MODO DE ADMITIR A LOS HERMANOS
(RB 58-02)
El primer discernimiento para saber la autenticidad de los que vienen al monasterio pidiendo su ingreso San Benito lo centra en probar su paciencia, e incluso se permite sugerir decir alguna injuria o injusta valoración de intenciones del candidato: Si, pues, el que se presenta persevera llamando, y, después de cuatro o cinco días, se viere que soporta con paciencia las injurias que se le han hecho y la dificultad de la admisión y que persiste en su solicitud, se le conceda el ingreso y esté unos pocos días en la hospedería.
Cuando lo que buscamos es el beneficio inmediato, normalmente no tenemos mucha paciencia, deseamos alcanzar las cosas rápidamente, y si observamos dificultades, lo dejamos de lado. Nuestra capacidad de sufrimiento, de entrega, de perseverancia en la obra comenzada está en función del deseo que tenemos de ella. El deseo está en función de la experiencia que hayamos tenido y de cómo valoremos lo deseado. Cuando el deseo es fruto de meros antojos, normalmente los abandonamos al toparnos con grandes dificultades. Por el contrario, si los deseos entran en el ámbito del amor, de la experiencia de enamoramiento, entonces se activan todas nuestras potencias y somos capaces de afrontar las mayores dificultades. Basta contemplar la actitud de los enamorados que no sólo afrontan dificultades materiales, sino, incluso, enfrentamientos con la propia familia para poder unirse con el que se ama, soportando incluso el posible rechazo inicial de la persona amada. Igual sucede con una madre o un padre, que afrontan pacientemente el trabajo que conlleva el sacar la familia adelante y las miserias de los propios hijos, incluso si estos les rechazan.
Todo es cuestión de amor. También en la vida monástica. No hay nada mejor que probar la intención con la paciencia para saber con claridad qué es lo que nos mueve. Incluso el mismo interesado quizá no lo tenga muy claro, pues siempre se entremezclan las motivaciones espirituales con las materiales, por lo que la dificultad le permite clarificar si lo que le mueve en el fondo es ante todo el amor a Dios que le llama poniendo la sed de El en su interior.
Esta primera actitud de rechazo es un buen elemento de discernimiento, pero no el único. Con frecuencia es algo que nos acompaña a la largo de nuestra vida. Las dificultades siempre están ahí: cansancios y dudas interiores, dificultades comunitarias, sequedades espirituales, etc. Todo ello nos ayuda a evaluar nuestro deseo, a ver cómo estamos motivados por el amor en cada momento. Así como para entrar en el monasterio se pueden tener motivaciones no muy transparentes: comer y estudiar (en tiempo de la posguerra), huida de sí mismo, miedo a afrontar la vida, trabajo, sosiego que no se encuentra fuera, etc., así también se pueden tener razones poco transparentes para permanecer en él: ¿dónde voy a ir?, el monasterio me resuelve la vida, aquí soy alguien y fuera no seré nadie, etc. Son razones que nos pueden tener atados dentro del monasterio o en otros grupos humanos, incluso el matrimonio, razones que nos ayudan a perseverar, pero que no debieran ser esas las razones por las que nos mantenemos en la adversidad. Las dificultades van a aparecer como el mejor medio clarificador de nuestro estado espiritual. Son una invitación a crecer en la vivencia de la vida monástica como una relación personal en el amor. Sólo de esta forma se puede mantener vivo el deseo, dando sentido aún a las cosas más adversas y “sin sentido”, pues sólo el amor hace nuevas todas las cosas.
Llamar a las puertas del monasterio significa tener un deseo de conversión, un deseo sincero de cambiar de vida o de abrazar una vida nueva. Toda la vida monástica debe ser un camino de conversión que incluso lo expresamos con un voto, el de conversatio morum. Por ello no nos debe extrañar la seriedad de San Benito en sus exigencias. Además, si contemplamos las fuentes de la Regla aún nos podemos sorprender más, si bien todo se entiende desde la dimensión del amor, tal y como he dicho. Casiano en sus Instituciones nos describe así la recepción de los postulantes en los monasterios de Egipto en el siglo IV: “Al que solicita ser admitido a la vida monástica no se le concede en seguida la entrada. Antes ha de permanecer, junto a la puerta del monasterio, aguardando durante diez días o más. Mientras, ha de dar pruebas de perseverancia, de la sinceridad de sus deseos y al mismo tiempo de su humildad y paciencia. Postrado de rodillas a los pies de los hermanos que pasan ante él, procuran rechazarle, menospreciándole adrede, cual si se tratara de un hombre que desea entrar en el monasterio movido no por un motivo de religión, sino por la necesidad; y así le llenan de injurias e improperios. Cuando ha dado pruebas suficientes de su constancia, demostrando con hechos cómo se portará en el futuro por la llama que arde en su corazón y cuál será su paciencia en sufrir las tentaciones y oprobios, se le da por fin acogida” (Inst. 4, 3).
Como podemos observar, al lado de los monjes egipcios, San Benito es muy suave y comprensivo. Sin embargo, la intención de fondo permanece. El que entra debe saber bien a lo que viene. Si desde el principio se le motiva, crecerá su deseo y avanzará en la experiencia de Dios y en la caridad, pero hoy parece que somos muy sensibles a todas estas expresiones de dureza.
Si vemos lo que dice la Regla del Maestro, sobre los que se acercan al monasterio para quedarse, aún nos sorprende más, pues, como de costumbre, se entretiene sobremanera enredando las cosas: dedica nada menos que seis páginas para indicar cómo probar la paciencia del candidato. Permitidme que recoja algo de lo que dice y el trasfondo que se deja traslucir de la vida monástica como vivencia de la espiritualidad del martirio en tiempo de paz: “Cuando un nuevo candidato manifestare su voluntad de abrazar la vida religiosa, no se le crea tan fácilmente. A tal efecto, se le denegará simuladamente, sólo de palabra, no de hecho, la estancia en el monasterio. Para ponerlo a prueba, se le propondrán cosas pesadas, y para tantear su voluntad de obedecer, se le predecirán cosas contrarias y amargas a su voluntad. Se le prometerá ayunos a diario… Si alguien desea vivir perfectamente como religioso, se le negará todo cuanto amare y deseare, y se le mandará hacer lo que odiare, como dice el Señor: El que quiera ser discípulo mío que se niegue a sí mismo y me siga… El que desea militar en la escuela del Señor, debe soportarlo todo por él… Si (el perseguidor) le inflige el castigo de garfios, del potro o de los azotes, a la tolerancia de un breve dolor le sucede la corona de la eterna alegría. Si, por causa de Dios, se nos encierra en una cárcel tenebrosa, en compensación nos aguarda la Jerusalén eterna… (Ahora) sin estar en tiempo de persecución, en plena paz de la cristiandad, nos sometemos, en la escuela del monasterio a las pruebas y a las mortificaciones de nuestras voluntades…”.
Frente a esto que dice la Regla del Maestro contrasta lo que manifiesta el muy prudente y equilibrado San Basilio, otra de las fuentes de San Benito. Según él hay que acoger a todos los que llaman a la puerta del monasterio con caridad, pero con prudencia. Debemos recordar que en la época de estos padres se acogía a personas de todo tipo, siendo sólo a partir de la época franca (s. VIII, IX) cuando en algunos monasterios se introduce la limitación de los candidatos a miembros de la nobleza. En cualquier caso la vida monástica es una empresa que dura toda la vida, por lo que se debe probar la autenticidad del deseo que anima al candidato.