EL ORDEN DE LA COMUNIDAD
(RB 63-01)
En los últimos capítulos de su Regla, San Benito insiste más en cómo han de ser las relaciones fraternas en comunidad. En ellos se ve la influencia de San Basilio y San Agustín, maestros en la doctrina sobre el amor fraterno entre cenobitas, y la propia espiritual de San Benito. La Regla pretende ser un camino que lleva a Dios liberando el propio corazón, despojándolo de sus ataduras e invitando a caminar por la humildad y la obediencia. Pero ese camino no lo hacemos en solitario, sino junto con unos hermanos. En este capítulo San Benito expresa cómo quiere que sean las relaciones entre los hermanos de comunidad y el orden que han de llevar, manifestando con ello el tipo de comunidad que él desea. No se trata de un cuartel militar, donde el orden viene determinado por una disciplina igualitaria y la autoridad es cuestión de galones. Tampoco es un club de amigos, donde las relaciones pueden tener mucho de camaradería. Ni siquiera es una familia de carne y sangre, sino que se trata de una familia espiritual.
En el monasterio conservarán sus puestos según la fecha de su entrada en la vida monástica, o según el mérito de vida que los distingue, o según lo haya dispuesto el abad, pero el abad no debe perturbar la grey que se le ha confiado ni disponga nada injustamente, como si pudiera usar de un poder arbitrario; antes bien, piense siempre que tendrá que dar cuenta a Dios de todas sus decisiones y de todos sus actos. Por tanto, según el orden que él haya establecido o el que corresponda a los hermanos, se acercarán a recibir la paz y la comunión, recitarán los salmos y estarán en el coro.
San Benito quiere que en la comunidad monástica haya un orden basado en la antigüedad o en la predilección justificada del abad, y que haya un respeto no exento de familiaridad, pero sí de familiaridades, esto es, basado en el amor cristiano más que en la camaradería. Se pueden tener amigos en la comunidad, pero no se trata de un club de amigos, ya que en los clubes sólo entran los afiliados, por lo que reducir nuestras relaciones a los amigos, creando ese club dentro de la comunidad, es minar el sentido mismo de la comunidad monástica, pues Dios nos ha convocado a todos para vivir en unidad, sin exclusiones ni partidismos. Los grupos de amigos pueden ser una gran ayuda personal, pero también pueden dañar a la comunidad si en ellos se alimenta la crítica a los demás.
Donde hay desorden se termina perdiendo la paz y se suscitan las pasiones (enfados, críticas, enfrentamientos). Tampoco podemos pensar que el orden en sí mismo vaya a traer la paz, si ésta no está primero en nuestros propios corazones. Ciertamente que cuando hay orden hay tranquilidad, pues se sabe qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo sin que haya demasiados imprevistos. Ahora bien, si el orden no pasa de ser una disciplina militar, las cosas estarán en su sitio, es verdad, pero las personas se sentirán desplazadas, no valoradas en sí mismas. Si el orden lo convertimos en un absoluto, podríamos perder la paz fácilmente cuando dicho orden no exista, nos faltará la paciencia necesaria para sobrellevar el desorden crónico de algunos hermanos e, incluso, pudiéramos anteponerlo a las exigencias del amor fraterno. Por otro lado, si confundimos la espontaneidad o la familiaridad con el desorden, entonces dejamos de trabajar por disciplinarnos interiormente y surgen multitud de dificultades en la vida comunitaria.
San Benito, educado en el orden romano, desea que dicho orden se viva en la comunidad. Será un orden que tiene un fin: la paz en la comunidad y una vida interior disciplinada. Si el rostro es reflejo del alma, el orden que tengamos y el valor que le demos también reflejarán algo de nuestra vida interior. Todo lo que aparte de esa paz que desea San Benito, que no es mera tranquilidad o ausencia de problemas, hay que evitarlo. El orden en el uso y cuidado de las herramientas, el orden en las funciones comunitarias (canto, lectura, etc.), el orden en las relaciones fraternas y en las relaciones de autoridad (no anteponer el mandato de un inferior al de un superior), etc. El orden comunitario que San Benito propone es tan simple e imparcial como el de la entrada en el monasterio. Con esto lo único que nos propone es vivir lo que Jesús nos dice en el evangelio: todos somos iguales delante de Dios.
La sociedad en tiempos de San Benito era muy diversa en cuanto a oportunidades ante la vida. En una sociedad donde había señores y siervos, ricos y pobres, intelectuales y analfabetos, había que suprimir toda diferencia al entrar en la casa de Dios. Ni siquiera la edad podía ser un motivo de superioridad (pensemos en las culturas africanas y los problemas que tienen a este respecto). Hoy todos venimos más igualados al monasterio, pero las diferencias en tiempos de San Benito eran mucho más notorias. ¿Qué podría sentir un noble que entra en el monasterio y le toca vivir junto a uno que quizá fue siervo de su familia? ¿O un letrado al verse junto a un ignorante? ¿O un adulto que ha de codearse con un niño? El orden de entrada quitaba todo motivo humano de preferencia. La única diferencia que admite es la que pueda otorgar el abad al encomendar a un monje determinado una misión sobre sus hermanos. Eso no significa que el abad sea arbitrario, lo que debe evitar por el bien de la comunidad. Todo comportamiento antojadizo del abad puede ser causa de desazón en la comunidad y deberá dar cuentas a Dios por ello. El orden, para que lleve a la paz, ni puede ser ciego ni antojadizo. Siempre ha de estar sustentado en el amor y en nuestra condición fraterna de iguales delante de Dios. La única excepción que permite San Benito es el reconocimiento del abad para con los que son modelo de vida espiritual. Eso puede servir de estímulo para los demás.
Todo edificio es hermoso en su diversidad cuando esa diversidad tiene un armonioso orden y no se limita a ser una yuxtaposición de elementos. En el fondo, el orden y la armonía están sustentados por la argamasa del amor. Cuando se ama se tiene el corazón pacificado. Cuando se tiene el corazón en paz se vive en paz y se crea paz a nuestro alrededor, creando un orden aún más superior al orden meramente material. Pero como no todos viven en esa paz interior se necesita ayudarles exteriormente con un mayor orden en todo.
Es curioso, por otro lado, que el concepto del orden varía considerablemente de uno a otro. En general todos entendemos lo que es una habitación ordenada, un orden en hacer las cosas, etc., pero con frecuencia introducimos nuestras prioridades o gustos en ese orden, justificando el desorden cuando nos conviene o exigiéndoselo a los demás cuando no nos gusta lo que hace. Por eso es tan importante ordenar primero nuestros afectos, emociones, deseos, valores. Quien tiene su casa ordenada tendrá la luz suficiente para irradiar un orden que vivifica y no humilla, que exige siendo paciente, que está disponible para construirlo cargando con el desorden de otros sin sentarse simplemente a criticarlo o protestar.