lugar propio para estar ni habitación donde dormir individualmente. Se comprende entonces el mayor esmero por respetar la intimidad que cada monje necesita para estar consigo mismo. Si nos empeñamos en el respeto mutuo, si le damos importancia a las normas de urbanidad y cortesía, si buscamos no herir con nuestros gestos, palabras o actitudes, si siempre nos dirigimos al hermano como adultos, aun manteniendo la frescura de una sana espontaneidad y el cariño sincero, entonces seguro que se acrecentará aún más en nosotros la alegría de vivir los hermanos unidos.
Habiendo personas de muy diversa edad dentro del monasterio, la Regla da unas normas sabias de comportamiento: Los más jóvenes, por tanto, honrarán a los mayores; los mayores amarán a los más jóvenes. En la manera de nombrarse, nadie se permitirá llamar a otro simplemente por su nombre, sino que los mayores darán a los más jóvenes el nombre de “hermanos”, y los jóvenes a sus ancianos, el de “nonnos”, que indica la reverencia debida a un padre. Al abad, puesto que se sabe por la fe que hace las veces de Cristo, le llamarán “señor” y “abad”, no porque él se lo haya arrogado, sino por honor y amor de Cristo. Pero considérelo él y pórtese de tal manera que se haga digno de este honor.
San Benito avisa del respeto que, sobre todo, han de tener los jóvenes para con los mayores. Las bromas que se pueden gastar entre los jóvenes pudieran resultar algo desconcertantes a los más mayores. Respeten, pues, los jóvenes a los mayores, nos dice. El respeto implica muestras de consideración, de atención y de veneración. Consideración al ver en los mayores esa maternidad que nos va transmitiendo la vida, el patrimonio de nuestra vocación monástica, los frutos materiales y comunitarios que nosotros disfrutamos y que a ellos les supuso mucho trabajo restaurando el monasterio, ofreciéndonos un medio de vida y creando la comunidad. Atención al reconocer que pueden ir flaqueando en algunos aspectos y necesitan la ayuda de los más jóvenes, estando atentos a sus necesidades aún antes que las expresen. Veneración por el respeto que merecen los mayores al poder ver en ellos modelos de fidelidad y fuentes de experiencia y sabiduría.
Por su parte, San Benito pide a los mayores que amen a los jóvenes. ¿Por qué pide esto y no les pide también respeto? Evidentemente que donde hay amor hay respeto. Pero cuando se subraya el amor es porque se pide una actitud de condescendencia, de paciencia y misericordia. Todo amor viene de Dios-Padre. El verdadero amor es el amor paterno que es capaz de ser fecundo en el amor esponsal. ¿Cómo? Es una realidad humana. El amor que hayamos experimentado con nuestros padres va a condicionar el amor que tengamos en la unión con otra persona o en nuestra relación con Dios. Y el amor saludable en la unión esponsal nos capacita para un amor paternal maduro.
Pedir a los mayores que amen a los jóvenes es pedirles que tengan la comprensión necesaria con ellos, buscando ante todo su crecimiento para que puedan alcanzar un día el amor esponsal, fortalecidos por una sana experiencia de amor paternal. Quien no se ha sentido amado con misericordia, difícilmente puede llegar a descubrir el amor esponsal que es salida de sí para darse al otro, entre otras cosas porque aquella carencia va a hacer que siempre se esté mirando a sí mismo de forma insegura. Por otro lado, quien no ha conocido el amor esponsal, difícilmente podrá ofrecer un amor paternal, por ser éste fruto del desposorio entre dos, pues nadie es padre por sí mismo. He ahí dónde radica la diferencia entre el anciano que ha tenido una experiencia unitiva con Dios y el viejo que sólo ha tenido experiencia de los años. La paciencia y comprensión en el anciano mueve al joven a la veneración. El respeto y veneración del joven acrecienta el amor en el anciano.
Tampoco quiere San Benito que los monjes se llamen simplemente por su nombre. Los mayores han de llamar “hermano” al más joven y los jóvenes “nonno” al más anciano (expresión de origen egipcio algo familiar y cariñosa hacia los ancianos; Iñaki Aranguren la traduce como “reverendo padre”; otros lo equiparan al “abuelo” en boca de los nietos pequeños). Esto nos puede desconcertar bastante, hoy que se llama de tú a casi todo el mundo, aunque ocupen una dignidad, o se saluda con un par de besos casi sin conocer a la otra persona. Sin duda que la influencia cultural de cada época y lugar es fundamental en nuestras relaciones exteriores, pero es bueno que nos quedemos con el mensaje que nos transmite la Regla. Si San Benito no quiere que los hermanos se llamen simplemente por su nombre es por una finalidad: mantener unas relaciones respetuosas que no son falta de cariño, pero sí un medio que evite las faltas de caridad o chabacanerías.
Igual sucede cuando se dirigen al abad, al que han de dar el nombre de señor o abad como signo de honor y amor a Cristo, al que representa en el monasterio. Y, curiosamente, sólo en este último caso San Benito lanza una advertencia: el abad debe meditar el trato que se le da y comportarse de tal manera que se haga digno de este honor.