SI DEBEN READMITIRSE LOS QUE HAN SALIDO DEL MONASTERIO
(RB 29)
El capítulo 29 de la Regla es muy breve, pero suficiente para mostrarnos el equilibrio que guarda San Benito en algo tan delicado como es la readmisión de los hermanos que han marchado del monasterio. Una readmisión en la que se combina la misericordia con el sentido común y la manera que más puede ayudar para afrontar nuestras decisiones en la verdad. Este capítulo se pregunta si deben ser readmitidos en el monasterio aquellos monjes que salieron de él y piden su reingreso, y más en concreto parece que San Benito se refiere a los que han sido expulsados. En el capítulo anterior veíamos los distintos pasos en la corrección y la posibilidad de llegar a echar al monje que, por su actitud, pudiese ser motivo de grave daño para la comunidad. San Benito llega a admitir esa posibilidad de la expulsión, si bien después de haberlo intentado todo antes y no haber conseguido nada. Aún así, mantiene la esperanza de que el monje retorne. Eso sí, no se trata de que vuelva de cualquier manera, sino con una actitud positiva, dispuesto a corregirse: Si un hermano que por su culpa ha salido del monasterio quiere volver otra vez, antes debe prometer la total enmienda de aquello que motivó su salida, y con esta condición será readmitido, debiendo ocupar el último lugar, para comprobar con esto su humildad. Y, si de nuevo volviere a salir, se le recibirá hasta tres veces, sabiendo que en adelante se le negará toda posibilidad de retorno. San Benito quiere que el retorno sea auténtico y se evite cualquier actitud que pareciese una burla.
Me llama la atención cómo San Benito no desespera fácilmente, al mismo tiempo que busca con ahínco vivir en la verdad, aunque ello suponga asumir riesgos. Sin duda que ama a sus monjes, pero no con un amor débil, sino con exigencia evangélica. Suavidad y firmeza, madre y padre a un tiempo. Lo que le importa son las personas y la comunidad, no las apariencias. Está dispuesto a ser comprensivo hasta el extremo, pero no a vivir en el engaño.
Este capítulo nos revela un poco la lucha interior que todos llevamos, nuestro deseo de responder a los ideales que tenemos y el miedo que nos hace detenernos, el deseo de entregarnos con un amor sincero y el retraimiento por el yo que nos ata. Somos así y es bueno conocernos y conocer a los hermanos para dejarnos llevar más por la paciencia que por el juicio injusto, ese juicio que tiene dos varas de medir: la comprensiva para nosotros y la exigente y vengativa para los demás. Hay que ser pacientes y misericordiosos y vivir en la verdad. Ambas realidades no siempre las sabemos conjugar debidamente.
Cuando nuestros buenos deseos coinciden con lo que anhelamos, cuando nos “sentimos” bien en ellos y percibimos algún tipo de compensación en el reconocimiento de los demás, parece fácil caminar con paso firme. Pero tarde o temprano, con mayor o menor frecuencia, sentimos la prueba. Unas veces es la monotonía de la vida, la desgana de lo cotidiano, la que nos empuja al adormecimiento y a buscar entretenimientos, olvidándonos que dejar el entrenamiento antes de haber llegado a la meta tiene sus consecuencias. Otras veces experimentamos la rebeldía de nuestro yo, que una vez pasada la etapa inicial se hace más notoria, saliendo a la luz lo que creíamos haber dominado al no sentirlo con tanta fuerza. Es el momento en el que cualquier corrección, o incluso una simple propuesta, la llegamos a percibir como un ataque a nuestra dignidad, una falta de respeto o intento de manipulación. En otros momentos será la tentación la que aparezca en nuestras vidas como algo atractivo, bueno, natural, que sólo puede ayudarme en mi crecimiento personal, etc., y esto en un momento en el que estoy especialmente débil, dolido o dormido, empujándome a “rectificar” la orientación de mi vida, que no será otra cosa que optar por el camino más atractivo en ese momento. Y así nos debatimos continuamente en nuestro caminar, cayéndonos y levantándonos, saliendo y entrando. Es importante una buena dosis de comprensión sin pactar engañosamente con la mentira, aunque la verdad resulte especialmente incómoda decirla y escucharla. Es lo que quiere San Benito: no engañar al hermano limitándonos a decirle lo que le gustaría oír; tener gran paciencia con sus dudas y torpezas; poner límites a las huidas para que no se transformen en una mentira o indecisión crónica. Nuestro comportamiento tiene siempre sus consecuencias y lo debemos asumir como adultos, sin echar la culpa a los demás. Seamos comprensivos con nuestras luchas y dificultades, pero no olvidemos que finalmente hemos de tomar decisiones y comprometernos en nuestro crecimiento humano, psicológico y espiritual. Quien no toma decisiones serias y lucha por ser coherente con ellas, aceptando las dificultades inherentes que conllevan, no pasa de un estado infantil o adolescente.